Alejandro Rodríguez Cortés*.
A la memoria de mi padre y de su inmenso amor por la UNAM
Cuando la Universidad Nacional Autónoma de México anunció que poco después del mediodía del viernes 20 de enero el rector Enrique Graue haría un pronunciamiento, se generó una gran expectativa directamente proporcional al implacable veredicto que la opinión pública había ya dictado casi unánimemente en contra de la ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Yasmín Esquivel Mossa.
No bastó el dictamen de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, que confirmó el plagio de la tesis de licenciatura por la hoy jueza suprema. Tampoco el despido fulminante de la maestra Martha Rodríguez Ortiz, la prolífica asesora de trabajos de titulación profesional. Vaya, ni siquiera fue suficiente el tácito y descarado reconocimiento presidencial de que su ministra favorita sí incurrió en un acto indebido. No: en la plaza pública el respetable exigió, exige que la máxima casa de estudios le retire el grado académico a Esquivel y con ello dejarla imposibilitada de ocupar uno de los 11 asientos en el tribunal superior de la Nación.
Quizá esa monumental presión sobre la UNAM y su rector habría sido menor si Esquivel Mossa hubiera tenido la decencia y el decoro de renunciar a su ministerio ante el escándalo y las múltiples evidencias que la señalan, aún con la presunción de inocencia que ella misma dinamitó con sus febriles contradicciones y montajes jurídicos. Pero no fue así: con el apoyo de quien la propuso al cargo y quería elevarla hasta la mismísima presidencia de ese Poder de la Unión, la esposa del contratista favorito de Andrés Manuel López Obrador se aferra a su togado.
Fiel a su estilo, el presidente de la República puso a la institución universitaria de la que él también es egresado en un predicamento político, al retarla públicamente y corresponsabilizarla de un delito que reconoce pero justifica, para no ceder ni un milímetro en su soberbia de poder. Es claro que la UNAM carga con un pecado de omisión ante lo que se perfila como un eventual mecanismo de fraude académico y venta de tesis profesionales, pero en Palacio Nacional elevaron el hecho a lo de siempre: estás a favor de la transformación o en contra de su alfil, con todas las consecuencias que ya hemos visto que ello conlleva.
No es casualidad que la nueva apuesta presidencial por la confrontación con un organismo autónomo se dé en vísperas de un proceso de sucesión en la rectoría de la UNAM, una compleja comunidad de cientos de miles de universitarios donde prevalece la diversidad política e ideológica que es campo de cultivo de conocimiento, pero también de conflicto. López Obrador ya había iniciado su embate contra el rector Graue, y el caso de la ministra Esquivel le cayó “como anillo al dedo” para proseguir su ofensiva.
La cautela en el mensaje de la Rectoría universitaria deja vivo el procedimiento para buscar cómo sancionar lo que se da como un hecho, el plagio, pero pone en entredicho la autoridad moral y el prestigio de la Universidad, ante la exigencia unísona de un castigo ejemplar, como el que por cierto su club de futbol impuso a uno de sus jugadores, presunto agresor sexual y encarcelado en Barcelona.
Eso quería el presidente quien vislumbró dos caminos para su propia alma mater: el desprestigio y la deshonra, o el enfrentamiento con su poder autocrático en caso de que Graue hubiera anunciado la anulación del título profesional de Esquivel Mossa o pronunciara, por ejemplo, un exhorto a la Suprema Corte o al otro poder, el Legislativo, para encontrar caminos de juicio político a la involucrada y mostrarle la puerta de salida en el edificio de Pino Suárez.
El caso es que habrá que esperar más: las autoridades universitarias buscan el camino legal a seguir y niegan vehementemente que eludan su responsabilidad o permitan vulnerar la autonomía y el prestigio de nuestra querida UNAM. Mientras tanto, paradójicamente (porque él mismo señala a su amiga como culpable) Andrés Manuel López Obrador se sumará a las voces que ya descalifican al orgulloso estandarte azul y oro que lleva inscrito el lema vasconcelista de “Por mi raza hablará el espíritu”.
AMLO siempre quiere ganar todo: quedarse con uno de sus votos incondicionales en la Suprema Corte y tratar de apoderarse del control político de la máxima casa de estudios mexicana a fines de este mismo 2023, cuando la Junta de Gobierno universitaria elija a su nuevo rector para los próximos 4 años.
Pero, otra vez meto al futbol, la pelota está en la cancha de Enrique Graue, del Consejo y del Tribunal Universitarios. Esa es la encrucijada de la UNAM. ¡Remátela a gol, señor Rector! ¡Que no le tiemblen las piernas en el área chica!
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz