Jorge M. Ramírez.
El pasado 5 de febrero en torno a la celebración en Querétaro de la promulgación de la Constitución de 1917 fue pronunciado un discurso de parte del Poder Ejecutivo, pidiendo abolir al neoliberalismo de la Carta Magna. Un pronunciamiento atropellado muy al estilo tercermundista, que nos recuerda la verborrea del echeverriato de los setenta del siglo pasado.
En realidad, me parece que hoy, muy pocos entendieron lo que se quería decir, porque no he visto muchos comentarios sobre este tema, que amplíe sobre la destrucción de algo que no existe como tal en el texto aludido.
Me supongo, porque hay que inferir a falta de definiciones de parte de quien usa el término en podios oficiales del gobierno mexicano, que la arenga extrema intenta clamar en contra del sistema capitalista moderno, pero sin atreverse por cobardía, por ignorancia o por evitar el ridículo en pleno siglo XXI, y prefiere usar un eufemismo, el de neoliberalismo, es decir una palabra rebuscada que oculte el verdadero concepto que es el del capitalismo en este siglo y se preste en última instancia a la confusión.
Porque el neoliberalismo como término en la política cada quien lo entiende como le da la gana, con el único denominador común de utilizarse con una carga peyorativa, como un sustituto de algo malo, que todos deben conjeturar su significado, pero que nadie puede definir con exactitud… ¿porqué?
Muy sencillo, las referencias al neoliberalismo provienen de sectores que no entienden la economía, que revuelven la gimnasia con la magnesia, de sujetos que han hecho de la crítica superficial e infantil, un modus vivendi, como el muy leído folletinero Noam Chomsky, propulsor líder del resentimiento social como única forma de aferrarse a la existencia.
Por eso, se presenta el neoliberalismo en los acuerdos resolutivos, que no resuelven nada, como el fantasmagórico enemigo a vencer, que tanto emociona a los ociosos y adictos de las viejas asambleas permanentes que tenían en jaque a las universidades públicas; que, en un extremo de irresponsabilidad, eran tolerados alterando el orden elemental de las instituciones de educación superior para construir ciencia.
El neoliberalismo que quieren abolir desde el poder, no es otro que el capitalismo moderno.
De hacerle eco a sus exigencias, tendríamos que exterminar el comercio exterior, que hoy da empleo real a millones de mexicanos y que ha sido la vocación de nuestro país por más de 500 años; aumentar el papeleo y la burocratización en la economía, para entorpecerla y por supuesto, gastar en empresas improductivas, quebradas; entes que solo se mantienen por préstamos y por los impuestos de los contribuyentes. Un regreso galopante al precapitalismo del siglo pasado, un capitalismo de estado, gestionado por incondicionales de un partido único.
Por eso se hacen bolas los que ampulosamente se les llena la boca como conjurando el monstruo del capitalismo, por un nombre lateral, como si fuera el neoliberalismo un rollo evanescente, porque evocan un discurso harapiento, sin contenido, de moda entre las huestes que se alimentan de la demagogia.
En realidad, como decía Wallerstein un analista preclaro, con todo y que era marxista; el capitalismo, el le llamaba la Economía-Mundo, es un sistema imparable que tiene más de quinientos años en crecimiento. El entender este proceso y su dimensión geopolítica es imprescindible. Solamente los guerrilleros que estuvieron ausentes de la realidad por su subsistencia -que no vida- clandestina, o los países aislados a la modernidad como Cuba, y ahora Venezuela; así como los dominados por tradiciones milenarias como Afganistán, niegan que el capitalismo moderno, es imparable.
¡Vamos! ni China o Vietnam están clavados en ese pasado que ayer era estatismo asfixiante y hoy crecimiento económico para poblaciones que a finales del siglo pasado no tenían sino un futuro de pobreza institucionalizada o como se quiere implantar aquí bajo el nombre de austeridad antiaspiracionista.
De modo que quieren salirse los jefes de la burocracia mexicana del capitalismo, y piden tajantemente -sin quitarle comas-, que la Constitución explícitamente rechace el libre mercado, y su correspondiente político: la democracia. ¿Es eso?
Díganlo, con todas sus letras, sin eufemismos, a lo derecho.
Porque los del poder burocrático actual van en el camino de comprar empresas quebradas con el dinero de los contribuyentes, como lo hicieron Luis Echeverría y José López Portillo, claro que ellos no adquirieron unas tan evidentemente quebradas y en condiciones de inexistencia real, como Mexicana de Aviación; las que ellos compraron a nombre de los mexicanos, de las que seguimos pagando esos garrafales errores, eran algo más que cascarones, algunas chatarra como la del tipo de Deer Park, que medio sirve, y se salva porque no la pueden manejar los soldados o los incondicionales del momento; pero cuando ellos las manejen, los favoritos del régimen; se van a ir a pique, porque como todo lo que hacen o compran son agujeros negros, se les tiene que inyectar dinero para todo, porque no se sostienen.
En pocas palabras no son negocio, son caprichos, puestos para compadres y amigos de la familia.
Por supuesto que no admiten criterios racionales, porque eso de que las inversiones públicas tengan recuperación o sean redituables, para los de la cúpula del Palacio Virreinal es algo muy feo, es neoliberal, el chiste, dicen, es perder, perder patrióticamente; al fin son empresas del pueblo, y el pueblo las pide, que el pueblo las pague…
Y ese pueblo bueno, para nada, jamás se ha dado por enterado. Decía un caricaturista monótono que era un pueblo de súper machos, más bien súper ignorantes que siguen a un destructor de la economía a ultranza y no se preguntan: ¿quien o quienes? verdaderamente son los causantes de los males que hoy en vivo y a todo color exigen se acabe de un porrazo a la Constitución, lo único bueno que se hizo en los últimos cincuenta años, abrir la economía al libre mercado.