Boris Berenzon Gorn.
A la memoria de Héctor Bonilla y con afecto y solidaridad a Sofia Álvarez, Sergio, Leonor y Fernando Bonilla.
¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Calderón de la Barca
Pensando en el teatro contemporáneo, siempre es interesante repensar cómo construimos la idea del escenario. Imaginemos la escena de un hombre viendo caminar a otro desde una banca en el parque o desde la ventana de un apartamento. Algunos dirán que esto es teatro, otros lo negarán, porque parece que las nuevas propuestas han perdido el foco sobre lo que significa la representación escénica, misma que va mucho más allá de las luces y las cortinas rojas. Cuando existe la intención de establecer comunicación con el espectador nos encontramos ante un acto teatral.
En realidad, no siempre es necesaria la palabra para que haya teatro, mucho menos el diálogo, incluso existe una enorme cantidad de monólogos que son verdaderos actos teatrales, aunque esto de ninguna manera disminuye la importancia de muchísimas obras que se han constituido a través de la palabra a lo largo de la historia. El punto nodal se establece al admitir que la comunicación no sólo es verbal y que los lenguajes no verbales, la iluminación o la música, el espacio, los gestos, la indumentaria, entre muchos otros elementos, también transmiten mensajes y a menudo aportan información que las palabras son incapaces de comunicar.
El contexto importa y la interpretación no depende exclusivamente de las palabras, sino también del medio en que están insertas. Así lo han demostrado muchos lingüistas al analizar los andamiajes que hacen posible el significado que tienen los conceptos dentro de un grupo, espacio y tiempo determinados. El problema filosófico del sentido es algo mutable, en vez de algo unívoco y canónico que reside en el texto. Al traer a cuento el tema del sentido, estamos incorporando la importancia del espectador de una manera mucho más representativa que en la interpretación canónica del teatro. Esto es algo que ocurre en la literatura y las humanidades en general: desplazar los mensajes unívocos y la pretensión de verdad contemplando la subjetividad de quien toma el mensaje y complejizando el metalenguaje subyacente.
Por eso, el reconocimiento de la finitud de la representación es sumamente importante, porque historiza y proporciona claves interpretativas comunes: los mensajes en una misma representación seguramente serán cambiantes en el siglo XVIII, XIX, XX o en la actualidad. A lo anterior, creo que hay que agregar que las innovaciones tecnológicas plantean en definitiva un enriquecimiento al teatro construyendo nuevos sentidos en la medida en que enriquecen la transmisión de emociones, que son, en última instancia, las que proporcionan al teatro su carácter artístico. Incluso hay que admitir que la falta de palabras puede ser también un acto subversivo contra el predominio del logos como único canal de comunicación y su creciente banalización en los medios de comunicación masiva, las redes sociales, programas de entretenimiento y las tendencias musicales más populares, que explotan el cliché como único mensaje y dejan de lado el contenido.
En lo que respecta a la narración, el guion como discurso que representa la historia mantiene la tensión, familiariza al lector con el carácter de los personajes y permite asociar su personalidad con sus gestos, lenguaje y demás elementos que no son comunes en otro tipo de narrativas. Las descripciones iniciales de situaciones y escenarios seguidas de los diálogos generan una doble referencia que se imbrica cuando se ha leído cada escena por completo instigando la imaginación, de tal suerte que genera imágenes mentales.
Para Juan Mayorga el teatro es el arte del conflicto. Es así porque la condición humana se define por sus contradicciones, por la búsqueda de significados y la formulación de preguntas que no necesariamente encuentran respuesta, el teatro demuestra esa complejidad, también con la influencia del posmodernismo. Al mismo tiempo, es interesante que el teatro constituya un llamado a la reflexión. El conflicto desata, consciente o inconscientemente, la búsqueda de respuestas y soluciones; pero a menudo, el teatro demuestra que el conflicto es parte constante de la historia y la subjetividad humanas y que no se puede escapar de él. En este sentido, el conflicto está en la producción y recepción de la obra, al igual que dentro de su propia construcción narrativa. El hecho artístico no está separado de la dinámica social en la que subyace, tanto desde la mirada del artista como del espectador, quienes por momentos pueden convertirse en uno mismo.
Partiendo de lo anterior, la importancia del espectador en el teatro es primordial en la construcción de significados y hace posible la mutabilidad del trabajo artístico más allá del tiempo y del espacio. La serie de elementos que conforman el horizonte desde el que autor y espectador construyen juntos el hecho artístico, hacen posible que, a pesar de que la representación tenga un principio y un fin, se generen interacciones que pueden variar de una representación a otra. A diferencia del entretenimiento comercial de narrativas vacías y superficiales, el teatro experimental explota el silencio y el sonido en la construcción del drama, produce un espectáculo mutable por la recepción del espectador. Lo mismo ocurre cada vez que se reproduce una obra, pues a pesar de que existan un guion y una historia, cualquier mínimo cambio es capaz de generar un nuevo significado. Y no solo la representación es variable, también las emociones que provoca según la subjetividad del espectador, pues el tipo de público tiene la capacidad de construir mensajes distintos.
Implicar al espectador en una obra suele ser enriquecedor. Jugar con la construcción del escenario y los espacios en donde se encuentra el público es una buena manera de trasgredir la distancia entre la obra y quien la mira/vive/experimenta, pues genera interesantes experiencias inmersivas. También es interesante permitir que el espectador interpele a los actores, que hable con ellos y que dependiendo de sus intervenciones la obra siga un curso diferente, de tal suerte que una representación puede variar de una a otra dependiendo de la reacción del público construyendo historias con finales distintos o variando escenarios, música, luces. Es innegable que en la medida en que se concientiza el valor de la recepción en la obra de arte se enriquece también el trabajo de quienes la crean, lo que permite mantener la tensión permanente (el conflicto) y dialogar con el mundo que hace posible la obra, en este caso, el teatro.
Manchamanteles
Daniela Troc al hablar de “Escenografía teatral y posmodernidad”, introduce el concepto de alegoría, un tema clave puesto que su valor simbólico se convierte en el referente artístico de la obra dramática, permitiendo estirar las posibilidades de representación a través de lo verosímil. La alegoría es una transición simbólica que no depende de la palabra, por lo que el espacio en el teatro constituye un ejemplo inigualable de hasta qué punto se puede explotar lo alegórico. La alegoría simboliza, atrae, incluso es capaz de construir lo inexistente. En su justa medida, el teatro juega con un espacio inconmensurable e ilimitado, y en ese sentido, más que una limitante para el dramaturgo plantea un número de posibilidades infinitas. El manejo creativo del espacio y del tiempo en su conjunto, puede dotar a un relato universal (como las obras clásicas) de significados que se extienden más allá del lenguaje, que lo adaptan y lo convierten en un valor de referencia atemporal
Narciso el obsceno
Como su vida no era ni tragedia ni comedia, comenzó a performar en Instagram.