Por. José C. Serrano
“Los funcionarios públicos no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley ha señalado”, expresó Benito Juárez García al abrir, como gobernador, el primer período de sesiones de la X Legislatura del estado de Oaxaca, el 2 de julio de 1852.
En el año de 1858, Benito Juárez es elegido magistrado- que no ministro, pues en aquella etapa histórica se llamaba ministros a los que hoy se conoce como secretarios de los distintos ramos de la administración pública-. Es menester recordar que el Magistrado Presidente de la Suprema Corte, en virtud de la Constitución de 1857, era elegido por voto popular.
Es conveniente comentar que Benito Juárez asume la Presidencia de la Magistratura de la Suprema Corte, pero duró tan sólo unas cuantas horas en dicho cargo, pues Ignacio Comonfort, Presidente de la República en ese tiempo, le solicitó que regresara a ocupar el ministerio de Gobernación. Por ello, solicitó licencia al Alto Tribunal, la cual fue autorizada. Debido a un infortunio Comonfort da un golpe de Estado y es desconocido; Juárez se convierte en Presidente interino, de acuerdo con la Constitución de 1857.
A partir de ahí Juárez enfrenta distintas luchas políticas y militares: la Guerra de Reforma y una intervención extranjera como Presidente de la República, durante 14 años, hasta 1872, año en que falleció.
En la revista “Tiempo Universitario”, publicada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), el 23 de febrero de 2006, Carlos Monsiváis, difundió un discurso que pronunció en San Pablo Guelatao, Oaxaca. Dice:
“Juárez, el paisano de paisanos, ha sido demasiadas veces el pretexto del turismo político-electoral. De todos nosotros, y muy especialmente de ustedes, depende que se interrumpa para siempre la celebración del ritual con características fatales: rutina, indiferencia, derroche provisional, demagogia. Guelatao y el país entero merecen el homenaje más preciso: el análisis de su herencia y de su significado histórico”.
Juárez, uno de los grandes creadores de la nación, no es un mártir ni un prisionero de su tiempo. Al cabo de tantos hechos trágicos y épicos, y de las conjuras y de las traiciones, él es un vencedor insólito, mucho más contemporáneo de vanguardia que un precursor. Vence al racismo ancestral, a los problemas de su cáracter tímido y cerrado, a la ira y las maniobras del clero integrista y los conservadores, a sus terquedades en el mando. Se le persigue, encarcela, destierra, calumnia, veja y ridiculiza.
A Juárez, el conservadurismo le dedica la campaña de linchamiento moral más feroz de la historia de México. Para la derecha confesional, Juárez resulta ser literalmentre ‘la Bestia Apocalíptica’, ‘el Anticristo’.
“Si Juárez, en San Pablo Guelatao y en la Ciudad de México y en Tijuana y en León, no es nuestro contemporáneo, no lo es nadie” (Carlos Monsiváis dixit).
En el recinto ubicado en la avenida José María Pino Suárez número 2, colonia Centro de la Ciudad de México se localiza la Suprema Corte Justicia de la Nación (SCJN). En sus instalaciones cuenta con el Salón de Plenos, donde las ministras y los ministros emiten resoluciones sobre casos variopintos.
Dicha área tiene como fondo icónico el retrato, pintura al óleo, de Benito Juárez García, de la autoría de Guadalupe Pérez Sanvicente. Esa obra no es un objeto decorativo, representa el testimonio de un jurista honesto en su labor como funcionario y en su responsabilidad como jefe de familia.
Es la conciencia social que, vigilante, puede dar cuenta de lo que la ciudadanía piensa y siente de los once ministros que dicen defender la Carta Magna. Para la multitud, los togados de la SCJN, dan la espalda a las enseñanzas del Benemérito de las Américas; con los sueldos que perciben pueden darse la vida de auténticos sibaritas. Las remuneraciones que se asignan están muy por encima de las que se requieren para vivir en la honrosa medianía.
