Boris Berenzon Gorn.
Los jades y las plumas de quetzal
con piedras han sido destruidos,
mis grandes señores,
los embriagados por la muerte,
allá en las cementeras acuáticas,
en la orilla del agua,
los mexicanos, los magueyes.
Nezahualpilli
Vivimos en un país donde convergen muchas culturas, muchas de ellas son milenarias y otras, centenarias, herencia de las civilizaciones mesoamericanas que florecieron en los territorios que hoy conocemos como América y que han insertado su universo y comprensión en nuestra memoria y hasta en nuestro presente. Y de igual forma, memoria de personas y colectivos que han estado enfrentando explotación y manipulación de todo tipo desde su llegada a la Nueva España. Contrario a lo que suele pensarse, podemos rastrear los orígenes de nuestras raíces en la vida cotidiana, desde la gastronomía y la lengua, hasta los ritos, creencias y festividades que forman parte de nuestras identidades.
Hay que ser claros que coexistimos en un “sistema-mundo para la caridad” de ficción, que busca subsanar sus culpas en la apariencia de la ¨inclusión de los excluidos”. La suma de las veces vemos que se trata de un melodrama discursivo que pretende subsanar las conciencias.
La mayoría de nuestras tradiciones, mitos y ritos están atravesadas por una serie de sincretismos culturales que hacen que, a primera vista, se diluyan los orígenes de ciertos elementos y se pierdan en medio de un mosaico plural y diverso de representaciones. Los sincretismos culturales son, en cierto sentido, irreversibles, pero si los analizamos metódica y críticamente, podemos identificar algunos de los elementos que convergen en las mezclas de lo que resulta ser la cultura o culturas resultantes.
Basándose en la idea del sincretismo cultural, ha habido corrientes tanto antropológicas y sociológicas como políticas que niegan a los pueblos indígenas y afrodescendientes de México de nuestro tiempo su identidad cultural y el derecho a autodefinirse desde la diferencia. Algunas opiniones—que no señalaré aquí para no perdernos en un debate que ya de por sí no tiene sentido— han llegado al punto de asegurar que no encontramos indígenas y afrodescendientes de México “en estado puro” y que, por lo tanto, el sincretismo y la interculturalidad terminarán por imponerse.
Ahora bien, si admitimos que el sincretismo es, en muchas ocasiones, resultado de la colonización, el enriquecimiento cultural no justifica la dominación ni la imposición de condiciones de desigualdad a largo plazo admitidas en narrativas abstractas. Los grupos indígenas y afrodescendientes de México existen y resisten, sus identidades se protegen y se reproducen más allá del tiempo e incluso del espacio, sin importar los sincretismos que marcan las representaciones modernas y postmodernas de lo que significa ser indígena. La incorporación de motivos religiosos cristianos, elementos gastronómicos, instrumentos musicales, vestimenta y otros a lo largo de los años no ha logrado minar el núcleo de sus creencias y prácticas culturales.
Ser indígena implica, entre otras cosas, la autoadscripción a una comunidad con identidad cultural propia, misma que continúa con la existencia de los pueblos originarios que estaban aquí desde tiempos anteriores a la conquista. Implica formar parte de la herencia de estos pueblos, contar con una forma propia de ver el mundo y al ser humano, al entorno natural y cómo relacionarse con él, es decir, un ordenamiento del mundo basado en las creencias y representaciones de cada cultura, eso que se ha llamado cosmovisión. Los miembros de una comunidad indígena comparten tradiciones, prácticas, ritos, representaciones artísticas, formas de organización social, lenguas y sistemas de autogobierno y organización comunitaria.
Además, los miembros de una comunidad indígena se reconocen a sí mismos como tales; ese reconocimiento de formar parte de un grupo y una cultura es lo que llamamos identidad y atraviesa la vida de las personas en aspectos básicos como la pertenencia a un sistema social y familiar, el modo de expresarse mediante la lengua (y como decía Wittgenstein, los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo), la pertenencia a un territorio y sus recursos naturales, la herencia histórica y la memoria de resistencia y autopreservación, así como la espiritualidad y la cosmovisión compartidas.
