Carlos Arturo Baños Lemoine.
El hecho se convirtió en un experimento social; seguramente involuntario, pero experimento social al fin y al cabo. Tan pronto leí la nota, me vinieron a la mente los experimentos sociales de Milgram, de Rosenhan, de Asch y de la Prisión de Stanford, entre otros que ya se han vuelto clásicos en el ámbito de las ciencias sociales.
Y allí estaba, y allí apareció, en el mismísimo y muy defectuoso Metro de la Ciudad de México: un ambiente de variables controladas idóneo para analizar el comportamiento de la gente, específicamente de las mujeres.
Ya en otras ocasiones, me he referido al absurdo segregacionismo sexual que existe en el transporte público, cual es el caso de los vagones exclusivos para mujeres (de color rosa, como corresponde al “estereotipo indeseable”), para que las mujeres no sufran violencia, sobre todo la de carácter sexual. Y aquí nos reímos todos: en esos vagones, las mujeres han llegado a darse, entre ellas mismas, descomunales y sangrientas madrizas, al tiempo que sufren toqueteos y acosos lesbianos y, ahora, también “trans”. ¡Huy, cuánta seguridad para las mujeres!
Ahora, esos vagones nos permitieron constatar los comportamientos erótico-sexuales que las féminas desplegaron ante un ejemplar del sexo masculino; pero no de cualquier ejemplar: se trató de un extranjero “de muy buenos bigotes”. El guapo, alto, güero, blanco y joven extranjero, ajeno a nuestras normas segregacionistas, se metió por error en un vagón exclusivo para mujeres, pero éstas no se indignaron por “la invasión a su espacio de sororidad por parte del machismo heteropatriarcal”… ¡al contrario!
Incluso con expresiones vulgares, las usuarias mostraron su agrado por la cercanía del “machote bárbaro”. Se violó la norma, sí, pero ninguna mujer se inconformó por ello. Y por supuesto que nos vino a la mente algo que ya todos sabemos y hasta se ha concretado en chistosos memes: no es la actitud, sino quién la lleva a cabo.
Si el acercamiento físico o el intento de flirteo lo lleva a cabo un varón guapo, joven y adinerado, no es “reprobable acoso” sino “afortunado y caballeroso galanteo”. Y si el mismo comportamiento lo lleva a cabo un varón feo, viejo y pobretón, mínimo es “acoso sexual” con cara de “violación en grado de tentativa”. La misma conducta cambia de significado dependiendo de quién la lleve a cabo.
Dicho experimento social además nos sirvió para demostrar lo evidente: la capacidad que tienen todas las mujeres de tomar la iniciativa en materia sexo-erótica cuando se hallan, como diría el maestro Luis Buñuel, ante un “oscuro objeto de su deseo”.
¡Bah! pero nada de esto es útil para la mitología feminista, para la cual la mujeres deben ser, ante todo, las “víctimas históricas del hostigamiento machista, patriarcal, misógino y heteronormativo del universo completo”.
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