Alejandro Rodríguez Cortés*.
Con el inicio de esta semana comienza la larga cuenta regresiva hacia la cita de los mexicanos con su destino: el primer domingo de junio de 2024 México definirá si aún tiene esperanza, paradójicamente la misma que hace 6 años sumó 30 millones de votos a un proyecto prometedor del cambio virtuoso que no llegó, y que ahora clama otra oportunidad.
Andrés Manuel López Obrador comprometió resultados inmediatos en economía, seguridad, salud, bienestar, educación, energía y medio ambiente. Pero su mal llamada Cuarta Transformación entrega cuentas deficitarias y sólo puede presumir un mucho mayor gasto social que, a la par de obras públicas tan costosas como inútiles, ahora cobran una onerosa factura fiscal.
El popular presidente basa su fuerza en las dádivas económicas y en la concentración del poder público, una bien planeada estrategia que sin embargo calculó mal los resultados electorales de los comicios intermedios de 2021, cuando perdió la mayoría legislativa calificada con la que habría aniquilado los contrapesos constitucionales que, por definición, tanto desprecia cualquier autócrata cuyo fin último es -también por regla- mantenerse en el poder así sea a través de su propia sucesión.
Inician las precampañas de un proceso en donde el elector mexicano elegirá a la primera presidenta mujer en nuestra historia: la que representa continuidad e incluso la permanencia en el poder tras el trono, o bien esa opción que irrumpió de pronto con aquella marea rosa que no buscaba candidata sino simplemente defender instituciones.
Sheinbaum promete el segundo piso de la 4T como si el pavimento de abajo no estuviera lleno de baches; Xóchitl ofrece una vía que empieza con la reconciliación, particularmente con una clase media ninguneada y agraviada. Claudia rechaza el regreso a un prianismo demonizado por la corrupción y los excesos; Gálvez trata de desmarcarse de los necesarios partidos malditos que la postulan.
Esos serán los mensajes clave y contrapuestos de la caudalosa cascada de spots que se nos vienen. La insípida científica que repite consistentemente los tramposos postulados del obradorismo, contra la empresaria de origen indígena que tiene ahora ante sí la obligación de crecer en conocimiento y aceptación.
Inician formalmente campañas que ya llevan tiempo, así sea fuera de la ley. Las encuestas marcan una clara ventaja de la exjefa de gobierno, cuyos apologistas dan por hecho su triunfo, probable pero no definitivo. Ahí está el meollo de lo que viene y que también nos lleva a lo que para mí resulta más trascendente de la elección: el Congreso.
Porque para quien gane, el equilibrio en el Poder Legislativo será fundamental, ya sea para seguir el camino de militarización del país, la destrucción de instituciones autónomas y el fin de los contrapesos judiciales, o bien para mantener el equilibrio de una República imperfecta pero viable en su joven democracia.
2024 será un auténtico referéndum que abarcará a los tres poderes. Si Morena arrasa con todo, López Obrador seguirá gobernando desde Palenque y cumplirá su ominoso “plan C”; si Claudia Sheinbaum triunfa sin obtener mayoría legislativa tendrá que mostrar sus verdaderos alcances. Para Xóchitl Gálvez, cualquier combinación la enfrentará con el inmenso reto de la reconstrucción, que será boicoteada por el actual oficialismo y sus muchos gobernadores dispuestos a demostrar que no se equivocaron, aunque la realidad se imponga hasta ahora con muestras obvias de un desgobierno generalizado.
¡Ah! ¿Y Samuel García? Primero, el joven regio no tiene la menor posibilidad de ganar la presidencia de la República y, segundo, él sólo jugará el triste papel de esquirol de AMLO para quitarle votos a la actual oposición y reforzar así el camino del tabasqueño hacia un deseado triunfo absoluto, condición necesaria para mantener su obsesión de ser héroe nacional aún un con un gobierno ostensiblemente fallido.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz
