Rubén Cortés.
El presidente, como canterano en el equipo antiestadounidense dirigido por La Habana hace más de sesenta años, sigue un libreto viejo y arrugado con su letanía de “no voy a la Cumbre, si no van todos”. No irá, porque Cuba es quien decide esos viajes. Y punto.
Es el estilo de negociar de los cubanos con Estados Unidos, y (para la próxima Cumbre de las Américas), lo hace usando a sus fichas del ajedrez castrochavista latinoamericano, en el cual México es hoy un alfil, mientras Venezuela, Nicaragua o Argentina son peones.
Y, sí, el alfil es pieza menor. Tiene el valor de tres peones. Sin embargo, es peligroso porque es una pieza de largo alcance, puede moverse diagonalmente, tanto hacia delante como hacia atrás, pasando por una o más casillas del tablero.
El presidente mexicano está metido en el juego diplomático diabólico de los cubanos, que ha sido explicado por Henry Kissinger: “Es imposible negociar con ellos, porque exigen desde el principio 90 por ciento de lo que quieren conseguir”.
Kissinger lo entendió cuando, en 1975, acordó con los cubanos derogar en la OEA todas las sanciones de 1964 contra Cuba, a cambio de que Cuba cesara de exportar el comunismo en el continente. Los cubanos lo engañaron e invadieron Angola.
En su papel de alfil de los cubanos, el presidente de México lo que está haciendo con la Cumbre de las Américas es moverse de aquí para allá, siempre con la posibilidad única que tiene esta pieza: ¡En el ajedrez el alfil puede retroceder!
Moviéndose diagonalmente, tanto hacia delante como hacia atrás, pasando por una o más casillas del tablero ante Estados Unidos y la Cumbre de las Américas, el presidente mexicano ya le consiguió al gran jugador de La Habana unos costales de arroz y algo de aceite.
Hace unos días, Washington revirtió algunas de las 240 sanciones de Trump: restablecimiento de vuelos a todas las provincias, envío de todo el dinero que quieran los emigrados, más visas para que los cubanos escapen y que académicos de izquierda viajen a la isla.
Es un juego infernal, que los cubanos dominan mejor que nadie en el mundo, hasta mejor que los chinos y los vietnamitas. Por ejemplo, ser invitado a la Cumbre de la CELAC, en La Habana en 2014, le costó a Peña regalarle a Cuba 340 millones de dólares.
Aún así, después Raúl Castro le boicoteó a Peña la Cumbre Iberoamericana que organizó su gobierno de Veracruz: ni vino él ni mandó Maduro, a Evo Morales ni a Ortega. Le valió que Peña le hubiera condonado 340 millones de los 500 millones que le debía.
Es decir: la decisión de todo está en La Habana.