Un horizonte de contradicciones: la desigualdad en nuestro tiempo

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen.

Albert Camus

Vivimos en una era marcada por el predominio del capitalismo e independientemente de las críticas que podamos hacerle, parece que al menos por ahora, modificar el sistema económico es una aspiración lejana. Aunque por décadas el discurso de los intelectuales estuvo enfocado en presentar modalidades políticas de resistencia, el impacto que han tenido, si bien ha permitido flexibilizar los esquemas legislativos y alcanzar derechos, todavía no se refleja en la solución de los problemas más apremiantes a nivel económico y social que aquejan a gran parte de los seres humanos que habitamos la Tierra.

Independientemente del modelo económico en el que estemos imbuidos, es preciso reconocer las problemáticas estructurales que pueden mitigarse y ante las que podemos oponer resistencias que permitan garantizar el desarrollo de las personas, su libertad y el acceso equitativo a los derechos. Nos toca construir un horizonte donde la riqueza y el desarrollo económico sean compartidos por todas las personas, que las desigualdades no sean limitantes para contar con una calidad de vida apropiada y justa.

Y es que precisamente la mayor contradicción de nuestro tiempo es la desigualdad. El avance del capitalismo en la modalidad que predomina mundialmente ha tendido al ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres. Cada vez son menos quienes detentan la riqueza y más los que enfrentan condiciones de pobreza y dificultades para acceder a los derechos básicos que garanticen su dignidad. La desigualdad contradice el mito de la meritocracia que afirma que cualquier persona que se esfuerce lo suficiente puede acceder a condiciones de vida mejores y ascender socialmente. Sin embargo, las estructuras que pesan sobre las acciones individuales definen en gran medida aquello que puede ser realmente alcanzado, independientemente del esfuerzo que se lleve a cabo para lograrlo.

La desigualdad económica extrema requiere de acciones que impacten de manera profunda las condiciones que hacen posible la acumulación indiscriminada de la riqueza en detrimento de las mayorías. Se requiere responsabilidad fiscal de quienes tienen mayor ingreso y patrimonio y que los trabajadores puedan contar con un salario digno para ellos y sus familias que les permita satisfacer sus necesidades integralmente. Lograrlo implica trabajar conjuntamente entre gobiernos, empresas, sociedad civil y demás actores, pero también que quienes detentan el poder económico asuman su compromiso social. Esta es una labor que debe realizarse a nivel internacional, pues la brecha de la desigualdad se manifiesta también entre países pobres y ricos y se favorece por la división del trabajo promovida por la globalización.

De la misma manera, cuando la concentración de la riqueza es desmesurada, se favorece un sistema en donde gran parte de las personas tienen dificultades para acceder a los servicios básicos como la educación, el acceso a atención médica de calidad, alimentos y agua potable, vivienda, entre otros. A esto agregamos la brecha salarial que está relacionada no solamente con la preparación académica, sino también con el origen étnico, el color de piel, pertenecer a un grupo minoritario, tener alguna discapacidad, la edad e incluso con el género. Las diferencias culturales y sociales se manifiestan en el acceso a los recursos, y se perpetúa un modelo en donde los que menos tienen permanecen en una condición desfavorable a lo largo de todas sus vidas, pues tienen menos posibilidades de movilidad social, incluso estudiando carreras o aprendiendo oficios.

Y es que el modelo capitalista promueve la dependencia del empleo asalariado, por lo que las personas penden exclusivamente de los ingresos que obtienen intercambiando su fuerza de trabajo, por lo que difícilmente pueden crear otras formas de generar ingresos, sobre todo en el ámbito formal, pues las políticas públicas tienden a favorecer el emprendimiento de quienes cuentan con mayor capital para invertir que quienes no. Al depender del trabajo asalariado el desempleo favorece la desigualdad, pues se beneficia la oferta de trabajos con salarios bajos y menores beneficios y certidumbres laborales. Además los empleadores prefieren contratar a ciertos perfiles a pesar de que es ilegal en países como el nuestro: imponen cierta apariencia física, rechazan a personas de edades superiores y a mujeres embarazadas o prefieren a hombres que a mujeres en el mismo puesto.

La mayoría de los gobiernos responsables trata de limitar la explotación laboral de las grandes corporaciones a sus empleados, sin embargo, no siempre las políticas públicas pueden garantizar manejos internos justos. Además a nivel mundial sigue habiendo problemas agudos asociados al sistema como la existencia de empresas de maquila que no respetan los derechos laborales básicos, o el empleo de menores de edad de manera indiscriminada a cambio de salarios verdaderamente indignantes. Y aunque no se trate de condiciones extremas, la explotación laboral incluye no hacer válidos los derechos de los trabajadores como la jornada laboral establecida, el pago de horas extras, vacaciones, la formación de sindicatos, la posibilidad de optar por ascensos, entre otros.

De la misma manera, ciertas corporaciones mercantiles tienden a ejercer poder sobre los gobiernos y otras instituciones, delimitando sus decisiones y promoviendo políticas que afectan a las mayorías. La corrupción juega un papel clave, pues extirpar las prácticas mediante las que se favorecen los intereses personales de las autoridades es fundamental para que el derecho favorezca verdaderamente a las personas. La transparencia y la rendición de cuentas actúan a favor siempre y cuando el acceso a la información pública sea democrático.

Es preciso concientizar sobre estas situaciones, reconocer las causas sistémicas de la pobreza y la desigualdad, evitar la sobresimplificación y la individualización de los problemas, tanto en los modelos educativos como en las prácticas culturales. Hay que comprender que los desafíos son mucho más profundos que la voluntad de las personas de transformar su condición, pues está claro que a nadie gusta vivir en pobreza. A todo esto hay que sumar la violencia generalizada que se vive en la sociedad posmoderna y la exclusión generalizada que pesa sobre las minorías, situaciones que se fortalecen gracias a la proliferación de discursos dogmáticos. Vivimos una era que impone echar a andar el pensamiento crítico.

Manchamanteles

José Emilio Pacheco retrata en este crudo poema la condición de miles de personas en el mundo:

INDESEABLE

No me deja pasar el guardia.

He traspasado el límite de edad.

Provengo de un país que ya no existe.

Mis papeles no están en orden.

Me falta un sello.

Necesito otra firma.

No hablo el idioma.

No tengo cuenta en el banco.

Reprobé el examen de admisión.

Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.

Me desemplearon hoy y para siempre.

Carezco por completo de influencias.

Llevo aquí en este mundo largo tiempo.

Y nuestros amos dicen que ya es hora

de callarme y hundirme en la basura.

 

Narciso el obsceno

“¡No Carmelita, si el pobre es pobre porque quiere!”, exclamó con aire de superioridad y susurrando para que no lo regañara el supervisor.

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