Alejandro Rodríguez Cortés*.
Durante años, la oposición encabezada por Andrés Manuel López Obrador lucró políticamente con cualquier suceso que se lo permitiera: huracanes, terremotos, crímenes o migración. Era su papel y aprovecharon al máximo errores y omisiones de los regímenes que combatían.
Hoy, ya en el gobierno, lo que no niegan se les resbala. Las masacres no lo son; el éxodo de personas es culpa del pasado o del imperio norteamericano; caminar en zonas devastadas es “un show mediático”; la rapiña colectiva constituye “cohesión social” y los muertos en Acapulco “no son tantos”.
Pero el paso devastador del huracán “Otis” es demasiado para que la mal llamada Cuarta Transformación siga inmune a sus propias incapacidades. Y no es que un meteoro categoría 5 sea su culpa, queja chillona y ramplona de quienes ya no tienen más argumentos defensores de este gobierno fallido y ominoso. No lo es, pero sí lo que dejaron de hacer antes y después.
Ocupado en lo suyo, que es lo político electoral, el gobierno federal desdeñó la gravedad del riesgo de “Otis”. Si bien es cierto que su fuerza escaló como nunca en pocas horas, hubo tiempo suficiente para alertar a la población de lo que se les venía encima. No lo hicieron, y aunque lo nieguen, ahí están las evidencias y las consecuencias.
Miles de turistas y convencionistas mantenían sus actividades normales en Acapulco a unas cuantas horas del impacto de los vientos huracanados. Un evento gremial del sector minero se inauguraba con cena de honor y presencia de funcionarios gubernamentales locales aún cuando expertos meteorológicos ya habían advertido la catástrofe en puerta. Nadie hizo nada: ni el presidente de la República, ni las autoridades federales de Protección Civil, ni el gobierno de Guerrero fueron capaces de avisar a sus gobernados en riesgo. Estado fallido, si éste no garantiza su primerísima obligación: procurar la seguridad de la población.
Y luego, el cataclismo. Las historias de terror. La muerte y la destrucción.
El legendario e icónico Acapulco amaneció destruido la mañana del 25 de octubre y la luz del día nos mostró lo que no se supo advertir o prevenir. Pasó el huracán y empezó lo peor: no había ni habrá pronto actividad económica, ni empleo, ni agua ni comida; priva el caos, el pillaje e inició la desesperanza. Y frente a ello, un gobierno pasmado, ausente e indolente.
Horas, días de una ciudad sin ley, a donde llegaron primero los promotores del voto por Morena que los rescatistas o las brigadas de ayuda humanitaria, esa que sólo pueden entregar los enviados presidenciales. Los propagandistas minimizaron los daños y López Obrador montó un show para parecer que tomaba el mando y ocultar que en realidad no quería hacerlo, por temor a una imagen de él junto a las consecuencias de lo que no previó. Total, para eso están las “benditas redes sociales”: para, desde el despacho presidencial o desde la mañanera, culpar a todo y a todos de lo que es responsabilidad propia.
Sí. Aquellos que gritaron “Fue el Estado” y pasaron lista por 43 estudiantes asesinados muy cerca de ahí, decidieron mostrarnos que, hoy por hoy, en Acapulco simplemente no hay Estado.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz