Alejandro Rodríguez Cortés*.
No había nada más etéreo que el concepto “sociedad civil” antes de la semana anterior. Dos palabras que llenaban discursos opositores, consignas públicas o membretes de organizaciones sociales, pero que parecían perdidas en la realidad de un régimen populista y demagogo que las ignoró y las sustituyó una y otra vez por el vocablo “pueblo”, sobadísimo en las homilías de Andrés Manuel López Obrador y limitado exclusivamente al ámbito de sus simpatizantes.
Pero todo cambió el 13 de noviembre de 2022, cuando cientos de miles de mexicanos salimos a la calle con el único afán de defender una institución que nos ha dado la opción de tener una potestad sin la que vivimos por décadas: la de elegir libremente a nuestros gobernantes.
En ello, y quizá sin darnos cuenta, hemos mostrado que se puede detener el impulso autoritario de la mal llamada Cuarta Transformación, empeñada paradójicamente en destruir el andamiaje democrático con el que llegó al poder y en el que pretende perpetuarse.
La defensa del Instituto Nacional Electoral será un parteaguas en la lucha por un México de contrapesos constitucionales que fueron diseñados justamente para dejar atrás los tiempos de un partido único y de un líder autoritario siempre dispuesto quedarse indefinidamente en el timón nacional. No es la primera vez que un mandatario busque caminos para mantener ese poder que le da la presidencia, pero sí es definitivo e histórico el alto que en este sentido hemos puesto los ciudadanos, incluso por delante de partidos políticos no oficialistas, que ya tienen tarea concreta por hacer en los próximos dos años.
Porque la ya famosa marcha no frenó simplemente la reforma electoral que pretendía López Obrador y sus fieles huestes de Morena, sino mostró la luz al final del oscuro túnel de un gobierno fallido, de promesas incumplidas, de esperanza ida y de resultados nefastos de política pública. No es un triunfo definitivo, pero sí el nuevo impulso que necesitaba mucho más de la mitad de la población que no estamos de acuerdo con el despropósito gubernamental que polariza y hasta enfrenta distintas visiones de Nación.
El presidente de la República, decíamos en la entrega anterior, seguirá su ofensiva contra el INE y contra todo lo que signifique un contrapeso a su necio propósito de sometimiento absoluto de todos sus gobernados, so pena de arrojarlos a la hoguera de descalificativos e insultos propios del autócrata.
Sin embargo, el tigre despertó: no el que AMLO prometió dejar suelto de no ganar la elección de 2018, sino el que no permitirá el retroceso que nos acerque más a Argentina, Venezuela o Cuba que a Uruguay, Costa Rica o incluso Chile.
La sociedad civil ha despertado. Esa misma que le advirtió en 2004 a aquel soberbio jefe de gobierno que podría perder la siguiente elección como finalmente sucedió. La que formamos millones de mexicanos que podríamos equivocarnos pero que siempre tendremos la opción de corregir.
Ahí está la fuerza de quienes ya detuvimos -sin tanta estridencia- la ominosa reforma energética de la 4T, y que podemos seguir presionando para que el INE siga siendo ciudadano, eficaz e independiente; para recuperar la dignidad del Poder Judicial; para relanzar a los organismos autónomos moribundos y para asegurar un 2024 que no nos asegure un lugar en el basurero de la historia.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz