Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas
Hoy que la atención pública está atenta al desenlace del eje del mal entre el pequeño aspirante a Zar -don Putin– y el pequeño aspirante a Amado Líder -don Kim Jong-un– y se inquieta con las noticias desde Marruecos y Libia, me pregunto si a los reporteros que cubren esos eventos, sean jóvenes y energéticos o viejos y experimentados, les dirá algo el nombre George W. Polk.
Como es probable que esta historia de reportero viejo resulte críptica a las nuevas generaciones de periodistas, aquí un repaso de aquel episodio.
En la mañana del domingo 16 de mayo de 1948, un pescador macedonio cuyo nombre ha quedado en el olvido preparó sus avíos y zarpó a las aguas de la bahía de Salónica. Iba alerta. Eran tiempos violentos y no pocos de sus compañeros habían sido detenidos y maltratados por la policía de la dictadura que veía en los obreros de la mar a simpatizantes de la guerrilla comunista a la que combatía en una desgastante guerra civil.
De pronto, entre los trazos de bruma que flotaban sobre las tranquilas aguas, un bulto se interpuso en el camino de la lancha. Era el cadáver de George W. Polk, corresponsal de la cadena de televisión yanqui CBS, atado de manos y con dos tiros en la nuca.
Han pasado 75 años y las circunstancias de la muerte de Polk, como las del asesinato de Manuel Buendía hace cuatro décadas, siguen envueltas en el misterio, aunque guardan una semejanza escalofriante: ambos fueron liquidados como advertencia al gremio, en el mismo mes de mayo, con 36 años de diferencia.
Un creyente de la cábala no dejaría de notar que Polk pereció en el 48 y Buendía en el 84 … años invertidos. Quizá en un futuro lejano algún historiador descubra y publique los detalles de esas y otras violentas eliminaciones de periodistas que caracterizaron al pasado siglo XX.
Otra analogía con Manuel: Polk se había convertido en una espina en el costado de casi todos los actores en la guerra civil griega. Los funcionarios de la dictadura, los diplomáticos de la embajada yanqui, los militantes del Partido Comunista, los guerrilleros … todos detestaban en menor o mayor medida al periodista y deseaban su salida del país … y algunos su desaparición de esta vida, como quedó demostrado.
Polk debió haber sido muy buen reportero para haber unificado en su contra a tan dispares actores. Lo usual es que los corresponsales se ganen el odio de algunos y la adhesión interesada de otros.
En su tarea como corresponsal durante la sangrienta guerra civil que disputaba el control de la península helénica, ese colega había acumulado una larga lista de malquerientes. A la guerrilla comunista la caricaturizó como una banda de rufianes, al gobierno griego como un hato de ambiciosos y corruptos políticos, al ministro de seguridad como gángster … y satanizó a Washington por su apoyo a la represora y sanguinaria dictadura griega.
Así, resulta entendible que la investigación del asesinato haya tenido mucho de simulación y farsa. La policía levantó cargos contra cuatro ciudadanos griegos: un militante de medio pelo del PC que estaba a cientos de kilómetros de Salónica el día del asesinato, un reportero supuestamente comunista que se encontraba en su oficina cuando el cuerpo de Polk fue arrojado a las aguas, la anciana madre de éste, quien “confesó” para salvar a su hijo de la tortura, y un integrante del Comité Central del PC … ¡que había fallecido cuatro semanas antes!
El gobierno helénico aseguró que no escatimaría esfuerzos para dar con el o los asesinos, a coro con el de Washington, que en 1948 invertía un millón de dólares diarios en ayuda para aplastar el levantamiento comunista.
En el mismo tono que la de la Acrópolis, la burocracia del Potomac juró que supervisaría de cerca la investigación όποιος και αν αποτύχει! (¡caiga quien caiga!, en griego). En ambas partes del globo caballeros de adusto semblante y grave continente condenaron casi con las mismas palabras el atroz hecho.
