Boris Berenzon Gorn.
“No mide el tiempo la vida, sino el empleo.”
Diego de Saavedra Fajardo
Globalmente, el tema del empleo es uno de los más urgentes. Habitualmente, se tiende a creer que el verdadero problema consiste en el desempleo, pero se trata de un constructo neoliberal que nos ha convencido de que mientras se cuente con trabajo, es decir, mientras se produzca para el sistema y se obtenga a cambio lo suficiente para sobrevivir, todo está bajo control, es decir, se olvidan los derechos de los trabajadores y se dejan de lado las necesidades emocionales y físicas. Incluso cuando las opciones para trabajar se han diversificado gracias a la ciencia y la tecnología, todavía existen resabios del pasado en las prácticas de poder que condicionan los ámbitos laborales.
Fue en el siglo XIX cuando el materialismo histórico desveló la paradoja que se encuentra detrás de la acumulación de capital: el problema no está únicamente en tener trabajo, sino en cómo este es empleado para agudizar la brecha de la desigualdad, enajenando gran parte del capital producido por el trabajador, es decir, pagándole una ínfima cantidad de dinero en comparación con la que de verdad produce. Esto es especialmente cierto en el caso de la iniciativa privada, pues con el capitalismo progresivo, también se popularizó la idea de la “flexibilidad laboral”, que se esperaba pusiera fin al gran problema del desempleo, generando espacios para trabajar por horas o mediante contratos ambiguos que escapan a la relación laboral jurídicamente condicionada.
Este fenómeno se ha intensificado durante décadas: en todo el mundo, los trabajadores reciben sueldos apenas suficientes para sobrevivir, por lo que a nivel familiar se requiere de la participación laboral de varios miembros para sostener la economía. Muchos trabajos ofrecen prestaciones mínimas—cuando ofrecen—y son ambiguos con respecto a los horarios laborales o el pago de horas extra. Los compromisos del empleador se han reducido considerablemente, incluso a pesar de los esfuerzos que se han hecho en los últimos años para aumentar el poder de compra del trabajador y regular las responsabilidades, garantizar los días de descanso, vacaciones y apoyos a personas en situaciones vulnerables.
El tema atraviesa también la falta de sensibilidad que existe en numerosos ambientes de trabajo para con las situaciones específicas de los trabajadores, lo mismo aplica si se trata de madres trabajadoras, personas con discapacidad, menores de edad, grupos indígenas o miembros de la comunidad LGBTIQ+. La inclusión en temas laborales tiene un largo camino por recorrer a nivel empresarial, sobre todo en países donde se registra mayor cantidad de violaciones a los derechos humanos: es causa de numerosas injusticias, pues tanto empleadores como compañeros a menudo son incapaces de tratar con respeto las diferencias, lo que se deriva en climas laborales violentos y estresantes. El estrés laboral no es un tema menor y no siempre se explica por la naturaleza del trabajo que se desempeña, sino por factores externos, es decir, están asociados con la falta de espacios y relaciones saludables que consideren los derechos laborales y que se traduzcan no sólo en salarios justos y prestaciones, sino también en un trato digno para desarrollarse profesionalmente.
En diversos países el estrés laboral ha alcanzado niveles preocupantes, como ocurre por ejemplo en el caso de Corea, donde culturalmente se impone el poder de las grandes empresas sobre las políticas públicas y se fomenta la idea de que el valor de las personas depende de que lleven a cabo las labores que les son impuestas, independientemente de que las relaciones laborales no estén limitadas por leyes que protejan la salud de los trabajadores. El llamado síndrome del burnout o desgaste laboral, es un problema mundial y se trata de un padecimiento específico reconocido por la Organización Mundial de la Salud producido por estrés laboral, mismo que se traduce en altos índices de cansancio físico y mental, disminución de la confianza y autoestima del trabajador, frustración, despersonalización, una baja en la energía y el rendimiento, la pérdida de creatividad así como diversos malestares emocionales, que puede derivar en que el empleado abandone parcial o totalmente su profesión e incluso requiera de atención médica.
