Por. José C. Serrano
Se conoce como el Maximato al período histórico y político de México entre 1928 y 1934. Comenzó con el gobierno interino de Emilio Portes Gil y finalizó cuando Lázaro Cárdenas del Río asumió la presidencia. Su nombre se debe a la influencia política que ejerció Plutarco Elías Calles, con el título informal de “Jefe Máximo de la Revolución”.
Plutarco Elías Calles fue una figura central en la historia política mexicana posrrevolucionaria, a partir de su mandato presidencial formal entre 1924 y 1928. También tuvo una enorme influencia en los gobiernos títeres posteriores a la muerte de Álvaro Obregón Salido en 1928.
Así las cosas, asumió el gobierno interino Emilio Portes Gil (1928-1930), en el cual Calles fue un actor fudamental, llegando incluso a elegir a dedo a los miembros del gabinete del gobernante tamaulipeco.
Ese fue el inicio formal del Maximato, durante el cual gobernaron también Pascual Ortiz Rubio (1930-1932), quien renunció al cargo por diferencias con el cacique, y Abelardo Rodríguez Luján, mejor conocido como Abelardo L. Rodríguez (1932-1934), como presidente interino, siendo ambos gobiernos sometidos a la voluntad de Calles.
El Maximato acabó en 1934 tras la elección de Lázaro Cárdenas del Río para el cargo de presidente. El nuevo gobierno fue menos manipulable por Calles, quien en ese entonces estaba enfermo de la vesícula biliar y debió ser operado en Estados Unidos.
En 1935, Cárdenas solicitó la renuncia de todo el gabinete de filiación callista. Finalmente,Calles fue expulsado del país por Cárdenas en 1936, iniciando con ello un exilio en Estados Unidos que duró hasta 1941, arrebatándole así toda influencia política en el país.
La obsesión por el poder del político sonorense, lo pinta de cuerpo entero como un personaje dominado por el narcisismo.
El narcisismo es el amor que se dirige un sujeto a sí mismo. El narcisismo patológico es un rasgo de la personalidad caracterizado por una baja autoestima acompañada de una sobrevaloración de la importancia propia y de un gran deseo de admiración por los demás.
Resulta desconcertante para muchos el hecho de que el narcisista suela exhibir una aparente autoestima formidable y, socialmente, aparece como una persona muy segura, sabedora de lo que quiere y completamente resuelta. En realidad, con ello el narcisista está camuflando su vacío interno, su carencia real de autoestima.
En la infancia temprana de estos individuos, se encuentra a menudo una actitud indiferente o minusvaloradora de parte de los progenitores, lo cual les deja una inseguridad que tratan de compensar por medio de una autoevaluación exagerada, irreal e inflada.
La consecuencia es que los narcisistas necesitan mirarse continuamente en el espejo de los demás para saber quiénes son y, al descubrir una pésima imagen de sí mismos, se ven en la necesidad de ocultarla y esconderla.
Tales sujetos, desarrollan entonces en compensación una imagen artificialmente sobrevalorada hasta lo patológico. Las personas inteligentes, sanas, que se percatan de la artimaña, o que simplemente son más valiosas o agraciadas que aquéllas, se convierten entonces para el narcisista en una amenaza para esa imagen artificial.
A los individuos narcisistas las críticas pueden llegar a obsesionarles y hacer que se sientan hundidos y vacíos. Sufren un deterioro en sus relaciones sociales como consecuencia de su pretenciosidad y necesidad constante de admiración.
La personalidad narcisista se caracteriza por un patrón grandioso de vida, que se expresa en fantasías o modos de conducta que incapacitan al individuo para ver al otro. La visión de las cosas del narcisista es el patrón al cual el mundo debe someterse. Para los narcisistas el mundo se guía y debe obedecer a sus propios puntos de vista, los cuales considera irrebatibles e infalibles.
La condición del narcisista lo incapacita para poder reflexionar tranquilamente y valorar serenamente la realidad. Vive más preocupado por su actuación, en cuanto al efecto teatral y reconocimiento extremo de sus acciones, que en la eficacia real y utilidad de las mismas.
El pasado jueves 7 de septiembre, a las puertas de la librería Porrúa, ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador entregó el Bastón de Mando a Claudia Sheinbaum Pardo, aspirante a la candidatura presidencial de 2024.
Al finalizar la ceremonia, de regreso a Palacio Nacional, el primer mandatario estuvo acompañado por Claudia Sheinbaum, a quien llevaba abrazada; se detuvieron unos minutos en el Museo del Templo Mayor, donde hablaron de asuntos que son de interés para ambos.
Lo acontecido en las inmediaciones de la librería Porrúa ha sido, por varios días, el tema más publicitado en los medios de información electrónicos e impresos y, desde ópticas variopintas.
En las llamadas redes sociales, donde se publica de todo, han sido difundidas opiniones acerca de lo poco creíble que resulta la afirmación de Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de que una vez que termine su sexenio, él se retira a su finca de Palenque, Chiapas, a cuidar sus árboles y a seguir escribiendo.
Hay quienes lo definen como un ente obsesionado por el poder, un sujeto narcisista, el que podría instalar en el escenario nacional un nuevo Maximato. Tal vez.