Carlos Arturo Baños Lemoine.
Amanecimos con la noticia de la muerte de Enrique Dussel, un intelectual orgánico del comunismo latinoamericano. Por supuesto que somos sensibles ante su muerte: se trata de un ser humano; nuestro pésame a sus familiares y amigos. Pero no somos insensibles ante el gran daño que causó su producción ideológica, ya que utilizó por décadas las aulas universitarias, pagadas con nuestros impuestos, para divulgar el veneno comunista entre juventudes fácilmente impresionables e influenciables.
Dussel fue parte de las múltiples camadas de ideólogos rojos sudamericanos y centroamericanos que fueron acogidas en México por nuestros gobiernos populistas (Luis Echeverría y José López Portillo); esto cuando sus “revoluciones zurdas” no les resultaban en sus tierras de origen. Aquí, en México, fueron colocados en universidades públicas para que siguieran desarrollando sus ideas marxistas. Curiosos nuestros gobiernos populistas: acogían a los zurdos foráneos pero reprimían a los zurdos locales.
Claro que lo conocí. Platiqué con él en múltiples ocasiones, desde mi adolescencia como seminarista católico afín a la Teología de la Liberación hasta mi paso por el propedéutico de la Maestría en Filosofía de la UNAM. Y no negaré su gran capacidad de disertación y de exposición; además de que era un excelente conversador.
El problema con Dussel es que, con el paso de los años, hizo del marxismo su obsesión al grado de convertir la obra del pobre judío pobre llamado Carlos Marx en una especie de “Torá” comunista. Y así se lo dije varias veces, provocando su risa.
Desde sus comentarios a los Grundrisse (1985) y, sobre todo, desde su afamado libro Hacia un Marx desconocido (1988), Enrique Dussel se obsesionó con la tarea de estar encontrando, en la obra inédita o poco conocida de Marx, las claves para su “verdadera comprensión”. Y vale la pena recordar que, con cada nueva zambullida en los archivos de Marx, Dussel creía encontrar nuevos pasadizos secretos, atajos, laberintos, rutas, accesos, puertas, etc., para entender mejor el, de por sí, pensamiento abigarrado, nebuloso, confuso y barroco de Marx.
Yo siempre le critiqué su esfuerzo por analizar los borradores de las obras de Marx: si los textos definitivos suelen ser deficientes… ¡imagínense los borradores! Pero para Dussel estudiar los borradores era tanto como entrar en el “laboratorio intelectual” o en la “cocina mental” de Marx. Y se la pasaba hablándonos maravillas de las obras inéditas de Marx que resguarda todavía el Archivo Marx de Sloterdijk (Amsterdam).
En fin, como sea: acaba de morir Enrique Dussel, el “gran rabino” de la “Torá” comunista quien, en sus últimas conferencias (dictadas entre tosidos y estertores), afirmaba que Marx jamás postuló el ateísmo como requisito de la filosofía comunista. Seguramente ya presentía su muerte y visualizaba la muerte como la puerta de acceso a una enorme y riquísima biblioteca con Dios como bibliotecario. ¡Adiós, Enrique Dussel!
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