Y es que a medida que las decisiones se toman en función de los intereses empresariales, se acentúa la pérdida de interés por el bienestar de las personas, su salud y respeto a los derechos humanos. En la mayoría de los países donde se imponen medidas de corte neoliberal, que buscan el desarrollo de la competitividad y la inversión privada, los gobiernos son presionados para generar marcos normativos y esquemas jurídicos que disminuyan el poder de los trabajadores, con la finalidad de que sus países puedan convertirse en los destinos favoritos de las empresas. Por esta razón, lugares con una alta densidad demográfica son los más afectados, pues los trabajadores son vistos como masas de mano de obra barata poco exigente y reemplazable que, al no contar con la protección de sus Estados, pueden ser sometidos a condiciones laborales ínfimas, peligrosas e incluso criminales, incluyendo a mujeres embarazadas, ancianos, personas con discapacidad y por supuesto niñas y niños.
Como puede inferirse, el eterno problema del trabajo no cosiste únicamente en no estar desempleado, sino en contar con un trabajo digno, justo, seguro, que fomente las relaciones saludables, la autoestima, el respeto, la tolerancia, la participación, donde no haya discriminación y que cuente con un esquema sostenible. Para lograrlo se requiere que una serie de factores sean tomados en cuenta, que van desde el respeto al poder del Estado para proteger a los trabajadores ante los intereses de las grandes compañías, hasta la sensibilización de empleadores, la capacitación en materia de derechos humanos y no discriminación, así como la vigilancia constante de la sociedad civil para evitar actos de corrupción o abuso de cualquier índole.
Pero lo más importante es invertir en educación. La educación es fundamental, pero tiene que ser vista con un enfoque humanista e integral, es decir, no tiene que estar basada en los intereses empresariales o la producción de obreros calificados, sino fomentar el desarrollo personal y profesional de los trabajadores, el respeto a su dignidad humana, la protección de los grupos vulnerables y del medioambiente, así como la participación democrática. La educación debe ser garantizada hasta los niveles superiores, considerando al trabajo no solo como la actividad por la que se consigue dinero para sobrevivir, sino el espacio en que gastamos gran parte demuestra vida, donde invertimos nuestro tiempo—que como repito constantemente, es nuestro recurso más preciado—y donde nos desarrollamos como seres humanos sociales. El trabajo engrandece y debe ser justo y corresponder con el esfuerzo del trabajador.
Asimismo, es preciso que la distancia entre el número de empleados y empleadores se reduzca, que la riqueza se reparta de manera más equitativa y que sea posible que más y más trabajadores puedan decidir sus ámbitos de desempeño. En la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo levantada en junio de 2022 por el INEGI, se señala que, de la población económicamente activa en México, el 96.7% estuvo ocupada frente a una tasa de desocupación del 3.3%. Sin embargo, del total de ocupados, el 67.9% de ellos se desempeñaron como trabajadores subordinados, el 23% trabajó de manera independiente, pero sin empleados, el 3.9% contribuyó en un negocio o parcela familiar y únicamente el 5.2% fueron empleadores o patrones. Son cifras que muestran lo que ya sabemos: la producción se basa en contar con una enorme masa de trabajadores subordinados que permitan sostener el edificio empresarial y su condición subordinada genera a menudo injusticias; razón por la que es importante trabajar colectivamente para garantizar el acceso universal al empleo digno.
Manchamanteles
El 11 de agosto de 1859 en Veracruz, Benito Juárez expidió la Ley sobre Días Festivos, donde declara que estos deben ser civiles mientras que se prohíbe la asistencia oficial a las funciones públicas de la Iglesia. Por ese decreto, dejaron de ser festivos oficiales para tribunales, oficinas, comercio y no organismos no especificados, los domingos, el año nuevo, el jueves y viernes santo, el día de corpus, los relativos a las fiestas del 1 y 2 de noviembre y el 12 y 24 de diciembre. Para este decreto, Juárez se fundamentó en la separación de la Iglesia y el Estado que fue fundamental en la Reforma, derogando el poder para detener las labores por motivos religiosos.
Narciso el obsceno
Narciso asegura que no es responsable de lo que tú entiendes, sino de lo que él dice. Oportuno olvido de que el lenguaje se construye socialmente.