Boris Berenzon Gorn.
A María y Yuriria del Valle, con amor fraternal
Estamos atrapados en una competición malsana, una red absurda de comparaciones con los demás. No prestamos suficiente atención a lo que nos hace sentir bien porque estamos obsesionados midiendo si tenemos más o menos placer que el resto.
Slavoj Žižek
En las últimas décadas hemos presenciado el desdén generalizado hacia la filosofía, desde su abandono y casi eliminación de los currículos escolares, hasta la banalización y mercantilización del pensamiento de los grandes sistemas filosóficos. Las razones son diversas, pero sin duda alarmantes, en buena medida porque no queda del todo claro cuál es el panorama de la filosofía en la sociedad futura más allá de los nichos que se han preocupado por cultivarla, pero que desgraciadamente siguen constituyendo pequeños espacios cerrados generalmente definidos por las academias. Esto asegura su subsistencia pero también resulta preocupante en lo que respecta a la acogida de la filosofía en el resto de la población.
La filosofía ha sufrido una infravaloración continua en las últimas décadas, en buena medida por los cambios propios de la sociedad de la información en una época en la que el auge de la tecnología y la ciencia ha transformado los espacios sociales de manera profunda y ha impulsado a que las necesidades del mercado—y, por lo tanto, de la mayoría de la sociedad—estén enfocadas en los resultados prácticos y las aplicaciones inmediatas para resolver los problemas. En el fondo del problema no solamente están los presupuestos enfocados al crecimiento de las tecnologías de la información, sino la creencia de que la filosofía es obsoleta y demasiado abstracta como para aportar soluciones a las problemáticas verdaderamente importantes.
Los sistemas educativos han jugado un papel importante en la pérdida de valor de la filosofía, en parte porque la presentan como una materia abstracta que se estudia por sí misma y no porque sea útil para la existencia humana. A los tiempos acelerados y resultados certeros de las disciplinas enfocadas en saberes empíricos, la filosofía se opone cínicamente, pues parece ser improductiva y poco rentable. Escapa a los resultados cuantificables e incluso a los cualitativos, y aunque se le sigue incluyendo en los currículos, tiende a aparecer como un requisito, parte de la “cultura general” que se espera que los alumnos alcancen, pero que no se ve reforzada desde los otros enfoques y disciplinas como un saber que genera valor a futuro y en la vida diaria.
Existe la creencia de que la filosofía no mantiene una conexión profunda con la actualidad, con los desafíos inesperados que traen las crisis. En tiempos de pandemia, por ejemplo, se llegó a pensar que desviar los recursos de las áreas humanísticas, incluyendo la filosofía, hacia las ciencias de la salud era un paso no sólo necesario sino urgente. Si bien, en medio de la crisis sanitaria este tipo de medidas están justificadas, también deben impulsarnos a reflexionar críticamente sobre el papel de los saberes filosóficos en contraposición con una educación estrictamente racionalizada, enfocada en la “calidad” basada en parámetros estadísticos, esquemáticos y estandarizados.
La conciencia sobre el papel de la filosofía no ha permeado los espacios de divulgación y difusión para todas las edades. Suele ser ignorada en los objetivos gubernamentales y sufre ante la creciente importancia que adquieren las habilidades técnicas y la memorización de procedimientos. Ante todo, la filosofía impulsa el pensamiento crítico y no es famosa por sus capacidades para generar certezas y estabilidad, al contrario, la filosofía pone todo en entredicho, genera dudas, lleva a la crisis nuestras certezas y nos mantiene en una constante incertidumbre producida por el pensamiento crítico. Que nuestros pasos sean como un vaivén sobre las olas puede generar miedo y confusión, sobre todo si no está lo suficientemente claro cuál es el sentido de la puesta en crisis de los supuestos sobre los que descansa nuestra vida.
Pero, contrariamente a lo que pudiera parecer, el estudio de los sistemas filosóficos y la filosofía en su conjunto no es una pérdida de tiempo o un requisito que hay que cumplir para obtener los créditos necesarios si se opta por algún grado escolar. Poner a la filosofía en su justo valor plantea la posibilidad de generar transformaciones en el aquí y el ahora, vislumbrar futuros diversos y luchar contra los dogmatismos de todo tipo que permean las sociedades postmodernas y desestructuran la cohesión entre los individuos y las comunidades. La filosofía, como saber práctico, es el desarrollo del pensamiento crítico y el uso de las habilidades lógicas para enfrentar los problemas cotidianos con una perspectiva amplia en lo que se refiere a tiempos, espacios, culturas, diversidad, medio ambiente, género y todas las variables que pudieran enunciarse.
