Boris Berenzon Gorn.
El mundo se empobrece cuando se pierde una lengua o una cultura, y se empobrece también cuando todo se uniforma en modo alguno.
Miguel León-Portilla
A pesar de que desde 1994 la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 9 de agosto como el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, el reconocimiento de las identidades y la salvaguarda de los derechos todavía son objetivos lejanos que presentan desafíos en la sociedad contemporánea determinada por nuestro sistema . Aunque nos complace conmemorar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, celebrar la diversidad y poner en perspectiva el tema para eliminar las desigualdades sistémicas, lo cierto es que las transformaciones necesarias distan de restringirse al espacio legislativo o representativo.
Reconocer que el trasfondo de las desigualdades y violencias se encuentra en las prácticas culturales, en los preceptos de un sistema que favorece la acumulación de la riqueza, en prejuicios históricos que se han desarrollado en torno a las identidades indígenas, así como en la falta de oportunidades que aqueja a gran parte de nuestra población mundial y que afecta específicamente a aquellas comunidades que se han distinguido por su marginación histórica, es la única forma de generar modelos para trascender y crear condiciones de vida más justas garantizando los derechos humanos.
Desafortunadamente, la mayoría de las medidas de inclusión de las comunidades y pueblos indígenas en todo el mundo se han enfocado en el reconocimiento del valor cultural que aportan, pero no han sabido reconocer el estado de marginación económica como núcleo de las necesidades de salvaguarda de los grupos indígenas. Si bien es común la creación de narrativas que recuperan las formas culturales e históricas de los grupos indígenas e insisten en su revaloración, suele dejarse de lado el hecho de que no solamente se trata de preservar la lengua y los usos y costumbres, sino también y sobre todo de generar condiciones que modifiquen las desigualdades sistémicas que mantienen a los pueblos indígenas en la marginación y crean condiciones de vulnerabilidad, muchas veces escudándose en la protección de las identidades.
Hemos sido testigos en el pasado, no sólo en nuestro país, de medidas encaminadas a “folclorizar” la herencia cultural con fines políticos y económicos, sin que esto genere beneficio alguno para las comunidades y pueblos indígenas. Sin contar el hecho de que la cultura vista desde afuera niega la propia lógica de lo que define e impone visiones, por lo general occidentales, a modos de vida distintos y sistemas de pensamiento que se desarrollan de manera independiente, sin tomar en cuenta las condiciones que justifican su existencia. Es tan grave que aún en nuestros días, el aprendizaje de una lengua indígena en México no es motivado y suele ser visto desde una perspectiva progresista como algo de menor valor que el aprendizaje de una lengua extranjera europea.
Y es que, en el fondo, las narrativas de inclusión de las comunidades y pueblos indígenas distan de acciones reales que modifiquen la cultura racista y clasista que todavía prevalece en nuestro país. A pesar de ser una población “mestiza’’, de que la mayoría de los mexicanos presentan rasgos fenotípicos de las comunidades indígenas, de que nuestra gastronomía, lengua y hasta comprensión del espacio están teñidos por nuestro pasado indígena, se mantienen prácticas que desdeñan el factor indígena de nuestra cultura y que favorecen la exclusión y la opresión de los grupos vulnerables. Esto es todavía más grave cuando la pertenencia a una comunidad indígena en la vida contemporánea es innegable.
En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, no deberíamos enfocarnos únicamente en la memoria y la preservación cultural, como si se tratara de baluartes abstractos que no tienen influencia directa en la vida cotidiana. Si bien, es importante preservar la tradición, las lenguas, el sistema de pensamiento y la representación del entorno de los pueblos indígenas, no deberíamos enfocarnos únicamente en estos aspectos. De hecho, esta actitud prevaleció en el siglo XIX en nuestro país, y se trata de una de las mayores contradicciones históricas con las que tenemos que lidiar. Mientras se reconocía y ensalzaba el legado del llamado “indio muerto”, se levantaban estatuas a Nezahualcóyotl y se invertía en arqueología; las condiciones del llamado “indio vivo”, es decir, de la población indígena del país, se recrudecían cada vez más. El porfiriato, que se caracterizó por la recuperación histórica de las poblaciones indígenas del centro del país, también fomentó las matanzas de pueblos indígenas, el despojo de las tierras y el recrudecimiento del racismo.
Tomando ejemplo, deberíamos ser mucho más responsables al conmemorar la importancia de los pueblos indígenas. No se trata únicamente de apreciar la diversidad cultural y de abrazar y revalorizar la diferencia, sino también de proteger y promover los derechos humanos de los pueblos y comunidades indígenas, cuyas identidades colectivas están vivas y forman parte de su día a día. Su derecho a la autodeterminación, la gestión de sus recursos, la participación política, el acceso a derechos fundamentales como la salud y la educación, la gestión de la propiedad comunitaria, el acceso a la justicia y la eliminación de la violencia de género, el desarrollo sostenible, la tecnología y la ciencia, entre otros, también son luchas que deben llevarse a cabo y promoverse.
Romantizar el pasado indígena puede encerrar la contradicción de privar a las poblaciones de los derechos reconocidos en el siglo XXI. La imagen del pueblo escondido entre la sierra con techitos de adobe puede funcionar como metáfora literaria, pero no debe ser la justificación de la falta de acceso a servicios de salud, del abuso a menores y el maltrato por cuestiones de género, de la persecución de las minorías, de la falta de acceso a internet y otras tecnologías, de la falta de atención de los gobiernos a las necesidades básicas, entre otros factores. Hace poco, se volvió viral el caso de una comunidad en la sierra hidalguense donde sus miembros impulsaron una colecta para poner un techo que protegiera a los alumnos de su escuela primaria en condiciones ambientales inclementes. Aunque resalta el sentido de comunidad y apoyo de esta población, lo verdaderamente preocupante es que no cuenten con atención y acceso a servicios básicos, pues se trata de un derecho de la infancia que no debería estar supeditado a la marginación. Este es el caso de muchas comunidades que tienen que resolver por sí mismas situaciones a las que tienen derecho en dignidad.
La participación política de las comunidades indígenas tiene que garantizarse, al igual que su derecho a la libertad de expresión y difusión de sus necesidades y formas culturales. La educación debe ser inclusiva, fomentar el conocimiento en sus lenguas y el acceso a derechos sin que pertenecer a una comunidad indígena sea un factor de exclusión. La identidad no es únicamente un modelo abstracto, sino que a ella corresponden derechos colectivos que deben estar garantizados eliminando el paternalismo histórico y dando voz a los miembros de las comunidades. Un trabajo sostenido para garantizar la eliminación de las desigualdades y violencias sistémicas se enfoca no sólo en la memoria y los usos culturales, sino también en la transformación de las condiciones reales que dificultan la consecución de una vida digna.
Manchamanteles
El Colegio de México nos comparte poemas bilingües en maya y español de Donny Limber Brito May, transcribimos un fragmento de “Poesía”:
Bey túun úuchik a je’epajal tin tuukula’,
bey túun anchajik a ki’ motskabáaj
k’ayt’aanil, ik’t’aanil, ki’ki’t’aanil.
Tumen ta cha’aj
u tóop’ol k t’aan
tu t’aanil u chi’
in t’aan.
Así es como floreciste en mi mente,
así es como te encanta enraizarte
poesía, poesía, poesía.
Porque dejaste
que brote nuestra palabra
en la boca palabra
de mi palabra.
Narciso el obsceno
Amo el canto del Centzontle, ya lo descargué en Spotify.