Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

“Imagínense… Ayer, ayer, mi pobre hijo, que lo amo ¿no? Jesús…” Así empezó el rechazo presidencial contra las burlas a su hijo menor en un atropellado discurso oficial el domingo 26 de junio, en una gira por Acapulco. Algunos ni cuenta se dieron y otros se hastiaron de vivirlo.

Desde cualquier ángulo, resultó penoso y excesivo el melodrama de la obesidad del joven hijo del primer mandatario. De un lado, se abusó del insulto y la burla hiriente; del otro, se incurrió en servilismos e incongruencias, a la vez que en los intercambios se perdió el respeto a la investidura presidencial y, sobre todo, a la mamá.

Vimos un efectivo distractor de problemas graves que, a la postre, permitió que el papá se convirtiera en mártir por acciones mal intencionadas de sus enemigos. He reiterado, en este espacio, que los insultos y las burlas humillantes tienden a fortalecerlo.

De hecho, oigan, la foto fue difundida originalmente por la oficina del presidente y las defensas en redes surgieron tan presurosas y parecidas que se sentían orquestadas. Bueno, de inmediato se volvió la víctima con ese discurso televisado para generar simpatía.

En fin, dejemos de lado estas confusas boberías que, tal como ocurre en el populismo, nos alejan de crisis prioritarias: la economía, la inseguridad y otras (salud, educación, pobreza, hambre).

Mientras eso sucede, por ejemplo, la economía mexicana se ve mucho más mal en casi todos los indicadores: recuperación, inversión, crecimiento, empleo, inflación, expectativas, tasas de interés, distribución del ingreso, pobreza… Los datos duros de la OCDE señalan que nuestro PIB tuvo el mayor retroceso de diversos países entre 2018 y 2022, muy por debajo de los de más expansión (Turquía, Polonia y Colombia, de 22.6 a 11.1) o los intermedios (Chile, EUA y Brasil, de 7.8 a 3.0) e igual abajo de otros peores (Italia, España y Japón, entre -0.3 y -2.4).

La pandemia fue aquí un factor importante. Sin embargo, aunque afectó a todas las economías, México no siguió políticas internas adecuadas. Para este 2022 nos recortan el pronóstico de crecimiento del país: de 2.3 a 1.9 y podría caer aún más con las tendencias recesivas e inflacionarias.

En seguridad el refrán simplista de “abrazos, no balazos”, que como lema electoral resultaba atractivo y pegajoso, no debió tomarse al pie de la letra al mezclar y confundir la política social y la de seguridad: la primera requiere de políticas públicas a mediano y largo plazo, mientras que al crimen y la violencia del narco hay que enfrentarlos en lo inmediato y con toda la fuerza del Estado (S. García Soto, Twitter, 28/VI/2022). Claro, puede haber esfuerzos paralelos en las dos vertientes, pero una no depende así nomás de la otra ni sus vías corren al mismo tiempo.

No es aceptable, pues, que un presidente se aferre a algo sólo porque rime o sea una promesa de campaña que pretenda aplicar en el gobierno. Por él y por todos, urge que lo revise y entienda.

Creo que, en la lucha contra los aumentos en la pobreza, la desigualdad y la inseguridad, hay varios puntos clave que podremos cartografiar la próxima semana. Se trata de lo económico y social que necesita más espacio: igualdad de oportunidades, política de derechos sociales, generación y distribución de riqueza. Es posible entenderlo y encarrilarlo mejor, sin tantas mentadas.

* ES UNA ESPECIE DE ni se crean todo lo que están escuchando, aunque disfruten al renovar sus esperanzas. No es que rocen el disparate, sino que incurren gozosamente en ello. Se piensa, eso sí: para que me crean es muy útil convencerme de lo que digo.

Frente a ‘la’ verdad (hechos, percepciones y opiniones), avanza la mentira en política. El mundo habla de “la posverdad” (post-truth), si bien algunos preferimos llamarla la no-verdad.

La posverdad se da cuando “los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las emociones y opiniones que suscitan”, pero este concepto asociado al populismo trumpista también se ve definido como la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales (RAE). Se hace muy evidente en la demagogia.

Igual, en México la “narrativa” oficial ofrece su propia historia con “otros datos” y sin pruebas o estudios técnicos. Resulta, así, una propaganda tan eficaz como falaz para mantener la simpatía de los seguidores, aunque no convenza a los opositores y sea una falta de respeto a todos.

 

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