Rubén Cortés.
Año 2000. Cuba sufre la crisis energética más grave. Está detenida y sin luz eléctrica. Pero, en Caracas, Fidel Castro afirma con una tranquilidad pasmosa: “Cuba eleva aceleradamente su producción petrolera y en breve se autoabastecerá de petróleo y gas”.
Y háganle como quieran, eh. Es el origen de los “otros datos” del presidente de México, para quien el fallecido líder cubano es “un luchador social y político de grandes dimensiones, que condujo a su pueblo y alcanzar la auténtica, la verdadera independencia”.
El brillante manejo de Fidel Castro de “los otros datos” está en La invasión consentida (Editorial Debate, 2019), un libro que detalla cómo Cuba convirtió en Venezuela en su colonia extractiva, aunque es ocho veces más pequeña y tiene tres veces menos habitantes.
Mientras Fidel Castro decía sin rubores que Cuba estaba a punto de producir toda su energía, la isla funcionaba gracias a Venezuela, que le mandaba 115 mil barriles diarios de crudo, buena parte del cual Cuba lo revendía y obtenía 765 millones de dólares anuales.
Chávez endeudó a Venezuela para financiarle a Cuba plantas, fábricas, laboratorios y cables submarinos que gastaron todo el dinero, pero jamás funcionaron. Le compró hasta viejos centrales azucareros desmantelados en la isla hacia décadas.
Le permitió construir su propia plataforma de aterrizaje en la rampa presidencial del aeropuerto internacional Simón Bolívar de Caracas, en el que todo el personal es cubano, desde quienes sellan los pasaportes hasta quienes cargan y descargan las maletas.
El gobierno cubano tiene acceso a la oficina de identificación y migración de Venezuela, a las notarías, el sistema eléctrico, a la empresa estatal de petróleos y al mapa de las reservas minerales.
En cambio, Venezuela no tiene la menor influencia dentro de Cuba.
Pero el 14 de diciembre de 2009, Fidel Castro le pidió a Chávez leer públicamente una carta, en la cual enfatizaba que “nunca te solicité nada, el apoyo tuyo a Cuba fue espontáneo”. Agarraba todo, pero en sus “otros datos”, no pedía nada.
Fidel Castro fue el primero en condenar el intento de golpe de Estado de Chávez al presidente Carlos Andrés Pérez, quien había restablecido las relaciones con Cuba, rotas desde que en 1961 por el respaldo militar cubano a la guerrilla comunista venezolana.
“Estimado Carlos Andrés, desde que se conoció este pronunciamiento militar nos ha embargado una profunda preocupación”, escribió. Pero, con Chávez en el poder, tuvo otros datos: “Adiviné quién era Chávez desde que estaba en la prisión”.
El autor de La invasión consentida, Diego G. Maldonado, no existe. Es un nombre que representa a todos los periodistas perseguidos por la dictadura venezolana. Es un anónimo para garantizar la seguridad de quien lo escribió.
Y es una lectura imprescindible hoy día.