Réquiem por Pablo Milanés 

Rubén Cortés. 

Para Haydee, a quien acompaño en el sentimiento 

Me acordé del paso de Alí por Miami una noche en la que fui a un concierto de Pablo Milanés en Pembroke Pine, a 45 minutos de la playa. Pablo ya tenía 78 años, no podía caminar sin ayuda de otros, sufría de varias dolencias físicas y debía sostener su vida con base en tratamientos de sueros. Yo había asistido a otros conciertos de Pablo en los últimos cinco años en la Ciudad de México y, en todos, el agravamiento de alguna enfermedad impidió que estuviera a gran altura. Sin embargo, aquella noche en Pembroke Pine, la quintaesencia de Miami se apoderó del autor de Yolanda. Al día siguiente tenía que someterse a durísimas sesiones médicas. Sin embargo, cantó con una voz limpia y clara a lo largo de dos horas. Fue un espectáculo mágico en el que Pablo Milanés sacó su estuche de duendes, los echó en el escenario y la noche se llenó de maravillas, cuando cantó Nostalgias

 

Todo se va 

todo tiende a pasar 

por el tiempo que nos señalan 

para ver que al final del viaje 

todo vuelve para comenzar. 

Años de luz 

inocencia y dolor 

como estrellas que se cayeron 

como un ciclo que nos hicieron 

para el odio, para el amor. 

Muero al vivir 

resucito al pensar 

desde aquello que un día soñé 

los espejos que se me rompieron 

los juguetes de mi amanecer. 

Parecía un himno al Eternal Comeback, que era la sustancia del Miami que acogió a los exiliados cubanos y propició el surgimiento de Mohamed Alí. Un episodio clásico de Miami, la ciudad que endurecía a quienes pasaban por ella. Porque la energía de Miami iba siempre contigo, así como contaba Hemingway que, si tenías la suerte de haber vivido en París, luego París te acompañaba fueras adonde fueras, el resto de tu vida. Por eso a Miami le perdonábamos sus excesos. Aquel sitio era lo que escribió Dave Kindred sobre Alí: “No podemos condenarlo, como no condenamos al arcoíris a que se disuelva en la oscuridad. Los arcoíris nacen de las tormentas eléctricas”. 

De mí también se había apropiado aquel ánimo, tanto como para provocarme violar una máxima de Hemingway: “Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él”. 

Sin embargo, escribí sobre Miami en Miami, frente a una ventana, desde la que miraba a las iguanas dormitar bajo el sol en las riberas del canal de Normandy Isles. A través del vano, escuchaba el graznido lastimero de las gaviotas en otoño, y aguardaba la llegada de las lluvias para ver nacer los mangos en el árbol, que estaba junto a la claraboya del baño. 

(Tomado de El color de Miami, capítulo de mi más reciente libro “Cuarteles de invierno. Viajes con mi hijo”. Editorial Purgante, 2022

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