En nuestro país, el 10% de la población pertenece a un pueblo indígena, lo que equivale a doce millones de personas. Del mismo modo, el 2% de la población es afrodescendiente, es decir 2,576,213 personas afrodescendientes de acuerdo a las estadísticas por el INEGI-2020. Hay más de sesenta pueblos indígenas y afrodescendientes de México y once familias lingüísticas. Los principales de ellos, por el número de su población, son los nahuas, que habitan en la zona central y sur de nuestro país; los mayas, pertenecientes a la península de Yucatán y el sureste de México; los zapotecos, de Oaxaca; los mixtecos, de Oaxaca y Guerrero; los tzotziles, de Chiapas; los tzeltales de Chiapas; los otomíes, de la zona central; loa grupos mazatecos de Oaxaca y Veracruz; purépechas de Michoacán; totonacas de Veracruz y Puebla; wixáricas de Nayarit, Jalisco y Durango; rarámuris de Chihuahua; y la lista continúa. También es de reconocer que existe una pluralidad de culturas entre afrodescendientes de México, en donde en su gran mayoría, se comunica mediante el castellano o español, mientras otros pueblos afrodescendientes de México habla y se comunica en 7 de las lenguas indígenas de México tal y como también lo plasma el INEGI.
Pero, a pesar de reconocer la importancia de la multiculturalidad, de la herencia y riqueza que representan los pueblos indígenas y afrodescendientes de México no sólo para la nación, sino para la humanidad; los desafíos y problemáticas que tienen que enfrentar sus miembros hasta nuestros días no han disminuido. Históricamente, han sido blanco de desigualdad, olvido, injusticia, violencia, marginación y hasta persecución. La deuda de las instituciones, gobiernos y narrativas hegemónicas con los pueblos indígenas y afrodescendientes de México sigue sin saldarse y a la fecha la situación de los miembros de los pueblos originarios se mantiene en puntos suspensivos.
Los miembros de las comunidades indígenas y afrodescendientes de México enfrentan discriminación y racismo en una sociedad que, aunque se autodeclara “plural y diversa”, sigue marcada por prejuicios impuestos desde Occidente sobre la superioridad racial, el progreso, la blanquitud y valores religiosos disfrazados de seculares. La discriminación afecta la igualdad de oportunidades, el acceso a servicios y derechos básicos como la educación, la salud, acceso a agua y saneamiento o el trabajo digno y bien remunerado. La tendencia a que los niveles más altos de pobreza se registren en zonas donde habitan pueblos originarios es lamentable y vergonzante. Al mismo tiempo, la violencia, los conflictos por explotación de sus recursos naturales, así como los índices de violencia de género son preocupantes.
Con todo, hay que entender que contribuir a la construcción de sociedades más justas no implica la imposición de valores occidentales o coloniales que vayan en detrimento de las culturas. Para mejorar las condiciones de vida de las personas de los pueblos originarios es menester promover la participación activa y la toma de decisiones bien informadas de los miembros de dichas comunidades; educar sin dilapidar el conocimiento de los pueblos originarios, sus lenguas, sus costumbres, tradiciones y cosmovisiones; garantizar la autodeterminación de sus territorios y recursos; así como promover el desarrollo y acceso a servicios tomando en cuenta sus necesidades y permitiendo que puedan acceder poco a poco a los avances de la ciencia y la tecnología.
El turismo de consumo no ha mejorado las condiciones de vida de los pueblos originarios, fomenta clichés y actitudes racistas y no permite promover la diversidad cultural, pues toma de la diferencia solo aquello que resulta llamativo y útil y olvida el resto de su riqueza. Promover la diversidad es fomentar el respeto desde el conocimiento del otro en su totalidad, de la recuperación de su memoria y representaciones sin ensanchar la brecha de la desigualdad, la falta de acceso a servicios y derechos y la falta de acceso a la justicia.
Manchamanteles
Y a continuación un poema maya de Briceida Cuevas Cob publicado en Tercera Vía Mx:
SAJKIL
Báan yéetel bin k áalkabch’int sajkil wa mina’an tuunich.
Bíin konk k k’áajch’inti k’áanche’ tu yóok’ol
wa tak k’anchebo’ob sajako’ob ti’.
Bin wáaj k k’óoy k ich utia’al k ch’inik.
Kun wáaj ku ch’áik ku kapik tu jóojochil u yich ku k’ajoltiko’one’.
¡Bix konk k k’ubeentik k pixaan
ts’o’ok u púuts’ul jak’a’an yóol ti’ to’ono’!
MIEDO
Cómo ahuyentaríamos al miedo si no existieran
piedras.
Cómo lanzarles sillas
si también sienten miedo.
¿Hemos de sacarnos los ojos y aventárselos?
¿Y si se los pone en las cuencas y nos reconoce?
¡Cómo encomendar el alma
si huyó despavorida de nosotros!
Narciso el obsceno
Solo se creía diferente… su memoria era falaz.