Promover el estudio de la filosofía es, sin duda, promover el autocuestionamiento, la autocrítica, comprender cómo hemos llegado a creer lo que creemos y ponerlo en duda permanente con la intención de transformarnos constantemente. Pero la filosofía no únicamente atraviesa nuestra individualidad, nuestra subjetividad, sino que juega un papel importante en la sociedad, pues impulsa el desarrollo crítico de las cuestiones éticas fundamentales que son la marca de las sociedades complejas que habitamos, plagadas de violencia, injusticia, violaciones a los derechos humanos, desigualdades estructurales, racismo, misoginia, homofobia, discriminación y un sinfín de males que demandan actitudes concretas basadas en el razonamiento lógico ajeno a cualquier necesidad económica o política.
La filosofía es el pilar del respeto, es la única forma certera de incentivar la tolerancia gracias a la evidencia de nuestras diferencias y a la relativización de nuestras verdades. Justamente a partir de la crítica de las ideologías hegemónicas, las estructuras de poder y los sistemas de control, es posible dialogar desde la interculturalidad, desde la transdisciplina y más allá de las narrativas políticas dominantes. La filosofía evidencia las estructuras ocultas que rigen nuestras sociedades, el valor que asignamos a los bienes materiales e inmateriales, y pone en crisis los modelos del consumo capitalista, el comportamiento en comunidad, las instituciones inflexibles. Incluso tiene la capacidad de patentizar la injusticia, incluso cuando está protegida por la legalidad.
Desde esta perspectiva queda claro que la filosofía es problemática y es común que no goce de buena reputación entre los sistemas que justifican el poder y, sobre todo, entre los grupos que detentan privilegios, porque la única razón del privilegio es que se da por sentado que es natural y justificable. La filosofía impulsa la empatía y el cuestionamiento constante de nuestras subjetividades, llama a la reflexión sobre la ética humanística, pero también sobre la estética que pone en duda las bellezas hegemónicas, sobre la epistemología que favorece los saberes pragmáticos por encima de aquellos enfocados en la transformación interna y la construcción de nuevos valores. Se enfrenta a la ontología del consumo y de su aparente impermanencia, imponiendo la realidad de la muerte y, por lo tanto, la importancia de la vida.
Además, nos llama a cuestionarnos sobre aquello que nos hace humanos, sobre todo en un mundo cambiante y rápido como el de la era digital, donde lo que sobra es información y lo que falta es discernimiento, donde los datos y modelos cuantificables no son siempre capaces de evidenciar la complejidad del ser. Gracias a la filosofía, es posible trascender el significado de nuestra existencia como consumidores, para vernos como lo que somos: personas con dignidad que deben ser el fin del desarrollo científico y tecnológico, y no el medio.
Desde la recuperación de la filosofía, podemos enfrentar nuestra finitud ejerciendo una conciencia plena gracias a la crítica, gracias a la duda. En nuestros días, donde el desarrollo de la inteligencia artificial es incipiente y acelerado, no podemos abandonar el desarrollo de la inteligencia humana, de la crítica, de la creación de sistemas filosóficos en constante cambio y con miras a la transformación de un mundo imperfecto. El estudio de la filosofía se resiste a la banalidad, a poner la cara de Platón en una taza. Porque más allá de los grandes nombres que están grabados en la historia de la filosofía occidental, es momento de recuperar las filosofías anteriores a las colonizaciones, las de todas las culturas, los nombres olvidados de las mujeres y de las minorías, de replantear un panorama que luche contra la opresión a través de la revalorización de la diversidad.
Manchamanteles
Hernando de Acuña escribió:
Dijo el docto Petrarca sabiamente:
«Pobre y desnuda vas, Filosofía»,
lamentando su tiempo, en que antevía
las faltas y miserias del presente;
do el vicio reina ya tan sueltamente,
que valen poco, y menos cada día,
la bondad, el saber, la valentía,
del mejor, o más sabio, o más valiente.
Mas cuanto el mal esta más encumbrado
y el mundo aprueba más lo que debiera
tenerse por infamia y maleficio,
tanto merece ser más estimado
el virtuoso obrar, pues ya no espera
la virtud premio, ni castigo el vicio.
Narciso el obsceno
Decía Platón que la pobreza no viene por la multiplicación de los deseos, sino por la disminución de las riquezas, ¿o era al revés?