Cosas para saber antes de morir

Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas

Un amigo me acusa de ser un “diccionario ambulante de inutilidades”. ¿A qué se debe tan duro juicio de alguien que durante años ha comido y bebido a mis costillas? A ciencia cierta no lo sé. 

Es posible que su antipatía haya nacido cuando en un reputado centro de salud lo reté a que diera el nombre de la mamá de Foforito Cantarranas, hijo natural de don Susano y adoptivo de los Burrón, personajes de La familia Burrón.

Este mentecato respondió que la Divina Chuy. ¡Hágame usted el favor! 

Como hoy puedo dar a conocer al pueblo de México, Foforito no tiene madre, nunca la tuvo. A Gabriel Vargas, el genial autor de la historieta que tiene más sociología mexicana que la obra de Samuel Ramos, se le olvidó. Así como lo escucha. 

“Cuando me di cuenta ya habían pasado varios números y de plano no moví las cosas”, me dijo en una entrevista en el 2001.

¿A usted le parece un dato inútil? Cierto que no contribuye a la paz mundial ni alivia los niveles de ozono en la atmósfera, pero caray, no puede uno andar por la vida creyendo que el joven ayudante de “El Rizo de Oro” es hijo de aquella bailarina de dudosa fama y peor conducta. 

Es como hablar de los Burrón sin saber el nombre del perro de la familia o el apodo del hijo mayor.

Esto me lleva al asunto de los “conocimientos inútiles”. Semestre tras semestre pretendo inculcar a mis alumnos el valor de la curiosidad intelectual como ejercicio para desazolvar las neuronas y nutrir la mollera.

¿Cómo es posible que sepamos más sobre Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano a la estrella que llamamos nuestro sol, a 4.37 años luz de distancia, que sobre cómo funciona la fotosíntesis, causa eficiente de la vida en el planeta?

Yo no creo que sea una necedad saber que el nombre completo del Pato Donald es “Donald Fauntleroy Duck”, que las jirafas se limpian las orejas con la lengua, que los delfines duermen con un ojo abierto, que el ojo de una avestruz es mayor que su cerebro, que los diestros en promedio viven nueve años más que los zurdos, que el músculo más poderoso del cuerpo humano es la lengua, que es imposible estornudar con los ojos abiertos, o que el “cuac” de un pato no produce eco.

De tarde en tarde este diletantismo intelectual arroja luz para entender hechos “serios”. Por ejemplo, si en 1997 la industria aérea yanqui ahorró miles de dólares con sólo eliminar una aceituna en cada ensalada servida a los pasajeros, ¿queda clara la importancia de ahorrar medio dólar en cada barril de petróleo aunque ello signifique invadir un país y la muerte de jóvenes estadounidenses y civiles iraquíes?

Es incalculable el dinero, el tiempo, la energía y el talento que se destinaron a la producción de las bombas atómicas que calcinaron a cientos de miles de seres humanos -principalmente niños, mujeres y ancianos- en Nagasaki e Hiroshima y que desde entonces tienen a la humanidad con el Jesús en la boca

¿Por qué no se dedicaron iguales recursos para domesticar esa energía y aplicarla en beneficio de la especie cuando es de todos sabido que un kilogramo de masa, transformado en energía, equivaldría a 25 mil millones de horas kilovatio de electricidad, y que la energía contenida en una pasa es suficiente para abastecer durante un día a la ciudad de Nueva York?

Pero ya basta. Estoy fatigado. A diferencia de mi admirado Catón, hoy no lanzaré catilinarias a nuestros estadistas. Mejor comparto con usted algunos otros conocimientos adquiridos durante los momentos de ocio productivo que proporciona el desempleo: 

Millones de árboles son plantados accidentalmente por ardillas que entierran sus nueces y luego no recuerdan dónde quedaron. Así como la mala memoria de estos animalitos es una contribución directa a la oxigenación, la glotonería de los ratones voladores que conocemos como murciélagos permite que en la mesa de usted se sirvan diversas frutas: hay semillas que primero tienen que pasar por el intestino de uno de estos quirópteros (mus, muris – ratón; caeculus – diminutivo de “ciego”) para germinar. Piénselo la próxima vez que le meta diente a un mango.

Comer una manzana es más eficaz que tomar un café para mantenerse despierto.

Nadie es capaz de tocarse el codo con la lengua.

La miel es el único alimento que no se descompone: las ofrendas de miel en las tumbas de los faraones podrían usarse en el cereal del desayuno de los arqueólogos.

De todo el helado que se vende en el mundo, un tercio es sabor vainilla. La marca no la sé.

La “j” es la única letra que no aparece en la tabla periódica de los elementos.

Una sola gota de aceite de motor puede contaminar 25 litros de agua potable.

Además del hombre, los únicos animales capaces de reconocerse en un espejo son los chimpancés y los delfines… y algunos políticos.

Reír durante el día permite descansar mejor en la noche.

 

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