Obradorismo: el ciego afán de creer

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Ser seguidor de Andrés Manuel López Obrador se ha convertido -quizá siempre lo fue- en un acto de fe. Pero una cosa es creer en promesas de campaña y otra muy distinta es negar los necios golpes de una realidad que desnuda a un gobierno incapaz, en el “mejor” de los casos, y francamente mentiroso o hasta mal intencionado, en el peor.

La expectativa generada en 2018 fue de tal magnitud, explicada ésta en 30 millones de votos, que el fracaso es monumental, como desproporcionada la necia negación de quienes no quieren reconocer que la mal llamada Cuarta Transformación no ha sido sino el mote con el que se conoce a un gobierno fallido.

Pero hay niveles en esta desesperada justificación del error histórico de haber llevado a AMLO al poder: desde la nueva clase política generada en torno al tabasqueño, beneficiarios políticos y económicos junto a las viejas figuras que simplemente cambiaron de color y de partido, hasta los perdedores de siempre, que hoy reciben dádivas en efectivo y regalan legitimidad política con su presencia en mítines y con su voto.

Así, leemos y escuchamos las maromas de quienes ocupan posiciones burocráticas, legislativas o partidistas que tienen a López Obrador en el altar de un líder mesiánico infalible, víctima de una eterna conspiración de quienes simplemente muestran los datos duros de la catástrofe: cero crecimiento económico, casi 150 mil muertos por violencia, 4 millones más de pobres y un sistema de salud desmantelado.

Miembros del gabinete presidencial, funcionarios del gobierno federal, legisladores y activistas de Morena, compiten por la simpatía del mandatario en una interminable sucesión de lambisconerías que repiten el credo obradorista o replican a sus críticos con el consabido “pero el PRI y el PAN robaban más”.

Las chocantes loas incluyen por supuesto a sumisas mujeres que el mismísimo 8 de marzo emplearon su tiempo no en la lucha de género, sino en rendirle pleitesía al autócrata, perdido ya en la certeza de que absolutamente todo gira en torno a él y su figura autodefinida como “histórica”.

El fenómeno pasa por la opinión pública y los líderes de opinión. No vale la pena detenerse en patéticas figuras de pseudo periodistas a sueldo

dedicados a cuidar la mañanera imagen presidencial, sino en analistas que apoyaron por años al opositor, que llamaron al sufragio y que hoy enfrentan la defensa de su credibilidad ante una realidad inocultable.

Unos, reconocen que se equivocaron al apoyarlo y más al votar por él, pero tratan de trasladar su propia responsabilidad a terceros. “Nos engañó”, dicen los más soberbios, y “me equivoqué”, los más humildes. Otros de plano culpan a quien “los convenció” de sufragar por quien hoy es implacable juzgador de la “prensa conservadora”, que no es otra sino la que no está de su lado.

Hay también opinadores que, ante los severos cuestionamientos al presidente de la República, reconocen sus yerros pero celebran la libertad de crítica que, por cierto, también es presentada como obra y gracia del mandatario. Quieren seguir creyéndole, y por eso hablan de un ejercicio circular de comunicación, aunque como respuesta siempre prevalezca la descalificación sobre los datos duros.

Hoy, más que nunca, es claro que Andrés Manuel López Obrador está convencido de que quienes no estén de acuerdo con él están en su contra, con todo lo que ello implica.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, dicen.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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