Alejandro Rodríguez Cortés*.
Como si en el México de 2012 a 2018 no hubiera pasado nada, la necia justificación de que si el gobierno actual no ha podido resolver los problemas nacionales es por las perniciosas herencias del pasado, éste se ubica fundamental y casi únicamente en el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa.
El actual mandatario ganó legítimamente la presidencia de la República porque supo capitalizar la gran desazón por seis años de peñismo. Sin embargo, un obvio pacto político con Enrique Peña no solo le cedió el poder desde el día siguiente de la elección de hace casi 5 años, sino que materialmente borró lo sucedido con su antecesor de los mensajes oficialistas de la mal llamada Cuarta Transformación.
Aunque nunca había dejado de denostar a su gran enemigo que siempre fue el panista que lo derrotó en las urnas a mediados de 2006, hoy la ofensiva oficialista se ha hecho exponencial y en la comunicación mañanera de la 4T todos los caminos al infierno pasan por Calderón, y en forma reiterada por el brazo ejecutor de la política de seguridad pública en el sexenio calderonista: Genaro García Luna.
Una y otra vez hemos escuchado desde Palacio Nacional que, a pesar de la promesa incumplida de pacificar inmediatamente el país, la culpa de más de 140 mil muertes violentas en los últimos 4 años sigue siendo de aquellos que iniciaron la guerra contra el crimen organizado.
El juicio de uno de ellos, sentado en el banquillo de los acusados neoyorkino, fue inmediatamente convertido en una suerte de desagravio para el “movimiento”, que lanza al patíbulo a quien consideran responsable de su propia incompetencia. Quieren consumar su venganza contra quien “les robó la Presidencia”, pero a la par justificar su fracaso.
Las peroratas mañaneras que inventan una imaginaria “cero impunidad” en México, piden a los medios de comunicación que callen ante el mismo Estado fallido que AMLO y los suyos criticaron ferozmente cuando eran oposición, y exigen una cobertura monotemática: el juicio del siglo, durante el cual el presidente de la República esperó impaciente a que ahí saliera el nombre de su villano favorito. Cuando esto sucedió, sonaron fanfarrias y estallaron fuegos de artificio para celebrar un supuesto fallo de culpabilidad contra quien ni siquiera estaba sentado frente al jurado esperando su sentencia.
Pero el gusto les duró muy poco porque tan solo unas horas después, el salón de la misma Corte en Brooklyn se sacudió cuando el abogado defensor de García Luna pronunció otro nombre que no estaba en el libreto del oficialismo mexicano: ¡el del mismísimo Andrés Manuel López Obrador!
¡Vaya despropósito! – Exclamaron los pseudoperiodistas lambiscones enviados a la urbe de hierro para exaltar in situ el mensaje del autócrata mexicano, y que inmediatamente recibieron instrucciones para acosar al abogado que simplemente le preguntó a un narcotraficante confeso si ratificaba una declaración anterior -en otro juicio hace años- en el sentido de que el narcotráfico también había sobornado al gobierno de la capital del país cuando ésta era gobernada por el supuestamente inmaculado Peje.
No dejó de ser gracioso, patético pero gracioso, que los voceros obradoristas aplaudieran a un delincuente confeso cuando señalaba a García Luna y a Calderón, pero descalificaran al mismo personaje cuando osó mencionar el nombre de su pastor y guía.
El hecho sorprendió descolocados a todos. Y entre maroma y maroma, el mismo López Obrador amagó con demandar al litigante por daño moral, un despropósito si vislumbramos el escenario de un jefe de Estado y de Gobierno en funciones sometido a la jurisdicción de un tribunal extranjero. Y todo por la misma necedad y la soberbia con la que se conduce el mandatario que ahora sí decide, según él, preservar la integridad de la investidura presidencial que él mismo ha devaluado en ésta y anteriores ocasiones en que se ve exhibido.
La misma necedad que lo hizo confesar que, a pesar de que todo su equipo estaba en desacuerdo con cancelar las obras del nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, tras una noche de insomnio él se empeñó en consumar la decisión económica más estúpida de la historia.
Así, la 4T, que ya va a acabar.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz