Boris Berenzon Gorn.
Usted podrá saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó.
Jacques Lacan
Así como el silencio no es ausencia, ni el ruido presencia, tampoco todo el silencio de la noche, ni todo el estruendo del mar tienen el poder del lenguaje.
Este año se conmemoraron los 110 años del fallecimiento del ilustre lingüista y filósofo Ferdinand de Saussure, quien fuera uno de los precursores destacados de la lingüística estructuralista y la semiótica, tendencias intelectuales que desencadenaron el giro lingüístico en el siglo XX. Entre sus contribuciones destacan la concepción de las nociones de “significante” y “significado”, la distinción entre “sincronía y diacronía”, así como las “nociones paradigmáticas y sintagmáticas” que conforman las palabras tanto en su contexto interno como en su función lineal dentro de una oración. Asimismo, Saussure subrayó la arbitrariedad de la relación entre los significantes y los significados, con lo que desafió concepciones previas que postulaban conexiones naturales o lógicas entre palabras y sus significados.
Las contribuciones del lingüista junto con sus las de sus contemporáneos, nos han dejado un legado impreso en la filosofía occidental de la era moderna, enmarcado en la corriente conocida como estructuralismo. El estructuralismo a lo largo del siglo XX generó una prolífica serie de investigaciones que abordaron fenómenos anteriormente descuidados o ignorados, con el objetivo de comprender la realidad a través del análisis de las estructuras que subyacen a la cultura, el lenguaje, las relaciones sociales e incluso la psique humana.
Dentro de las múltiples aportaciones del estructuralismo, destacan el desarrollo de la lingüística y la semiótica. Además, influyó de manera substancial en la antropología al permitir la identificación de estructuras narrativas en mitos y prácticas culturales a lo largo de la historia. El estructuralismo ejerció un impacto significativo en la filosofía, al dar lugar a corrientes como el existencialismo, liderado por Jean-Paul Sartre, y al análisis de las estructuras de poder a través de la arqueología del saber, desarrollado por Michel Foucault. A pesar de las críticas que algunos han dirigido hacia la rigidez con la que se abordaron estas estructuras, en especial por parte de sus seguidores, resulta innegable su influencia en disciplinas tales como los estudios sociales, la crítica literaria, sesgos del psicoanálisis, la antropología y la lingüística, influencia que se mantiene vigente.
No obstante, es fundamental destacar que, a pesar de su estirpe estructuralista, Claude Levi-Strauss propugnó en la antropología estructural un método que permitió identificar y analizar patrones culturales y simbólicos en diferentes sociedades. Por su parte, Jacques Lacan, a través del psicoanálisis lacaniano o “psicología del yo,” revolucionó el pensamiento psicoanalítico y ejerció una influencia determinante en la teoría literaria, la filosofía y los estudios culturales. Lacan abogó por un retorno a las obras originales de Freud y por la revisión crítica de la teoría psicoanalítica, proponiendo que la experiencia humana se organiza en tres órdenes interconectados: lo simbólico, lo imaginario y lo real, con el lenguaje como estructura simbólica que permite comprender la forma en que se otorga significado al mundo sin duda más allá del estructuralismo.
El estructuralismo se sustenta en la premisa esencial de que el lenguaje ejerce una influencia determinante en la configuración de la cultura y la sociedad. Para comprender la dinámica social de manera cabal, resulta imperativo examinar a fondo el funcionamiento del lenguaje y del discurso. El estructuralismo aboga por el análisis independiente del lenguaje, con el fin de comprender la capacidad de las palabras para capturar la realidad tal como la percibimos. En este contexto, se considera crucial investigar la relación entre los sonidos y sus significados. Ferdinand de Saussure, al explorar la peculiar conexión entre el objeto de estudio, inherente en sí mismo y definido exclusivamente por la especie humana, y el sonido al que se le asigna, es decir, la palabra, postuló que el lenguaje emerge de la contradicción entre términos, algunos de los cuales concuerdan con ciertos objetos, mientras que otros no.
