Raúl Flores Martínez.
Cuenta la historia que, en un país subdesarrollado, hubo un Rey que se cría hijo de Dios, se creía el mesías del cambio con una labia de los viejos políticos enquistados en la mentira.
Le decían el Loco del Palacio, tan loco que siempre buscaba el reconocimiento de sus focas aplaudidoras, enviaba misivas que se convertirían en ley; claro, sin cambiarle una coma de lo contrario, les mandaba a cortar la cabeza.
Tan loco estaba que se creaba su propio mundo lleno de fantasía de luces de colores, de alegrías; era el máximo de los máximos en su reino que se hundía en la miseria, hambre e inseguridad.
Se creía el salvador del mundo, sí del mundo, no solamente de su reino; sino del mundo entero. Hablaba y descalificaba al mismo tiempo, escupía y bendecía al mismo tiempo, solo fracción de segundo le hacían cambiar de opinión.
Algo similar pasa ahora en México con el Presidente que tenemos, un Presidente enloquecido de poder, enloquecido y lleno de soberbia que tiene un trastorno de personalidad notable, ese trastorno que de acuerdo con los psicólogos, es un psicópata narcisista.
Un creador de fantasías, creador de complots que, según él, tratan de desestabilizar su de por sí fracasado gobierno; resulta que el atentado contra el colega y compañero Ciro Gómez Leyva, fue un autoatentado para desestabilizar su gobierno.
Solo las mentes perversas y enfermas, pueden tener ese tipo de reacciones, pensamientos de persecución, de fantasía y protagonismo al mismo tiempo, fantasías que solamente él, tiene esa capacidad de crear, al igual de cambiar los hechos históricos a su antojo.
Ese afán de protagonismo de López Obrador, lo hace montarse en un intento de homicidio con la finalidad de estar en los reflectores; de que lo consideren en el ser bendito que muchos descerebrados, le han hecho creer, López Obrador no es más que el loco de palacio.