Jorge Miguel Ramírez Pérez.
El bien más preciado que tienen los hombres es la vida, pero algunos no lo creen así. Hay quienes han tomado la decisión de ir contra este valioso regalo divino. Y si fuera una actitud personal, aislada, enfermiza, una rendición moral inexplicable, sin buscar seguidores, sin entrampar prosélitos; sería algo reprobable, pero reducido, limitado a afectar a la persona y a su círculo cercano; pero cuando se convierte en una corriente política, es decir en un grupo creciente de personas que buscan el poder con el fin de la destrucción de la vida y contagiar a otros en ese mismo objetivo, la civilización se tiene que defender.
Porque la vida debe perdurar y por ello, todo lo humano se edifica en torno a su defensa, incluso la idea de gobierno, tiene ese fin. Si quitamos este eje central de la existencia, lo que queda es la barbarie. La aniquilación del orden.
Y esa es la propuesta siniestra de los grupos que tienen en común el exterminio del ser humano. Los que argumentan el falso derecho a cercenar la vida, de quienes no se pueden defender como es el asunto central de la vida de un embrión; o de los que merecen a juicio de sus verdugos, desaparecerlos y ser torturados por pertenecer a un equipo deportivo distinto; o los que victimaron a las mujeres y pequeños que transitaban en una carretera mexicana, confiados en un día luminoso para ser cazados a mansalva.
Los aborteros, los descerebrados de Querétaro, los masacradores de los Le Barón; como los fusileros de Michoacán o los que cuelgan cadáveres en Zacatecas, todos, son destructores de la humanidad. Esa es su verdadera identidad: enemigos de la vida.
No se puede minimizar o suavizar este hecho. Es el mismo germen de la mas profunda maldad humana.
Explicar las motivaciones, profundizar en los detalles viciosos de los criminales no conduce a nada, la vida es irrepetible, punto. Irreparable.
Por eso quitarle la vida a una persona adulta o a un embrión, no es de derecha o de izquierda, no es de cultura o de inmoralidad inconveniente. Sencillamente es la muestra que quien se conduce de esa manera no tiene alma, ha dejado de participar de la identidad humana; por tanto, está fuera del marco elemental del derecho.
Tres elementos no entran en la clasificación de homicidio: matar en defensa propia, matar en la guerra y ejecutar la sentencia de muerte por medio del ordenamiento legal que así lo califique.
Si alguno osa intentar despojar de la vida a otra persona, de inmediato le otorga el supremo derecho de defender su vida sin agravio alguno. Y si la vida es arrancada unilateralmente, el estado en automático recibe el derecho de vengar el crimen. Y de la misma manera la defensa colectiva de la vida confronta a los agresores.
Con todos los argumentos lógicos y racionales que los rusos tengan, si mueren en territorio ajeno se entiende su pérdida inútil. El daño es para el agresor. Es inexorable.
Por eso la idea primigenia del gobierno de los hombres es castigar el mal, y en especial el mal mayor; es decir, causarle la muerte a otro. Derivado de ese tema central, cuidar de la familia y las pertenencias de los ciudadanos es consecuente. Esa es la esencia del estado en cualquiera de sus modalidades.
Todo lo demás es accesorio, es añadidura del principio de defender la vida y los bienes de los ciudadanos. Y si el gobierno tiene otra agenda, otro orden de prioridades; sencillamente no se necesita. El gobierno es el que tiene el trabajo de mantener el orden. Ese es su trabajo. Combatir sin descanso a los enemigos de la vida. Todo lo demás cualquiera lo puede hacer si tiene voluntad o dinero.
Por eso los insensatos, los anarquistas, los marxistas, quieren derrocar al estado. Aspiran a un mundo deformado. Y allí la llevan, muchos, al son del flautista de Hamelín les siguen el rollo, van con la tonada al precipicio.
Lo que pasa en México, es inaudito; la peor etapa para los que tienen conciencia de humanidad.
Nunca hay detenidos, no hay culpables. Cada quien hace lo que quiere, impera la impunidad. El estado se ha convertido en un antiestado, no enfrenta al crimen y promueve con el dinero de los contribuyentes, pagar abortos. Dirige que la vida se vaya al basurero.
En medio de la pesadilla, lo que se discute en la Corte y en los congresos no es combatir el crimen, y defender la vida; eso no, lo que ahora se debate es atroz: sencillamente elegir cuando es el mejor momento para matar a los humanos en gestación.