Rubén Cortés.

Pase lo que pase luego, lo esencial de estas dos semanas de Xóchitlmanía es que revivió a una oposición que lleva 5 años con la cola entre las patas, porque el presidente le echa sus perros, abre carpetas de investigación, difama, la denigra, la amenaza.

De estar pensando hace dos semanas qué hacía con su futuro político (lo publicó en Twitter a las 5:14 p.m. del 21 de junio), Xóchitl Gálvez ha subido seis puntos en el índice de popularidad de Power Ranking Presidencial, mientras que nadie más subió.

El presidente encontró en la oposición alguien que no le teme, y sin posibilidad de abrirle carpetas de investigación, pues es parecida a él: viene de abajo, viste, habla y come “como el pueblo”, anda en bici… un perfil populista, que ya quisiera él en su bando.

La fotografía del momento es que la rapidísima aparición de Xóchitl Gálvez, la galopante cargada que logró en la conversación pública, desconfigura el plan del presidente para inducir la campaña presidencial de la oposición, contando, en su arrogancia, que el candidato sería un hombre blanco y rico.

En cambio, la irrupción de Xóchitl Gálvez es la irrupción de una mujer indígena que viene de la miseria más lacerante en su infancia y que, en la juventud y la adultez, se hizo a sí misma, a través del esfuerzo propio. Es lenguaraz, destemplada y rijosa.

No tiene el presidente, en este momento, nada que reprocharle a Xóchitl Gálvez, salvo mencionar con quiénes se ha reunido en su vida política, como si él mismo no se hubiera rodeado en su vida política de Bartlett, Napoleón, Bonilla o la madre del Chapo.

Sólo eso tiene el presidente contra el perfil de Xóchitl Gálvez: carece de argumentos para desacreditarla, pues ella es quien mejor representa el carácter aspiracional de la idiosincrasia mexicana, de venir de muy abajo, del piso de tierra, y después triunfar.

Xóchitl Gálvez representa la mejor narrativa aspiracional: una niña indígena que andaba sin zapatos que pudo ir a la escuela con muchos esfuerzos y se hizo ingeniera, que aún así dice leperadas, se viste como una doña del cerro, no hace dietas como “los de arriba”. Sigue “siendo igual”, pues.

¿Es importante lo anterior? Oh, claro que lo es para le mentalidad mexicana: recordemos que 30 millones votaron en 2018 para presidente por un perfil como el de Xóchitl, sin que fuera verdadero, como sí lo es el de ella. Él ha sido todo, menos pobre.

El hecho es que, mientras avanza la Xóchitlmanía, baja Claudia Sheinbaum, con su desabrido perfil gris y amargo, y crece la posibilidad de que el presidente cambie el resultado de su encuesta para anunciar la candidatura de Morena.

No es poca cosa.

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