Rubén Cortés.
Después del seis de septiembre, será un fiambre uno de los políticos en activo más capaces de México, y el único que, en el proceso interno de Morena, hizo propuestas tangibles para un México mejor. Pero Marcelo Ebrard perdió el último tren de su carrera.
Aunque es un final que el exjefe de Gobierno construyó ladrillo a ladrillo, al poner su futuro siempre en las manos del actual presidente: una manera asombrosamente generosa de regalar su gran talento, a alguien que nunca le llegó ni a los tobillos.
Sí, a ladrillo a ladrillo: como canciller se prestó a las estupideces más grandes por complacer los sueños aldeanos del jefe, quien, casi llegado a los 60 años, sólo había viajado a Cuba, para alabar el desastre políticos y económico más colosal de la historia continental.
Entre las tantas tonterías, estuvo la creación de la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio, con México al frente de un grupo de países que ni siquiera tienen luz eléctrica propia, pero que Ebrard quiso que tuvieran astronautas y conquistasen la luna.
Ebrard se prestó a eso, siendo que, en cambio, sus propuestas para ser candidato del partido oficial fueron las mejores que se escucharon y leyeron en todas las precampañas adelantadas, tanto de Morena, como de la oposición.
En economía, presentó un amplio plan para darle a los pequeños y medianos negocios las facilidades que les quitó su jefe para hundirlos. Propuso incentivar la inversión privada y las energías limpias que su jefe quitó para enterrar ambas.
En seguridad pública, propuso dar a los cuerpos coercitivos y fiscalías las herramientas más avanzadas de inteligencia artificial, cámaras de identificación biométrica, detectores de armas y vehículos, sensores que identifican disparos de armas y drones.
No olvidemos que, como jefe de Gobierno, fue un liberal que propició la atención médica domiciliaria, apoyó a madres solteras, discapacitados, reingreso de jóvenes al estudio, programa de vivienda, protección al medio ambiente, recuperación de espacio público.
Pero como canciller encabezó a una docena de islas caribeñas que se alumbran y transportan con 400 mil barriles de crudo diarios que les regala la dictadura venezolana, para que votaran a su favor en la OEA, junto con él, con Ebrard.
Se pasó de cumplido, y se echó encima uno de los legados peores de este gobierno: su alianza internacional con los gobiernos sin elecciones o elecciones amañadas, desde Putin hasta Maduro, pasando por Canel, que no hace ninguna.
Cuando en Moscú vio a Putin, Ebrard entró en trance y hasta escribió en Twitter una parrafada ininteligible en ruso; y cuando recibió aquí al dictador boliviano le cantó a voz en cuello: “Evo, hermano, ya eres mexicano”.
Pero Ebrard no es así. Sólo fingía…
Para ser candidato.