Yasmín Esquivel Mossa

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Como crítico pertinaz de lo que pasa en nuestra República, pareciera increíble lo que voy a decir, pero el daño que le hace la ministra Yasmín Esquivel a la Suprema Corte de Justicia de la Nación no tiene que ver con su opinión y voto en torno a la inconstitucionalidad o no del traspaso de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional.

Nos guste o no, finalmente para eso está el máximo tribunal: para que sus miembros discutan, proyecten y voten. A los demás, incluido el presidente de la República, no nos corresponde determinar si los fallos son justos o no a parecer de cada quien: nos toca acatar.

Lo pernicioso de la actitud de la señora Esquivel Mossa radica en su afán de aferrarse a su asiento en el máximo tribunal de la Nación, al que debió renunciar en cuanto se supo que presuntamente cometió actos de deshonestidad académica en sus procesos de titulación para obtener la licenciatura en Derecho y un posgrado posterior. La pura sospecha hace que su presencia como juzgadora sea insostenible.

¿Es saludable que una ministra de la Corte acuda -tiene derecho, sí- a la protección de la Ley de Amparo para frenar una investigación de la Universidad Nacional Autónoma de México? Me parece que no. Es como si un presunto misógino apelara a la paridad de género en su accionar o si un nutriólogo atendiera a sus pacientes con 120 kilogramos de peso encima.

Y hay algo todavía peor: todo parece indicar que el voluntarismo de la señora no responde solamente a su propia necedad y soberbia. Es evidente que cuenta con el respaldo de Andrés Manuel López Obrador, el mismo sujeto que trabaja de presidente del a República y que desde su mandato como gobernante de la capital del país tuvo como contratista favorito a José Manuel Rioboó, “casualmente” esposo de la ministra plagiaria.

El ingeniero, quien entre otras cosas es corresponsable de la infame decisión presidencial de cancelar las obras de lo que hubiera sido el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, representa lo que la mal llamada Cuarta Transformación desprecia en su falso discurso: el tráfico de influencias y la corrupción resultante de ello. Su esposa es hoy la vergüenza del pleno ministerial, despreciada por 8 de sus integrantes y soportada frágilmente por otros dos togados ostensiblemente inclinados hacia Palacio Nacional, Arturo Zaldívar y Loretta Ortiz.

La tristemente famosa tesis plagiada no es un caso juzgado y probablemente a 30 años de distancia sería una falta prescrita. Pero si hablamos de una impartidora final de justicia y de un mandatario empeñado en cooptar a otro poder constitucional, el asunto raya ya en lo escandaloso.

Yasmín Esquivel logró una suspensión provisional que impidió durante meses que la UNAM hiciera público detalle alguno del procedimiento de revisión sobre el caso. En cuanto llegó la resolución de ese juicio de amparo, contraria a la ministra, ésta obtuvo de inmediato otro recurso similar de un juzgador local, para que la máxima casa de estudios deba mantener en secreto su determinación, que obviamente confirmaría el plagio e invalidaría de facto el título de abogacía, condición mínima indispensable para sentarse en un tribunal a juzgar.

Habrá que estar al pendiente de lo que venga porque, independientemente del lamentable caso de la señora Esquivel Mossa, hay ya señales de que éste será aprovechado para encender los ánimos políticos en la Universidad Nacional, a unos meses de iniciar un proceso interno para relevar a su rector Enrique Graue.

¿Será la oportunidad para que el aspirante a autócrata busque minar a otra institución autónoma cuya independencia desprecia en su afán de centralizar el poder? Ahí se las dejo.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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