También se enfocaron en examinar el proceso de construcción del lenguaje, las palabras y los discursos. Michel Foucault, en particular, abordó esta cuestión meticulosamente y se propuso descubrir la dinámica que subyace al lenguaje. Para Foucault, las palabras y las cosas adquieren relevancia al oponerse entre sí, conclusión que se desprende de la arqueología del saber; el discurso se erige como un instrumento que contribuye a legitimar el ejercicio del poder, mismo que se acompaña de símbolos y discursos que sustentan la creencia en el control y la autoridad. Es conveniente destacar que cada lenguaje corresponde a una época específica, lo que lleva a reflexionar sobre las prácticas de manera estructural.
En Vigilar y Castigar, Foucault analizó el cambio en las prácticas de castigo a lo largo de los siglos XVI y XVII. En el pasado, el castigo se aplicaba directamente al cuerpo del infractor en un acto público de exhibición, mientras que posteriormente se adoptó un enfoque psicológico y una forma de castigo corporal indirecto. Este cambio drástico, que tuvo lugar en un breve lapso, exponía que los condenados en el siglo XVI terminaban su pena en cuestión de horas, aunque éstas estuvieran marcadas por la humillación y el sufrimiento; en contraste, el castigo del delincuente moderno implica años de cometimiento, intimidación psicológica y tortura corporal.
La modernización en las prácticas de castigo y vigilancia dio origen al concepto del “panóptico,” que representa un método de supervisión centralizada destinado a abarcar todo un espectro. Foucault analizó las relaciones de poder que se entrelazan con la delincuencia y cómo los delincuentes sirven a los intereses del Estado o las esferas de poder. En última instancia, el sistema penitenciario no cumple su función de corrección de los individuos que han cometido actos ilícitos, sino que transforma al recluso en un paria social. En este contexto, el discurso legitima quién y cómo se castiga, cómo cambian las sentencias, cómo los castigos se vuelven cada vez más sutiles y cómo influye el terror social provocado por los castigos, especialmente los de naturaleza psicológica. Además, es esencial considerar cómo el castigo se implementa tanto en el ámbito escolar como en el hogar.
Estos ejemplos demuestran que, para el estructuralismo, el lenguaje emerge como una fuerza determinante capaz de influir en todos los aspectos de la vida social. Desde Saussure, Lacan y Foucault hasta Roman Jakobson, Steiner y Tzvetan Todorov, Émile Benveniste, Noam Chomsky o Roland Barthes, el trabajo de los estructuralistas se enfocó en la identificación de estructuras subyacentes que, en su mayoría, descansan en el lenguaje. En un mundo de información atravesado por la palabra, como este en el que vivimos, un homenaje al estructuralismo no solo es pertinente, sino que también actúa como un recordatorio que nos permite analizar el poder de las palabras y la construcción de los discursos que definen lo que creemos que es “real”.
Manchamanteles
A continuación, el único poema que se conoce de Jacques Lacan:
HIATUS IRRATIONALIS (1929)
Cosas, que fluya en ti el sudor o la savia,
Formas, que nazcan del yunque o la sangre,
Tu torrente no es más denso que mi sueño;
Y si no los golpeo con un deseo incesante,
Atravieso tu agua, caigo hacia la arena
Atraído por el peso de mi demonio pensante.
Solo golpea al duro suelo del que se alza el ser,
Al ciego y sordo mal, al dios sin sentido,
Pero apenas todo verbo ha muerto en mi garganta,
Cosas, que nacieron de la sangre o de la fragua,
Naturaleza-, me pierdo en el flujo de un elemento:
El que corre en mí, el mismo que te subleva,
Formas, que fluya en ti el sudor o la savia,
Es el fuego que me hace tu amante inmortal.
(traducción libre)
Narciso el obsceno
El secreto es hablarle bonito hasta que se le olvide que no tengo dinero.