Boris Berenzon Gorn.
“Es común decir que el mundo se ha vuelto más pequeño en la era de la globalización, pero mis viajes me han dicho que es un error pensar que esto significa que hay una especie de cultura mundial uniforme”.
Norman Spinrad
Nunca habíamos tenido tal conciencia de la globalización como la que tenemos hoy en día, sobre todo después de la pandemia por Covid-19. Resulta que las conexiones mundiales no sólo tienen que ver con el ímpetu civilizatorio, las mejoras tecnológicas y la economía, sino que también ponen en entredicho la existencia humana, evidencian los rasgos de nuestra fragilidad y nos demuestran que no queda más opción que pensar globalmente, como humanidad, para sobrevivir a largo plazo y plantear soluciones de gran calado para el bienestar de todas las personas. Es importante recuperar el concepto de globalización en toda su amplitud, pues el más reducido de “globalidad”, es decir, la visión que reduce al proceso a lo económico y que se ha vuelto muy popular es un concepto insuficiente para referirse a los cambios sociales, culturales, ambientales, jurídicos, entre otros.
Sin embargo, la globalización sigue promoviendo la desigualdad en términos económicos y una tendiente homogeneización cultural que es preciso admitir, independientemente de las disquisiciones políticas, pues de lo contrario únicamente alcanzaremos la comprensión de dimensiones superficiales. Si bien, globalización se nos plantea hoy como un proceso irreversible, también es justo admitir que su impulso se liga a un modelo económico, el capitalista, que éste ha sido su gran catalizador desde que surgieron las políticas neoliberales a principios de los noventa y que la aceleración de las conexiones internacionales se basó en la necesidad de incrementar la producción, el consumo y la acumulación de capital cada vez más desigual entre pobres y ricos. No se trata de un estandarte político, sino de una reflexión histórica.
Teniendo en cuenta que la globalización de nuestro tiempo ha respondido a intereses, también debemos recordar que a todo poder subyacen resistencias, mismas que en el caso que nos compete, han sido diversas, aunque desgraciadamente no suficientes. Aunque los discursos contemporáneos de lo alternativo están cobrando fuerza entre las clases medias, lo cierto es que su propuesta viene de antaño. Se trata de los valores comunitarios, de los modelos de identidad milenaria, de la conciencia ambiental más allá de la sustentabilidad, es decir, de la que está en el fondo de numerosas culturas en todo el mundo y que plantea el respeto del entorno como un todo. A pesar de que el mercado tiende a la homogeneización, la diferencia permanece y cobra fuerza.
Lo que está detrás de esta tensión es el principio de diversidad, mismo que hoy se defiende desde distintos organismos de derechos humanos y que evidencia diversos dilemas éticos que exigen reflexiones profundas y de gran calado. ¿Cómo podemos recuperar los modelos de la diversidad cuyas directrices se basan en la protección de las identidades y del medio ambiente?, ¿cuáles son los límites en donde se manifiesta la tensión entre lo global y lo comunitario y qué acciones pueden generar poderes supranacionales justos y sin la influencia de las grandes potencias?, ¿cómo se han generado realidades sociales alternativas en la Web 2.0 y que oportunidades y retos plantean?
Vale la pena remitirnos a algunos ejemplos. La primera pregunta visibiliza las fuerzas que se oponen en la producción en masa; permite cuestionar la relación entre el uso de las tecnologías y los avances de la ciencia frente a los conocimientos tradicionales, muchos de ellos adquiridos milenariamente gracias a la prueba y el error. Si bien es cierto que muchos de estos conocimientos cuentan con bases sólidas y que han sido probados por la experiencia, también lo es que los avances científicos presentan niveles cuantificables de eficacia, producen modelos replicables en realidades completamente distintas y permiten contar con análisis más seguros de las variables, ¿cómo se pueden conciliar ambos tipos de conocimiento en función del bienestar a través de la transversalidad?
El segundo problema es de índole cultural, no solo legal, y atraviesa la conformación misma de los derechos humanos y su insuficiencia al no ser vinculantes si no se les contempla en las constituciones nacionales. Pensemos por ejemplo en el caso de los derechos de la mujer en Afganistán después de la salida de los Estados Unidos. De ningún modo puede justificarse una invasión ilegítima llevada a cabo sobre un pueblo de manera unilateral por una nación, y no hay soluciones reales en el intervencionismo bélico. Sin embargo, es también cierto que el poder instaurado tiene un origen fundamentalista y atenta contra los derechos humanos, en especial y de manera muy visible contra la integridad física de las mujeres, además de privarlas de derechos fundamentales a la educación o a desempeñarse en la vida política.
Algo parecido ocurre con los derechos de la diversidad sexual. En numerosos países no solo está prohibida la entrada a transexuales y homosexuales, sino que es un delito ser homosexual y se castiga con la ley. No existe un tribunal supranacional que pueda impartir justicia acerca de la privación y violación de estos derechos y los crímenes de odio se justifican en algunos países como parte de la herencia cultural. El maltrato infantil y el abuso sexual también son conductas normalizadas en diversas latitudes para las que las penas no siempre existen o se aplican, y mucho menos mecanismos que permitan a las víctimas obtener la reparación del daño. ¿El mundo tiene derecho a actuar frente a los crímenes cometidos contra la dignidad humana?, por supuesto, pero por ahora los organismos que existen no son vinculantes, las naciones participan del derecho internacional por voluntad y sigue siendo innegable la soberanía de los Estados, por lo cual la intervención unilateral de las naciones que reconocen estos derechos sobre las que no lo hacen también implica conflictos éticos.
