Alejandro Rodríguez Cortés*.
Acapulco, Gro.- Los banqueros llegaron a Acapulco con una gran expectativa sobre qué les diría el presidente de la República al inaugurar su Convención Anual. Pero la sorpresa, y el estupor, llegó unas horas antes, desde la mañanera en Palacio Nacional, cuando Andrés Manuel López Obrador se le adelantó al Banco de México y anunció el incremento de la tasa de interés mexicana de referencia.
¡Vaya escándalo! El mandatario había transgredido la ley -lo que reconoció después- y rebasado la línea de la autonomía del banco central, que desde hace 25 años le ha dado credibilidad al entramado institucional financiero y monetario de nuestro país a nivel internacional.
El viejo hotel Princess, tradicional sede del encuentro bancario, se convirtió desde la mañana del miércoles en un hervidero. ¿El presidente se había atrevido a atacar y acabar con la autonomía constitucional del Banxico como ostensiblemente lo ha hecho con otros organismos del Estado mexicano? ¿Había sido la propia gobernadora Victoria Rodríguez Ceja -propuesta por AMLO para ese cargo- quien cometió el monumental desliz de compartir esa información con el presidente?
Ni los nerviosos banqueros ni los funcionarios de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público quisieron comentar nada durante toda esa mañana. La inauguración oficial de la Convención sería a las 5 de la tarde y ya escucharían la explicación presidencial.
Llegó la hora, y con ella, lo que nunca había hecho públicamente Andrés Manuel López Obrador: disculparse.
Sin embargo, me temo que esa disculpa es de “dientes para afuera”. ¿Por qué? Primero, porque el presidente señaló sin necesidad de hacerlo a su Secretario de Hacienda Rogelio Ramírez de la O, como quien le había informado la noche anterior de la decisión de política monetaria. Es obvio que lo hace cada vez que sale de esas reuniones, en las que tiene voz pero no voto, en razón de la autonomía del Banco de México. El presidente, pues, se disculpó pero señaló al culpable, porque la culpabilidad no puede caer en su serenísima figura.
O sea. Pareció decir “sí me equivoqué al adelantarme, pero mi ministro fue quien me lo dijo y no me advirtió que el anuncio se haría más tarde”. “Me disculpo porque el escándalo es grande, pero éste no tiene que ver con violar la Constitución, sino porque fue magnificado por los conservadores fifís que levantaron la voz cuando no lo hicieron durante los gobiernos anteriores que también cometieron faltas a la ley”.
¡Uff! ¿Sí se violó la ley, pero antes era peor? El discurso de siempre. Por eso sostengo que el presidente de la República sabía exactamente lo que estaba haciendo: estirando la liga para medir los alcances de su todavía inmenso poder. ¿Por qué no sumar al Banxico a las demás molestas instituciones de equilibrio en México que han sido defenestradas? ¿Por qué no insistir en el autocrático deseo de que “el Estado soy yo”?
Lamentablemente, el daño está hecho. Pero completo mi planteamiento de la falsa disculpa: el presidente de la Asociación de Bancos de México, Daniel Becker, había pronunciado frente a López Obrador un muy buen discurso en el que -firme pero políticamente correcto- conminó al presidente a aprovechar estos tiempos y pasar a la historia como el líder que entendió las oportunidades de dar certeza a la inversión y crecer después de tiempos de pandemia y guerra.
Vino la disculpa y sólo unas horas después, en la mañanera del día siguiente, Andrés Manuel López Obrador mostró que hizo caso omiso al llamado de los hombres del dinero: dividió de nuevo al país entre los buenos que quieren la reforma eléctrica tal y como está, y los malos, malísimos mexicanos que queremos apertura, inversión, tarifas baratas, energías renovables y competencia en el sector energético.
Por eso digo que López Obrador supo lo que hizo o quiso hacer con el Banco de México. Y que pedir perdón fue una mascarada. Vienen tiempos aún más difíciles.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz
