Boris Berenzon Gorn.
Para transformar primero hay que mirar atrás. La relación que una sociedad guarda con su pasado es parte toral de la imagen que de sí misma quiere tener en el presente. Desde los inicios de la Historia, miramos hacia atrás para comprender el origen de nuestras andanzas, pero también para idear con mayor claridad hacia dónde queremos ir en el futuro.
La Historia no es en absoluto letra muerta sobre un tiempo remoto y obsoleto. Es la materia prima que nos ayuda a preguntarnos hacia dónde vamos, cómo llegaremos hasta allí y adónde ya no queremos ir.
Hablar entonces de la memoria histórica significa aludir a una labor colectiva que los pueblos y comunidades hacen por reconstruir los hechos del pasado, a la luz de los preceptos e ideales del hoy y del mañana que aspiran a alcanzar. En esta memoria, las sociedades encuentran advertencias y lecciones, pero también mapas complejos que ayudan a transitar regiones en constante cambio.
Sin embargo, dado que una de sus funciones es el enriquecimiento del debate público, la memoria histórica debe tener aún más espacio en los tiempos de transformación democrática. Los principales procesos de este orden en México, incluyendo el maderismo y el cardenismo, han venido acompañados de una amplia reflexión ciudadana sobre la Historia, con el fin de evitar los excesos y desaciertos del pasado y de construir un porvenir más justo y democrático.
En el periodo actual, perder contacto con nuestra Historia es un lujo que no podemos darnos como país, en ningún ámbito de la esfera pública, de cara a las nuevas generaciones. La construcción de la democracia que se vive en México ha sido el resultado de profundas y complejas luchas sociales que no podemos obviar, olvidar ni menospreciar. Debemos romper con las inercias que buscaban implantar cualquier tipo de analfabetismo histórico.
Estar a la altura del pueblo significa, precisamente, reconocer que las grandes transformaciones que ha vivido el país provienen de incasables esfuerzos ciudadanos, como el que encabezó Miguel Henríquez Guzmán, que, con determinación y altos costos, han abierto espacios de participación en la vida democrática.
La memoria histórica que se propone reivindicar desde la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), presidida por Rosario Piedra Ibarra, con la Recomendación General 46/2022 es aquella que nos acerca con ese pasado democrático de México para explicar el presente y transformar el futuro. Asomarse con los propios ojos a documentos como éste, tomando en consideración los hechos precedentes que se está buscando alumbrar, es el elemento mínimo para participar en el debate. La lectura atenta, cuidadosa, la piedra fundamental de nuestra ciudadanía.
La memoria histórica es un derecho del pueblo que ha sido severamente maltratado, pero que, cuando se practica cotidianamente, constituye un síntoma muy positivo de las sociedades más plurales y abiertas. Desafortunadamente, en México no se ha promovido lo suficiente. Incorporar nuestra memoria histórica al debate es el primer paso para construir nuestra futura y sana democracia.