Raúl Flores Martínez.
Han pasado 24 largos días del paso de Otis por la Costa Grande de Guerrero, largos días entre la peste y la basura que se está removiendo lentamente por dos razones. La falta de presupuesto para camiones y la falta de una estrategia para poder mover esas toneladas de desperdicios.
No hay ni hubo una estrategia para proteger a los ciudadanos de Acapulco y de Coyuca de Benítez, quiénes solo piden una sola cosa, que López Obrador los visite, camine por las calles sin temor a una mentada de madre.
Ciudadanos acapulqueños al unísono, le mientan la madre a López Obrador por sentirse abandonados, por no etiquetar ningún recurso para la reconstrucción, por no tener el valor de caminar por las calles devastadas.
Cuál es el miedo de este pequeño Presidente, qué prefiere ir a Badiraguato, tierra del “Chapo” Guzmán y de los “Chapitos” donde se siente más seguro entre los sicarios de esté grupo criminal que le dan la protección al igual que el supuesto desaparecido Estado Mayor.
Miedo, miedo es el que tienen los acapulqueños por las cientos de toneladas de basura que aún se tienen en las calles, lo que podría provocar una grave crisis sanitaria en el municipio que puede desencadenar una pandemia que atacara a los más débiles.
Hasta dónde ha llegado el miedo o el valemadrismo de López Obrador para no caminar en las calles acapulqueñas, dice que no quiere espectáculo, la frase más estúpida para una zona devastada que lo único que a veces necesita, es saber que se cuenta con las personas que con una sola firma puede cambiar la incertidumbre con la seguridad de que todo saldrá bien.
Hoy López Obrador sabe que las cosas no marchan bien en Acapulco y las zonas devastadas por Otis, lo sabe que mandó a todo un batallón de funcionarios a tratar de resolverle el problema, un problema que solo él podrá arreglarlo, de lo contrario en las próximas elecciones perderá más de lo que se imagina.
En un año, le cantarán a su delfín “Te acuerdas de Acapulco”, una estrofa que resonara con un sonido de devastación y un profundo olor a muerte a putrefacción que se quedó tatuado en cada uno de los acapulqueños, quienes no han encontrado a sus seres amados.
Dicen que todo tiene un tiempo y un momento, quizá el momento llegará para este gobierno de “Primeros los pobres” de Badiraguato y no de Acapulco, quizá ya sea hora de cambiar de aires de esperanza.