Marissa Rivera
Marissa Rivera.
Una tiene el respaldo incondicional del presidente de la República.
La otra es el último resquicio de un grupo que por décadas mantuvo el poder.
La primera jamás borrará de su historial que como presidenta municipal de Texcoco les quitó a los trabajadores el 10 por ciento de su salario para financiar a Morena.
Ante los reclamos, respondía a los trabajadores que antes no tenían trabajo, que ese descuento no les pesaba y que no se quejaran.
La segunda ha sido señalada de un desvió de 115 millones de pesos cuando fue presidenta municipal de Cuautitlán Izcalli.
Presuntamente simuló la compra de mil 49 casas.
Para ninguna de la dos hubo consecuencias mayores. Hoy compiten por gobernar al Estado de México.
El primer círculo de la primera son dos hombres que compitieron contra ella, perdieron, pero son los voceros, los que dan la cara.
La segunda es atrabancada, echada para delante y quien la eligió no aparece por ningún lado. Muchos suponen que la abandonó.
Ese solo es el preámbulo del inédito debate del que seremos testigos, este jueves por la noche.
Dos mujeres una gubernatura.
A lo largo de la historia de los debates políticos en México hemos visto más acusaciones que propuestas, más “shows”, que ideas.
Por eso, este encuentro podría ser diferente. Dos mujeres, dos visiones. Dos mujeres, dos liderazgos. Dos estilos, un destino.
Aunque, lamentablemente, las dos tienen demasiado material para acusarse la una a la otra y dudo que quieran desperdiciar esas armas para exhibirse.
Hace dos años fuimos testigos de algo similar, en Colima, hubo más candidatos, pero el debate se centró entre dos mujeres, Mely Romero e Indira Vizcaíno. Y ahí, con mesura, pero una acusó a la otra de “robamaridos” y la otra la acuso de “corrupta”.
Por eso, insisto, ojalá sea un debate de ideas, donde la carencia de argumentos se exhiba, sin necesidad de recurrir al señalamiento, a la acusación, al golpe bajo.
Porque recientemente acabamos de ver uno de los debates más cómicos y vergonzosos en la historia de México.
El de los candidatos a gobernadores de Coahuila fue un ramillete de acusaciones entre unos y otros, pero el papel del candidato de Morena, Armando Guadiana, fue uno de los más chuscos en la historia.
Ojalá no ocurra algo similar.
Delfina y Alejandra tienen equipo y tienen carácter. Pero acá no habrá ni voceros, ni aplaudidores, estarán solas, una a una, frente a frente.
De ellas dependerá un debate serio, enriquecedor y sobre todo alentador para los votantes mexiquenses indecisos.
También, tienen la pésima oportunidad de abonar la estadística de más de lo mismo.
El ambiente en las redes sociales ha generado en ambos bandos percepciones negativas. Así son las luchas electorales en México. Denostar al otro en lugar de destacar ideas.
Hace dos días, el bando de Delfina se basó en un video, donde presuntamente Alejandra pidió a sus simpatizantes que “hicieran lo que saben hacer, porque iban por una constancia de mayoría no por una constancia de buena conducta”, para acusarla de incitar al fraude.
El equipo de Alejandra dijo que el video está editado.
El ambiente está caliente. Las provocaciones están a la mano.
¿Sucumbirán ante la tentación de desacreditarse?
O nos demostrarán que hay otras formas de debatir, de confrontarse con ideas, con propuestas viables que dejen sin armas al adversario.
Parece difícil, pero no imposible.
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