Boris Berenzon Gorn.
“En ninguna época es fácil vivir transgrediendo la norma social.”
Carlos Monsiváis
La Web 2.0 es el espacio de la supuesta democracia. Supuesta porque los intereses de mercado y los grandes poderes siguen pesando sobre el valor de las opiniones, porque las plataformas siguen impulsando la carrera y figura de unos cuentos en detrimento de otros, y porque prácticamente cada huella digital que dejamos está siendo rastreada y convertida en algoritmos, anuncios y preferencias que fortalecen la sociedad de consumo y se interesan por la diferencia solo como instrumento de venta y no como reivindicación.
Con todo, es verdad que en la red prácticamente cualquiera puede opinar de todo, conozca o no el tema. El contenido delictivo o criminal es poco—al menos al que se puede acceder sin asomar la cabeza un poquito a la Deep web—y la mayoría puede denunciarse en plataformas y ante policías cibernéticas en el país y en el mundo. Eso sí, tenemos que lidiar con los discursos de odio, la denostación, el acoso, dogmatismos, opiniones sin fundamentos, creencias de todo tipo que atraviesan lo religioso y desembocan en preguntarse si la tierra es plana o no.
El tema de nuestro tiempo en el mundo de la Web 2.0 es la pregunta sobre la libertad de expresión. Se trata de un tema complejo y que además no es nuevo. En los siglos XVIII y XIX, incluso los mismos ilustrados se preguntaban cuáles eran los límites a la libertad de expresión y cómo podían discutirse pensando en la democracia como valor fundamental. Lo primero que parece lógico admitir es que se trataba de un debate político, pensado en qué tanto podían los ciudadanos opinar o no acerca del gobierno y si estaba justificado que todos lo hicieran.
Los filósofos pero también los expertos en política y sociología—que surgía como ciencia—se cuestionaban si era legitimo que personas que no poseyeran conocimientos en torno a temas específicos pudieran opinar al respecto. Las respuestas eran variadas, desde quienes abrían el espectro de la libertad de expresión universalmente, hasta los que defendían distintos niveles de censura. Había quienes concedían el poder de opinar únicamente a los expertos, otros que aseguraban que los ciudadanos podrían decidir al experto que opinaría por ellos y que a eso se limitaba su libertad, finalmente quienes pensaban que únicamente los gobernantes tenían la facultad de discurrir de temas políticos.
En pleno siglo XXI resulta inconcebible, al menos desde el mundo occidental, que puedan esgrimirse banderas a favor de la censura en un estado de derecho que respete los derechos humanos; y precisamente ese fue el origen de internet. El idilio de un espacio donde todo el mundo pudiera decir lo que quisiera, sin censura y sin restricción. Desgraciadamente esto motivó criminalidad y discordia, y tanto plataformas como creadores de contenido fueron creando marcos regulatorios mínimos para poder interactuar. La anarquía conllevaba violencia, y por desgracia es preciso ejercer control para limitar cualquier clase de violencia, así sea en el mundo intangible de internet.
En este horizonte, plataformas como Twitter se han vuelto campos de batalla política, y en cierta medida, son empleadas prácticamente todas las plataformas en tiempos electorales. Lo paradójico es que, desde esta perspectiva, parece que la libertad está limitada por las grandes narrativas, por lo políticamente correcto y por el valor que se asigna a los líderes de opinión e influenciadores frente al resto de personas. Se puede hablar de todo, es verdad, pero el poder de la opinión no siempre está garantizado, y la mayoría de las veces, cuando se opina de temas importantes, la opinión se alinea con los discursos hegemónicos.
Aún así existen narrativas trasgresoras que han encontrado en la Web 2.0 un impulso vertiginoso, y que han impactado el lenguaje y las prácticas desde el contenido hacia la política cultural. El impulso del feminismo así como de los movimientos de la comunidad LGBTIQ+ son una importante plataforma política en lo referente a la transformación de las narrativas hegemónicas. Sin embargo, es preciso entender que la falta de visibilidad no es equivalente a inexistencia, es decir, siempre ha habido narrativas trasgresoras, al mismo tiempo que ha habido activismo en las diversas manifestaciones de las identidades sexuales y de género, en las minorías étnicas y en lenguas diferentes al español. Sin embargo, las narrativas preinternet no permitían la representatividad debido a las determinantes de su propio surgimiento, marcadas por una evidente diferenciación de roles, clases y jerarquización de poderes.
Además de las propuestas de nuevas narrativas, destacan también los estudios críticos de quienes buscan reivindicar las manifestaciones de la transgresión en el pasado, ejemplo de ello son los textos con perspectiva de género, el estudio de las manifestaciones de la antes llamada “baja cultura” o la reivindicación de actores a quienes se les había asignado un papel sin voz, del mismo modo se va admitiendo el contenido homoerótico en virtud de la visión heteropatriarcal dominante. Esto significa que los movimientos alternos al canon están tomando mayor representatividad, al mismo tiempo que las luchas continúan dentro y fuera de web 2.0. Es innegable que en muchas ocasiones instituciones como la RAE han tenido parte al nutrir argumentos contra las minorías y los grupos oprimidos, pero el lenguaje tiene vida propia, existe y persiste.
Las narrativas siempre se están transformando, hoy podemos estar conscientes de estos cambios aunados a luchas políticas, pero los movimientos alternos son una constante histórica. Pensemos por ejemplo en los discursos y arte contra la guerra, contra el capitalismo o en la promoción de la libertad sexual antes de que fuera popular en la década de los sesenta. En todos los casos, a cada poder hay resistencia y visibilizar es la mejor manera de ganar espacios. Así que la censura nunca será un camino deseable. Si bien, tendremos que acostumbrarnos a ejercer la mentalidad crítica para reconocer una opinión que cuenta con argumentos de otra que no.
Manchamanteles
Y a propósito de la transgresión, incluimos un poema de Gabriela Mistral, profundamente enamorada de Doris Dana:
Amor, amor
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡lo tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de amar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras;
te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!
Narciso el obsceno
Estaba parado en la orilla de una tierra plana incendiando los libros de Anaximandro.