¡Cállate, guacamaya!

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Cuando el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador clamó aquella frase “cállate, chachalaca” que le espetó al presidente Vicente Fox para que ya no opinara sobre su figura política, enfilada claramente a ganar las elecciones presidenciales del ya lejano 2006, el tabasqueño comenzó a marcar la ruta de su derrota electoral.

No exagero. Soy de los que están convencidos de que si AMLO no llegó a Palacio Nacional hace más de tres lustros, fue por errores propios y no por un supuesto fraude que jamás pudo probar y que aún repela en su sinfín de complejos, rencores y autoexpiaciones. Uno de esos yerros, creo, fue tratar de ridiculizar a un mandatario que si bien se caracterizó por frívolo e incompetente, mantenía un nivel alto de popularidad por haber sido quien acabó con 70 años de priísmo en México.

Dieciséis años después, aparece en el imaginario político colectivo otra especie de ave tropical, también caracterizada por su incontinencia sonora. Pero esta vez no fue una ocurrencia más del líder de la mal llamada Cuarta Transformación, sino el nombre de una plataforma de hackers cibernéticos que vulneraron la seguridad informática de la Secretaría de la Defensa Nacional y con ello exhibieron datos y hechos de este gobierno cuyo tamaño aún no dimensionamos.

Por lo pronto, en una primera revisión de más de 6 terabytes de información -lo que implica millones de archivos- el periodista Carlos Loret de Mola mostró que el presidente de la República mintió una vez más, ahora en lo relacionado con su estado de salud.

Los defensores a ultranza de López Obrador han tenido que desnucarse para de inicio calificar como falso lo revelado y después, una vez que la propia voz presidencial confirmó la veracidad de lo publicado, tratar de minimizar el escándalo y el alcance de lo que significa un mandatario seriamente enfermo.

Sin menoscabo de que el estado de salud de un jefe de gobierno es de incumbencia pública, me parece que el primer problema es que Andrés Manuel López Obrador volvió a mentir sin pudor ni recelo. Apenas unos días antes había asegurado que era víctima de una “campaña de desinformación” sobre sus males físicos, asegurando que estaba “al cien”, lo que además fue ratificado por la mentirosa vocera de las supuestas mentiras. Ya en el escándalo, a la semana siguiente, AMLO exclamó sin vergüenza: “sí, estoy enfermo”.

En cualquier país civilizado, un funcionario público que miente -ya no digamos el presidente- tendría que irse a su casa. Aquí no es así, mucho menos después de decenas de miles de mentiras documentadas en las mañaneras. Pero en este caso, los “Guacamayaleaks” muestran sin matices la impúdica mitomanía obradorista.

La narrativa oficialista mudó rápidamente de la presunción de un hombre sano y vigoroso que macanea y escala cerros, a la de un héroe que aún enfermo se levanta diariamente a las 4 de la mañana (francamente no sé para qué).

El caso es que Andrés Manuel López Obrador nos ha mentido muchas veces y lo seguirá haciendo a su conveniencia y para goce de sus seguidores, que gritaron histéricos que estábamos ante un montaje informativo, y ahora celebran que su presidente trabaja mucho pese a sus males antes negados y ahora reconocidos.

El hecho es que más allá de lo serio que es poner en riesgo a la Defensa Nacional y lo que de ello derive en las próximas semanas (no sabemos qué otros temas se revelarán a partir de lo hackeado), el presidente de México tiene ya un nuevo pretexto -el tercero- para justificar su gobierno fallido: la pandemia, la guerra, y ahora su salud.

Como con la chachalaca, empezó ya el declive. Por eso ahora parece escucharse en el salón Tesorería de Palacio Nacional un nuevo grito: ¡cállate, guacamaya!

No se callará. Millones de archivos ya están siendo desmenuzados por periodistas mexicanos. Veremos muchas y nuevas revelaciones.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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