Finalmente, la globalización ya no sólo es un proceso basado en la diversificación de la producción, donde se buscan destinos con mano de obra barata y marcos jurídicos deficientes para que las grandes compañías abaraten costos y puedan generar mayores ganancias. Esto es cierto, por supuesto, e industrias como el fast fashion o la producción masiva de automóviles tienen efectos devastadores no sólo para la economía local y en la precarización de la mano de obra, sino también a nivel ambiental. Pero lo que debemos tener claro, es que el surgimiento de la Web 2.0 ha transformado al mundo profundamente, generando circunstancias que merecen que se les preste atención seria y que se creen mecanismos supranacionales de control.
Como es sabido, la Web 2.0 se caracteriza por la participación de los usuarios, no sólo en la creación de contenidos, sino también en su evaluación y proliferación, así como por la transparencia de los gobiernos en función de la consecución de la democracia digital que permita lo mismo migrar servicios que brindar pronta atención a las demandas de los ciudadanos. En este sentido, es necesario admitir que internet es un espacio propicio para el delito, sobre todo por que se aprovecha el anonimato y los conocimientos en informática y telemática para burlar los límites legales. Son cada vez más frecuentes el robo de identidad, el ciberacoso con fines sexuales o intimidatorios, el robo de información sensible o cuentas bancarias y muchos otros crímenes.
Pero al mismo tiempo, los intereses de las grandes compañías también se manifiestan en las dinámicas cotidianas de la web 2.0. La compraventa del Big data es el gran negocio de nuestra época. La actividad en la red deja huellas digitales, muchas de ellas recopiladas por las famosas cookies; la huella digital revela nuestras preferencias, datos personales de diversos tipos que permiten generar estadísticas acerca del rango de edad, gustos, situación familiar o escolaridad, y mediante ellas el marketing se convierte en una actividad mucho más precisa, dirigida a los compradores potenciales, a quienes realmente pueden estar interesados en el producto o servicio. De tal suerte que una actividad aparentemente inocente en la red, como dar clic a “que personaje de The Boys eres”, transfiere una gran cantidad de información para nutrir el Big data que es analizado por algoritmos por las compañías.
En función de ello se crean tendencias y campañas de mercadeo, pero también campañas políticas y mediáticas cuyos efectos para la democracia pueden ser desastrosos y propiciar competencias desleales. Lo mismo ocurre en el caso de los linchamientos mediáticos que son llevados a cabo con fines específicos y que en su mayoría dañan los intereses de particulares a nivel internacional, incluso cuando crecen constantemente los mecanismos jurídicos de protección en la red. Ni qué decir de los actos delictivos que se gestan en Deep web, donde se vende contenido ilegal o se implementan intercambios económicos y en especie de sustancias ilegales, armas o personas, aprovechando las distancias físicas y las herramientas que brinda la globalización.
Estas situaciones son tan solo una muestra, pero el mundo digital está absorbiendo gran parte de nuestra vida cotidiana, generando espacios nuevos y desplazando poco a poco a algunos o volviéndolos obsoletos. En esa dinámica se ejercen poderes, muchos de ellos transnacionales, que no cuentan con equivalentes jurídicos supranacionales para regularlos. El mundo global choca con la fragmentación de los Estados en naciones con sistemas jurídicos propios, sobre todo en un horizonte donde las divisiones son aprovechadas para la proliferación de nuevas prácticas sin ley. El problema demanda soluciones globales, la creación de representatividades supranacionales y un marco de respeto a los derechos humanos, muchos de los cuáles todavía requieren ser reconocidos y garantizados.
Manchamanteles
Afortunadamente, cada vez más se cuestionan los cánones tradicionales del estatuto literario, la participación de las mujeres como escritoras y lectoras, modelos de creación literaria con experiencias propias y se reivindica su historia, como ocurre con Elena Garro o Alejandra Pizarnik. Una gran poeta latinoamericana de nuestro tiempo es Piedad Bonnett a quien vale la pena leer y conocer. He aquí uno de sus poemas de la antología poética Lo terrible es el borde:
EN EL BORDE
Lo terrible es el borde, no el abismo.
En el borde
hay un ángel de luz del lado izquierdo,
un largo río oscuro del derecho
y un estruendo de trenes que abandonan los rieles
y van hacia el silencio.
Todo
cuanto tiembla en el borde es nacimiento.
Y solo desde el borde se ve la luz primera
el blanco-blanco
que nos crece en el pecho.
Nunca somos más hombres
que cuando el borde quema nuestras plantas desnudas.
Nunca estamos más solos.
Nunca somos más huérfanos.
Narciso el obsceno
El sueño es la república del narcisismo, constructo de materia inexistente, juego onírico donde soy y me invento, donde niego mis temores y soy su presa. Espacio interminable de límites precisos que se revientan al abrir los ojos. En el sueño Narciso nada a sus anchas, se convierte en su propio brujo.