Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A la memoria de Marcelo Pasternac

¿Dónde ponemos todo lo que se llevo la pandemia? ¿Y qué podemos hacer con todas las dudas, duelos, lastres de mar que a cambio nos trajo? Todo menos resignarnos.

El triunfo del ser trágico y melancólico es uno más de los señuelos que nos brinda el statuo quo de nuestros días. El dolor es inevitable antes y después, este nos acompaña de diferentes ángulos, Como sociedad estamos obligados a trascender la catástrofe de este siglo ya que vivimos y hablamos destrozos del lenguaje.

La percepción popular o vulgarizada de los meticulosos estudiosos de la mente y su salud; ya sea la psicología, la psiquiatría o el psicoanálisis, ha cambiado radicalmente en unos cuantos años, Marcelo Pasternac —más allá o más acá de mi trasferencia— sin duda fue figura paradigmática del psicoanálisis  del siglo XX, este decía en ese su característico humor siempre al servicio del inconsciente colectivo, que los estudiosos de la psique se parecían a los grupos políticos de la vieja URSS, pues se atomizaban más por sus discordias y vanidades que por razones de fondo teórico. La temporalidad del cosmos psíquico acontece.

Hace unas pocas décadas, asistir a terapia era un asunto que oscilaba entre la secrecía de los concertados y el glamour de los Iluminati de la conciencia humana. Estos espacios, se pensaba, eran propios de personas leídas, como de las inadaptadas o las antisociales. En pocas palabras, eran los excluidos de la sociedad a quienes atendían estas disciplinas. Los excluidos no sólo por descuido, sino por voluntad reiterada. Estaban marginados y había que asegurar que así siguieran lejos del bullicio de los comunes. Incluso hubo algunos que se atrevieron a sugerir que debería ser una obligación analizarse para educar la emociones y flagelar las pulsiones a toda ostentación.

Triste y narcisista pensar que antes de eso la humanidad viviera en la oscuridad. Si estamos aquí es porque a lo largo de la historia hemos aprendido a lidiar con nuestras complejas emociones, a enfrentar nuestros abismos y a conocernos a nosotros mismos a través de una innumerable variedad de formas. Sin embargo, la sociedad occidental moderna sí se vio transformada de fondo frente a la llegada de esta posibilidad de mirar hacia el interior, habíamos encontrado el cáliz de la comprensión y la reparación desde la ética del deseo lo que si fue un cambio de rumbo.

No creo estar exagerando si aseguro que estas disciplinas lo han cambiado todo. Desde el sistema de consumo, hasta nuestras relaciones amorosas. Desde la forma en que entendemos el delito hasta nuestras maneras de ver la discapacidad. Los que antes eran grandes juicios y silencios representan hoy oportunidades para el cambio y la atención desde la raíz de problemáticas fuertemente arraigadas. En este sentido, el universo psíquico nos brinda, si así decidimos verlo, la oportunidad de cambiar nuestras vidas, de ser entendidos y de entender a los demás.

En efecto, éste no es el primer intento de la humanidad por lograr dicha tarea, pero sí me atrevería a decir que es complementario a los precedentes. La literatura, por ejemplo, mediante varios de sus géneros, ha buscado durante siglos desentrañar la esencia de lo humano. A través de sus variados personajes, ha indagado en las simplezas y las complejidades de nuestra existencia, esbozando a veces respuestas y sembrando casi siempre más preguntas.

El cine y la televisión hicieron lo propio, en tanto herederos de la labor literaria: ponernos en frente de un enorme espejo donde había que confrontarnos con los resquicios más oscuros. Sin embargo, ninguno de estos esfuerzos ha estado nunca libre de prejuicio y los personajes arquetípicos son muestra de ello. En todos estos tipos de ficción, han existido siempre personajes completamente planos que representan los peores rasgos de la humanidad.

Estas personificaciones, aunque con fines estéticos o didácticos, han impactado en la percepción que tenemos de la propia humanidad, sembrándonos la idea de que existen hombres y mujeres cuya única y diabólica cara les niega la posibilidad de ser entendidos por los demás. ¿Por qué querríamos entender al ser maldito cuya única función es perpetrar el mal? Solo por un acto de egolatría de las aristócratas conciencias.

La propia literatura ha combatido el mal necesario de estos personajes tipo. Son necesarios en tanto partes de una composición o en tanto herramientas para la construcción de un argumento. Pero son un lastre cuando sirven para erigir panfletos o discursos moralizantes.

En el cine y la televisión, creo que los estudiosos de la mente han hecho un gran trabajo para combatir la noción de que existen personajes —y, a fin de cuentas, individuos reales— que son la encarnación de la maldad y nada más. Mediante la representación de la terapia en las pantallas, distintos personajes han logrado deconstruirse y dar al espectador una mirada más detallada de su dolor y sus motivaciones. Ciertamente, esta representación no debería llevarnos a aplaudir el crimen, sino a recordar que quienes delinquen son también seres humanos, con emociones y derechos.

La visión psíquica del interior de estos personajes ha contribuido a combatir creencias populares, lesivas de la dignidad humana, como las que equiparan la cárcel con venganza o las que promueven la muerte y la tortura como penas válidas y aceptables para una sociedad democrática.

Pero a terapia no han asistido sólo los malos de la televisión y el cine, sino también los buenos, los atormentados, los héroes, heroínas y anónimos que no pueden dormir por todo el horror que han presenciado,

Ha sido quizás al vernos en todos ellos que la visión popular empezó a transformarse. La terapia dejó de ser un asunto de los marginados, para convertirse en la búsqueda de otra salida. Ello no significa, por supuesto, que estemos en el mejor punto en la concepción de la confusa salud mental. Basta observar cómo son miradas las discapacidades psicosociales y los pacientes de instituciones psiquiátricas.

Queda un camino largo, pero una puerta sigue abierta: la puerta para mirar al interior después de la pandemia que habrá que reinventar. Como siempre se ha dicho: “Después de todo, mañana será otro día” (Scarlet O´hara). “A pesar de ti, de mí y del mundo que se desquebraja, yo te amo” (Rhett Butler)

Manchamanteles

En distintos medios se habla del final de la pandemia y de las benditas “dos semanas” más que ha de durar la variante ómicron. Lo cierto es que son pocas las pruebas y muchas las especulaciones. Mientras la OMS declara que todo está puesto para que más variantes de COVID-19 surjan, muchos se adelantan ya a cantar victoria. Eso, sin llegar, a las exquisiteces de si es el arribo la fase endémica o aun la pandémica que hoy sigue sonando distante y pretensioso.

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