Rubén Cortés.
Lo que el sátrapa Daniel Ortega llevó a la práctica, aquí el presidente lo airea a diario con su verbo flamígero: Ortega anuló los títulos a 26 abogados críticos; el presidente mexicano dice que “son hasta doctorados, pero son deshonestos, pero corruptos”.
En su ofensiva contra el Poder Judicial, al que ya tiene demolido, Ortega decidió despojar de sus títulos a 25 de los juristas porque se han caracterizado por su defensa de los presos políticos, tras las protestas sociales de 2018 en el país.
La animadversión del dictador nicaragüenses contra los jueces, coincide con la del mandatario mexicano, quien acusa a los impartidores de justicia de gozar de privilegios, como tener salario, gastos en seguros médicos, lentes para ver y un vales de comida.
Ortega, por su parte, también despojó de nacionalidad nicaragüense a una treintena de abogados, metió a 15 a la cárcel y expulsó del país a más de 30. O sea, no le gustan los abogados. Desprecia la ley, pues.
El mandatario mexicano también, aunque hasta ahora se ha quedado en la propaganda viperina y frases como “a mí que no me vengan con que la ley es la ley”, o que “son un bastión más del conservadurismo corrupto”.
Pero todo eso viene de Hugo Chávez, quien es el santón de Ortega y del gobernante mexicano. Chávez hundió a Venezuela para siempre en abril de 2003, cuando Chávez decidió eliminar al talento del país, por considerarlo “una lacra”.
De un plumazo, el fallecido dictador venezolano despidió de tajo a 17 mil 871 altos profesionales del monopolio estatal del petróleo, PDVSA que, hoy, está proclamado en emergencia oficial, y tiene que contrabandear petróleo en Irán.
Antes de ser desmantelada por Chávez, PDVSA era la mejor empresa del mundo en desempeño y rentabilidad, pero Chávez decidió que “el pueblo no necesita a esas lacras”, en referencia a los ingenieros, prospectores, técnicos, agrimensores, arquitectos…
Cuando Chávez echó a los profesionales y los sustituyó con improvisados de 10 por ciento de capacidad y 90 de fidelidad, PDVSA necesitaba una inversión anual de cuatro mil millones de dólares para mantener su nivel de producción de antes de Chávez.
Sin embargo, Chávez prefirió meter esos cuatro mil millones de dólares a los programas clientelares que le garantizaban el voto en las capas más bajas de la población y, después que arreció la debacle del país, de la clase media empobrecida y, ya, necesitada.
Una de las abogadas críticas a las que Ortega les quitó el título, dice que “años de estudio y experiencia profesional no se borran con una circular de undictador, con resolución judicial cobarde, porque no poder callar una voz”.
Tiene toda la razón. Pero ya la destitularon.