En Washington y Nueva York los periodistas pusieron el grito en el cielo y se movilizaron. Fue creado un comité ad hoc encabezado por el legendario Walter Lippmann y rápidamente se instituyó un premio con el nombre del muerto. En pocos meses el comité aceptó los resultados de las investigaciones oficiales griega y estadounidense y desde entonces cada primavera la crema y nata del periodismo yanqui se congrega en una brillante ceremonia durante la cual se prenden medallas mutuamente y se otorgan laureles en nombre de George W. Polk … aunque hay quien juzga que sus colegas “lo traicionaron cuando validaron las espurias pesquisas y el falaz proceso judicial” incoado en contra de unos chivos expiatorios.
En 1948, algunos reporteros neoyorquinos quisieron recabar fondos y viajar a Grecia para investigar el asesinato. Su propuesta fue bloqueada por el Comité Lippmann, que se limitó al camino oficial y liquidó así toda esperanza de una indagación independiente en el asesinato del periodista.
El Premio George Polk exige que los nominados hayan demostrado “imaginación y valentía” en el ejercicio del periodismo. Entre otros lo han recibido figuras como Edward R. Murrow, Walter Cronkite, Gloria Emerson, Norman Mailer, Seymour Hersh, James Baldwin y el fotógrafo venezolano Héctor Rondón.
Cuando fue otorgado a I. F. Stone en 1968, éste se declaró feliz por la presea y procedió a decir algunas cosas sobre George Polk, “quien parece haber sido olvidado en estos eventos”.
¡Helas! En el caso de Polk, como en el de Buendía, se requeriría de reporteros tan eficaces como ellos para resolver sus propios asesinatos. Por fortuna algunos periodistas se niegan a someterse al silencio de las hemerotecas.
Elías Vlanton y Zak Mettger publicaron en 1996 un detallado libro de 322 páginas que llega a la descorazonadora conclusión de que a tantos años de distancia “aún no existe certidumbre sobre quién asesinó a George Polk.”
En ¿Quién mató a George Polk? nos enteramos de que la Comisión Lippmann y la propia CBS avalaron la teoría de la policía griega de que Polk había sido asesinado por la guerrilla comunista.
A lo largo del texto Vlanton y Mettger pasan revista a la comedia de inconsistencias, fallas, ocultamientos y desviaciones que enturbiaron el caso y sistemáticamente descubren los velos que a lo largo de los años fueron tendidos sobre el episodio: un agente secreto gringo que participó en las indagaciones declara en 1974 que el juicio fue una farsa para encubrir a los verdaderos autores; en 1976, la corte suprema griega niega la petición de un nuevo juicio al periodista condenado, cuya confesión fue arrancada tras meses de tortura; en 1977 se demuestra que es apócrifa una carta ofrecida como prueba en el juicio; en 1978 el gobierno griego niega la petición de uno de los dos “cómplices” sentenciados en ausencia para volver a Grecia y someterse a un nuevo juicio …
Vlanton y Mettger apuntan: “Una pesquisa de 15 años en los archivos del gobierno de EU y el análisis de los documentos particulares de algunas de las personalidades involucradas documentan que el gobierno griego y el Departamento de Estado conspiraron para acusar falsamente a personas inocentes en el asesinato de George Polk y que algunas de las más respetadas figuras del periodismo estadounidense se hicieron de lado y lo permitieron”.
A manera de conclusión exponen tres posibles escenarios del crimen: a) fueron los insurgentes comunistas para minar la ayuda yanqui a la dictadura; b) fueron los servicios secretos británicos, desplazados por los gringos, para enturbiar las relaciones greco-estadounidenses, y c) fueron altos funcionarios, temerosos de que las revelaciones de Polk sobre la corrupción oficial desestabilizaran al gobierno griego.
Pero la verdad, lo que se dice la verdad, sigue siendo un misterio.
¿Debemos llegar a la conclusión en el asesinato de Polk como en el de Buendía y otros, que quienes se aplican a la investigación de los crímenes en contra de la prensa claman en el desierto?
Los ejemplos de George W. Polk y de Manuel Buendía son como luces en nuestro camino profesional y personal. Creo que a ellos no les importaría haber muerto si supieran que su ejemplo quedó entre nosotros.
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