Boris Berenzon Gorn.
“El cambio de moda es el impuesto que la industria del pobre carga sobre la vanidad del rico.”
Nicolas Chamfort
Se habla del regreso a la moda de la década del dos mil, es decir, de una vuelta estética sobre los cuerpos extremadamente delgados como canon de belleza ideal, una revolución frente al predominio de las curvas que la década pasada personificaron personajes como Kim Kardashian o Beyoncé. Ese retorno preocupa no solo al público objetivo, sino también a expertos en el área de la salud, pues fuera de aquellas personas cuyos cuerpos son naturalmente muy delgados, el resto buscará adaptarse a la tendencia sometiéndose a tratamientos poco naturales que en general se enfocan en los hábitos alimenticios.
En la década de los dos mil, aunado a los estándares de moda basados en cuerpos extremadamente delgados, también se pusieron de moda la anorexia, la bulimia y otros problemas de salud física y mental que pusieron en riesgo a gran cantidad de personas, en especial a mujeres adolescentes y jóvenes. Existían grupos en la red donde las menores intercambiaban consejos para perder el mayor peso posible, ya fuera vomitando, empleando medicamentos que inhibían el hambre o fungían como laxantes, o simplemente para evitar comer y dándose fuerza mutua para lograrlo. Muchos de esos grupos fueron cancelados y perseguidos, pero lo cierto es que eran el termómetro de una sociedad que promovía estándares de belleza que, para la mayoría, resultaban inalcanzables.
Desde una perspectiva más amplia, debemos recordar que no es la primera vez que la moda se vuelve peligrosa. Uno de los ejemplos más famosos es el corsé, que durante todo el siglo XIX modificó la silueta de las mujeres, sobre todo de clase media y alta, en búsqueda de una cintura muy pequeña, caderas y busto prominentes y un caminar recto y delicado. Tal artefacto era capaz de modificar el cuerpo cambiando de lugar los órganos internos, sin contar la enorme cantidad de problemas motrices que producía. La dificultad para respirar y los problemas cardiovasculares entre las usuarias del corsé fueron muy comunes en la época.
El uso de tintas de maquillaje con compuestos nocivos para la salud como el plomo o el arsénico, la modificación del tamaño de los pies mediante vendajes, el alargamiento del cuello a través de anillos de metal, las perforaciones y tatuajes en el rostro y extremidades, el empleo de colorantes para cambiar el pigmento de los ojos, los métodos de blanqueo de piel, seguidos de un muy largo etcétera, son tan solo algunos ejemplos que recuerdan cómo las tendencias de moda en el tiempo y en la historia han incluido riesgos para la salud como resultado de la transformación corporal.
La moda en sí misma es un producto cultural, basado en la comunicación humana. Mediante el cuerpo y la indumentaria, las sociedades muestran su identidad, clase social, rango, rol, ocupación, estado civil, edad, intereses, entre otras variables. Esta comunicación no verbal resulta fundamental en las sociedades comunitarias que requieren conocer a todos sus miembros, pero también en las masivas, donde se cuenta tan solo con algunos segundos para evaluar a la persona que se tiene enfrente. La indumentaria, el cuerpo y los movimientos transmiten una gran cantidad de información, a tal grado que no hay político que no cuente con un asesor de imagen para comunicarse con su audiencia.
Sin embargo, la industria de la moda, que no está por demás señalar, es una industria millonaria, ha tenido desde siempre un sesgo de género. Si bien, las vanguardias sin género comienzan a cobrar mayor importancia, lo común sigue siendo la diferenciación de la identidad de género por medio de la moda, cuyos constructos han pesado de manera persistente y mayoritaria sobre los cuerpos femeninos. Durante los siglos XVI al XIX, la excesiva ornamentación de los cuerpos femeninos a través de una indumentaria que prácticamente les imposibilitaba ejercer cualquier tipo de actividad física, cumplía con el objetivo de comunicar la posición social familiar, la mujer era considerada parte del patrimonio y tanto su indumentaria como su comportamiento reafirmaban la posición social de su padre o marido.
Aunque en el siglo XX algunas tendencias estuvieron encaminadas a la ruptura de los cánones tradicionales que imponían a la mujer roles pasivos, su sexualización ha estado presente prácticamente en todas ellas. Cada que las tendencias cambian, se imponen ideales de belleza que se comunican por todos los medios y con base en el cumplimiento de tales cánones, se asignan lugares sociales. Poder formar parte de las tendencias es un imperativo del capitalismo. Los cuerpos se adaptan a las tendencias y no viceversa, de tal suerte que, si la década pasada vimos a una gran cantidad de mujeres, en especial jóvenes, engrosando los bolsillos de los cirujanos plásticos para conseguir pechos y glúteos prominentes, es muy probable que esta vez los visiten para retirarlos y se popularicen los centros especializados en adelgazamiento.
Los estándares son promovidos por una industria que se beneficia de la modificación corporal, dejando obsoleta la producción anterior y sabiendo que la oferta indumentaria disponible obliga a los consumidores a entrar en los estándares. Las tendencias aparecen primero en las grandes campañas de las marcas de lujo, pero poco a poco se van transmitiendo al resto de los niveles de producción, y pasado algún tiempo, veremos no solo a las figuras públicas del cine y el modelaje luciendo estos tipos de cuerpo, sino que los encontraremos en las campañas mediáticas de cualquier producto, hasta que sean asimilados en la vida cotidiana.
La imposición de los estereotipos de moda, como todo poder, han generado resistencias que van de la mano de los movimientos subalternos. Destacan el feminismo, que se cuestiona la sexualización del cuerpo femenino como objeto de consumo; el ambientalismo, que se cuestiona la producción en masa de indumentaria contaminante sobre todo del fast fashion; el animalismo, que rechaza cualquier tendencia que perjudique a los animales incluyendo las pruebas de laboratorio; el movimiento LGBTIQ+ que rechaza que la ropa deba tener géneros; el body positive, que busca la inclusión de todos los tipos de cuerpos en la industria indumentaria, solo por mencionar algunos. En todo caso, las resistencias incentivan el pensamiento crítico en torno a la moda, a la modificación corporal, nuestra actitud frente al consumo y la toma de decisiones sobre el cuerpo. Por lo pronto, esperamos que la historia no se repita y la modificación de las tendencias no atente contra la salud física y mental de las personas.
Manchamanteles
La sociedad de masas permite transmitir mensajes en apenas unos segundos, se viven amores en el camino a casa, decepciones que no dejan huellas en la memoria. Soledad Castro transmite esa fugacidad en un microrrelato:
CINCO MINUTOS
Lía tiene amores de cinco minutos que comienzan con descubrir ese rostro en la masa anónima de algún subterráneo o en un café. Le lleva dos minutos enteros enamorarse perdidamente de esa mirada que no la ve. Durante el minuto de la locura se corporizan en su cabeza mil formas de irrumpir en esa vida sin destrozarle la magia. La siguiente fracción de segundo pasa ignota, mientras las ideas de conquista se van desvaneciendo. A Lía le rompen el corazón en el último minuto, abandonando un café, bajándose del subterráneo, renunciando a la cola del banco, o simplemente con doblar la esquina.
Narciso el obsceno
– ¿Balenciaga o Louis Vuitton? —preguntaba a la trabajadora doméstica sin poder decidir qué zapatos combinarían mejor. Ella sonreía indistintamente pensando en si su hijo habría recordado descongelar la cena.