Carlos J. Pérez García.
La “docena trágica” es como los perversos economistas llaman el agitado período de los dos sexenios entre 1970 y 1982, con las presidencias de Luis Echeverría y José López Portillo, que terminaron en crisis y condujeron a varios sexenios de correcciones y ajustes dolorosos, incluso con ayuda de Estados Unidos. Yo mismo —para situar mi crítica en contexto— fui partícipe entusiasta de ese populismo esperanzador, pero con el tiempo y las secuelas cambié de opinión.
Miren, la cuestión es que después soplaban vientos poco estimulantes en el sexenio de Miguel de la Madrid a partir de 1983, dentro de lo que el actual presidente ha llamado “un período neoliberal” de 36 años. Hubo así quienes no maduraron ante la evolución negativa de la Revolución Cubana el siglo pasado, ni tampoco frente a las consecuencias desastrosas del populismo estatizador y expansivo de aquellos doce años. Viene a ser nuestro caso evidente en ambas situaciones.
Hay decisiones demagógicas y dizque económicas que el gobierno está tomando, en el marco de esas desventajas no reconocidas.
Persiste la discusión sobre si ciertas actitudes del presidente se deben a que no es una persona muy inteligente (lo llaman tonto o pendejo, pues es más bien astuto e intuitivo), a que no es un individuo muy equilibrado en cuanto a su mente (está loco, se dice) o bien a que es un anciano frustrado y de múltiples resentimientos (necio, desinformado, disparatado, con una educación deficiente). Creo que no es ninguna de esas opciones específicas, sino una combinación de las tres. Y no aplica lo de la ancianidad si hay mayores que él de una gran lucidez.
En fin, el problema radica en que el país se hunde en un destructivo retroceso general que tomará tiempo y esfuerzo para ser revertido, con un mayor sufrimiento de los más pobres. Los desatinos trasnochados con Cuba (recordemos que Adolfo López Mateos hablaba de una “atinada” izquierda) si acaso confunden y afectan el prestigio internacional, pero en muchos otros ejemplos son más perjudiciales.
Respecto a la democracia nos detallan cómo se ve amenazada por el llamado Plan ‘B’ que la Cámara de Diputados aprobó y pasó al Senado sin siquiera leerlo, ya que implica poner en riesgo extremo los avances y la experiencia que surgieron por la desconfianza en las elecciones cuando las manejaba el gobierno y no el IFE/INE, como organismo autónomo especializado en la seguridad, certeza y supervisión de actividades, pues sería posible manipular los resultados, se cometerían o argumentarían fraudes, se alegarían conductas indebidas y se tendería a conflictos poselectorales con inestabilidad política e incluso ingobernabilidad. De hecho, pocos tendrían confianza en esos resultados electorales y podría generarse violencia al ser desconocidos.
Estarían jugando con fuego al desdeñar 8 puntos: el padrón de electores, la necesidad de un equipo competente y ajeno a intereses partidistas, la garantía de que haya distintas opciones a elegir, las condiciones de equidad (piso parejo), el financiamiento de fuentes lícitas y conocidas, el monitoreo constante de las campañas, la sujeción de todos a las reglas del juego y la aplicación de sanciones imparciales.
¡De ese tamaño! Vamos a ver si desean averiguar el enorme costo de no tener democracia.
* EN LAS LISTAS DEL World Justice Project, un prestigiado grupo internacional que seguimos en estos espacios, en 2022 México retrocede 18 lugares y está entre los peores países del mundo en corrupción, junto a Uganda, Camerún, Camboya y Congo. Los que se encuentran en la mejor posición son Dinamarca, Noruega, Singapur, Suiza y Finlandia en ese orden. De tal modo que, con esos comparativos tan serios como lamentables, no sé si el presidente siga agitando su pañuelo blanco como símbolo de la “erradicación de la corrupción”. Aunque, claro, es tan cínico (¿sanción aquí por injurias?) que no sería raro que lo continuara haciendo en su habitual narrativa que resulta justamente lo contrario a la terca realidad.
@cpgarcieral