Jorge Miguel Ramírez Pérez.
La encuesta del periódico El Economista, así lo reveló ayer; seis de cada diez mexicanos, quieren que la investigación sobre el escándalo del hijo de AMLO, llegue hasta sus últimas consecuencias. A la vez, en la misma proporción afirman que, “aunque la investigación sea cierta y el hijo haya hecho algo malo, el presidente no tiene la culpa”, ¡para Ripley! Es un dato muy interesante, que viene a ratificar la pobreza de comprensión de las leyes en México y lo confundida que está la masa. Solo el 30 % está en desacuerdo en considerar a Obrador inocente en el asunto.
Es innecesario señalar que la proporción de ciudadanos, lo que es un ciudadano en toda extensión de la palabra, o algo que se le parezca en esta categoría, es muy baja: sencillamente seis de cada diez mexicanos no se dieron cuenta del flagrante abuso de poder, de lo pendenciero que es, el que debía cumplir, respetar y hacer cumplir la constitución y las leyes, y no solo eso, sino que hace del andamiaje legal que debería acompañar a cualquier funcionario o empleado del gobierno, un trapeador.
Porque el asunto va mas allá de proteger a un hijo y a su mujer coyoteando al alto nivel. El tema es la forma, cómo lo ha abordado el presidente: bravuconeando, amenazando y, ayer finalmente, tratando de conmover al auditorio de lo “mucho que han sufrido sus hijos”, como si por esos “sufrimientos”, únicamente provocados por la codicia política de su padre y sus adversarios, en todo caso, tuvieran un derecho legítimo para abusar del poder haciendo negocios ventajosos.
Porque los operadores del morenismo andan en sus fábricas de bots justificando “un negocio de dos millones” que hizo el hijo de Obrador, le dicen un negocito, contra los 35 millones de Loret. Así de burda la consigna, a la masa le dicen que se los ganó como abogado, y no indagan que él jamás podría ejercer de abogado en Estados Unidos, y si sigue mintiendo le van a quitar la visa y meterlo a la cárcel por ejercer sin licencia. Lo que obviamente no es cierto que pueda trabajar allá profesionalmente, es un invento, el hijo de Obrador no sabe nada de Derecho, salió de la Universidad donde era rector el actual Fiscal general.
La gente atina a entender que algo sucio se cocinó en la cercanía de Obrador. Pero, o no sienten gravedad en los daños, o los perdonan; porque no sienten que pierden algo. Me atrevería a pensar que les gusta que los roben, o más bien que a ellos en su mentalidad obtusa, no les roban, sino a un México, que tiene fama mundial de ser botín del más gandalla.
Un pueblo al que se le puede engañar con facilidad, es políticamente un fardo que no hace uso del razonamiento, aún viendo y escuchando las evidencias, se niega a razonar. No les sirve la vista, ni lo que oyen en vivo a todo color, nacieron esclavos y su cerebro no les permite libertades críticas. ¡No quiero problemas, todos son iguales! dicen, y seguirán así hasta que prefieran la verdad a la marrullería que tanto alaban.
Porque admiran muchísimos mexicanos a los mañosos. Ese es el pecado, sueñan algún día ser camaradas de algún facineroso, para vivir a todo dar.
Y les metieron en la cabeza que los robaban, pero ahora ya les dan del botín, aunque sea migajas. ¿Me pregunto quien los robaba que no fuera por su gusto?
¿No votaron por Peña Nieto, que en Wikileaks le publicaban su fama de corrupto?
¿No era el gobernador más corrupto? Y votaron por la telenovela de Peña y La Gaviota, aún cuando en la entrevista súper difundida de Jorge Ramos de UNIVISION, no supo responder cómo había muerto su primera esposa.
¡No se pueden llamar engañados!
¿Y qué les robaron a los que nunca han pagado impuestos?
Mas bien les roban ayer y hoy a los contribuyentes fieles, porque en lo que se gasta en nada les beneficia.
Lo que es educación, pagan colegiaturas aparte; hospitales, también; en seguridad que urge, se protege desde el más alto nivel a los delincuentes. Los pagos electorales que les llaman: programas sociales, no son para los contribuyentes; y lo que es peor, las obras faraónicas como el tren aburrido que surcaría planicies mayas, que se hunden por el peso de las máquinas, y otras ocurrencias, explican el exceso de dinero que tiene el gobierno federal para derrochar en fumadas caras, mal hechas e inservibles.
De hecho, ya se acabó la democracia porque nadie, lo que se llama nadie, puede competir electoralmente con la bolsa que se agandalló el gobierno para pagar a sus votantes. A poco los dizque opositores, tienen el equivalente o más, para comprar votos que ya tiene el obradorismo bajo nómina electoral, en becas, sembrando futuro, o adultos mayores. Ni la mitad, ni la décima parte. ¿Cómo pueden competir?
Esa es la transformación, de seres humanos pensantes a masa electoral esclavizada.