Jorge Miguel Ramírez Pérez.
En el mundo, los apellidos que destacan en alguna rama de la actividad humana son vistos como portadores de una estirpe singular. Se cree que los vástagos de los primeros que acreditaron la fama, pueden reproducir los aciertos que se les atribuyen a sus predecesores. Repetir por genética o en automático por aprendizaje de cercanía, sus historias de éxito, las mismas o mejores, de las que originaron el prestigio con el se les identifica. Tal expectativa es común en las artes escénicas, pero también en el deporte y por supuesto en la política.
Dicen: “hijo de tigre, pintito” y sin más, el público toma su butaca para observar en vivo y directo lo que pudieran ser las hazañas de las habilidades heredadas. La sorpresa muestra que no siempre es así.
En nuestro México desde que Hernán Cortés lograra triunfar sobre los mexicas, mediante una alianza con las diversas tribus antagónicas que terroríficamente eran sojuzgados por éstos; se impuso el surgimiento de una nueva élite de los apellidos de los conquistadores. El hijo del capitán extremeño, Martín Cortés, un mestizo, quiso irrumpir valiéndose del apellido de su padre, incluso intentó deshacer la fuerte dependencia de la Nueva España con la península.
El hijo del generalísimo José María Morelos, Juan Nepomuceno Almonte, no obstante, su origen natural, para la época, indigno; fue un político relevante con capacidad de maniobra de primer orden, fue de los que lograron convencer a la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón Tercero, de la aventura de traer un monarca europeo para gobernar México.
A lo largo de la historia los hijos de políticos renombrados han querido protagonizar sustentándose en el nombre heredado. Muchos han tenido la oportunidad de salir a la palestra, pero muy pocos lo han logrado.
En el siglo XX surgieron dos apellidos notables, que a sus portadores se les atribuía incluso, mas merecimientos de los que realmente representaban, me refiero a Cárdenas y a Clouthier. Ambos, por cierto, competidores electoralmente de Carlos Salinas, hijo de un burócrata de la élite financiera, que lejos estaba de la imagen de sus contrincantes.
Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del Tata, traía a cuestas, la fama de su padre como si en verdad hubiera sido repartidor de Haciendas entre los pobres, un Robin Hood; pero sobre todo, su prestigio nacional se derivaba por haber expropiado la industria petrolera de manos de inversionistas estadounidenses, que ávidos de ganancias, trocaban el petróleo extraído en México, con la Alemania Nazi en el puerto de Rotterdam, desafiando las instrucciones del Departamento de Estado, que prohibía comerciar con Hitler.
Lázaro Cárdenas un orador nacionalista como los callistas de donde provenía, de hecho, apalancado por el hijo de Calles, Alfredo, se acompañó de una aureola de héroe que le ha seguido incluso, después de
muerto. No hay poblado mexicano que no tenga una calle con su nombre. Solo en Sonora y Sinaloa no despierta todavía los entusiasmos salvo el de los yaqui, que en el sur le han prodigado.
Manuel Clouthier un empresario y activista claridoso, es el otro que mostrando agallas ante la cínica acción del bloque gobernante del siglo 20, enarboló coyunturalmente el movimiento del despertar de la gente del norte y del centro del país con la bandera democrática. Para muchos, El Maquío es el padre de la democracia moderna en México. Tal vez sea exagerada esa imagen; pero mucha gente así lo recuerda, dirigiendo marchas y plantones, enfrentándose al autoritarismo.
Hoy esos apellidos perdieron el lustre que se les atribuía. Cuauhtémoc Cárdenas, quedó relegado por López Obrador, de hecho, lo sacó del liderazgo de las izquierdas; en estos días, pocos lo recuerdan y son menos los que tienen en la mente a su partido el PRD, quedó muy golpeado. Su hijo, el nieto del venerado revolucionario, es empleado de López Obrador, hasta allí llegó el cardenismo.
En lo que respecta a Clouthier, con Tatiana, como coordinadora de la campaña de López Obrador, terminó el prestigio del apellido; una carismática improvisada en los quehaceres políticos, fue el vehículo para que se les despojara a los Clouthier del glamur. Se perdió la capacidad de convocatoria y crítica que distinguía al Maquío. Hoy despacha la fémina en el gabinete obradorista, sin los recursos que antes tenía esa oficina. El hijo del jefe de los bárbaros del Norte, Manuel, con el mismo nombre del excandidato presidencial panista, no pierde oportunidad para exponer públicamente que no quiere seguir en los sinsabores de la política.
Pero como no cesan los impulsores de famas en buscar nombres de peso que representen las siglas de los partidos; se ha deslizado, incluso desde el poder, el apellido Colosio, en el nombre de Luis Donaldo Colosio Riojas, el alcalde regiomontano e hijo del sacrificado Colosio Murrieta, para competir por la presidencia en una aparente coalición de cuatro partidos, que tienen como prioridad unirse contra el enemigo común, la cuatro T, en pleno.
Y aunque para muchos, es clara la maniobra por demoler apellidos y prestigios, también es cierto que no se puede prescindir de lo que hay con fama de los progenitores. El joven alcalde sería como dije en la columna anterior, un competidor muy conveniente para que López Obrador intente construir con su hijo como rival del regio, no solo una competencia electoral mayor, por la presidencia, sino un apellido, que arrase con los otros, que ya han sucumbido ante los embates del poder actual.
Este martes López Obrador no tuvo empacho en balconear a tres de sus corcholatas, Sheibaum, Ebrard y a Adán Augusto, en síntesis, dividió a Morena en tres tercios. Sabe bien, que ninguno de ellos aglutinará a los otros dos. De pasada avisó que colaboradores sin posicionamiento como López Gatell o Zoé Robledo, es decir, cualquiera que no esté en la contienda divisoria puede ser un factor de unidad.
¿Y que tal un López, aunque sea en realidad un López Beltrán?