El lucro de la intimidad

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

El discurso del amo siempre quiere lo mismo; es un sinuoso laberinto del dominio en donde se instala el poder o los poderes. La rebelión parece que no es el camino más certero para abatir el sistema. Todo está pautado –by the book– según el libro del momento de lo “políticamente correcto”.

Para nadie es un secreto que las empresas que sostienen las redes sociales o cualquier tipo de plataforma lucran con la intimidad de sus usuarios quienes lo saben o deberían entenderlo más allá de cualquier ingenuidad. Los datos que voluntariamente entregamos a los gigantes de Silicon Valley representan el combustible con el que funciona su enorme maquinaria. Muchas ganancias y nada de retribución para quienes sacan el barco a flote parece ser un modelo perfecto para aspirar a la más obscena de las riquezas. Sin embargo, los grandes visionarios han notado que los usuarios egoístas aún no lo han entregado todo; les quedan por perder el bolsillo completo y el cuerpo mismo.

Los historiadores Robert Darnton y Peter Gay, entre otros, han mostrado con originalidad en sus obras la mercantilización de la vida íntima en los mecanismos escritos a lo largo de la historia occidental; que hoy se actualiza en las nuevas maneras de expresarnos, pero no en los contenidos.

Las mentes detrás de las empresas de lo digital están conscientes de que su negocio no es nada sin el mito y la dependencia. En primer lugar, el mito es lo que les permite pisotear derechos sin que ello les acarree un problema de imagen pública. No importa lo trasgresores que resulten, ni que destrocen la privacidad de las personas, ni que faciliten que grupos beligerantes interfieran en procesos electorales, siempre y cuando lo hagan en nombre de “la democracia”, de la “libertad de expresión”, de la “transparencia” y de la “participación ciudadana”.

Es un misterio lo que significan estos principios en las mentes de los gigantes de Silicon Valley. En cualquier caso, su interpretación parece estar bastante lejos de la que se ha venido forjando durante décadas mediante la teoría de los derechos humanos. Lo que nos venden en su lugar es una versión deformada cuyo único propósito es justificar actuares poco éticos e incluso lesivos de la soberanía y de la dignidad humana.

Hoy, las empresas del llamado “mundo digital” usan la democracia como en otros tiempos usaran los ejércitos cruces y vírgenes para justificar invasiones y matanzas dando vigencia al mismo simbolismo de otra manera. Tristemente, a lo largo de la historia de la humanidad, este comportamiento no ha sido excepcional; los emblemas que encarnan lo más valuado por distintas sociedades se han ocupado una y otra vez para consagrar acciones que no sólo desafiaban a la ética si no también a la moral en turno.

Parte del mito digital dice también que cuanto hagan sus impulsores se hará en nombre del progreso. No importan los platos que rompan en el camino, pues lo están haciendo en favor del avance de la especie. La tecnología, pretenden hacernos creer, es siempre inocua y su desarrollo carece de intencionalidad. Según este discurso, si se generan subproductos como una intervención electoral o un atropello a la privacidad no es propiamente culpa de los magnánimos creadores, si no del avance tecnológico en sí mismo.

La dependencia es el otro gran pilar del poderío de las redes. Como lo plantea Byung-Chul Han en su obra En el Enjambre, el control de antes se ejercía a partir de agentes externos, pero hoy son los propios individuos controlados los que se sienten compelidos a desnudarse frente al ojo que todo lo mira. Esta necesidad es tal que se convierte en una dependencia enfermiza: necesitamos ser observados todo el tiempo y mantener en la misma medida al resto del mundo bajo nuestro lente escrutador.

Esta vigilancia no es casual; se trata del componente sine qua non de la web 2.0 como la conocemos. Las empresas detrás de ella “iluminan nuestras vidas para sacar capital de las observaciones obtenidas mediante el fisgoneo”. Es gracias a la dependencia que estas empresas siguen creciendo día con día su capital más valorado: los datos de los usuarios. Y es que, a causa de ella, no sólo entregamos información sobre lo que nos gusta o nos indigna, sino también la información más sutil sobre nuestros cuerpos: nuestros patrones de sueño, nuestros insomnios, nuestros deseos sexuales y otras intimidades.

El cambio de Facebook a Meta y su pretensión de volverse los reyes del metaverso constituyen un intento por fortalecer esta dependencia. Lo cierto es que, aunque nuestra necesidad de acudir a las redes sociales tiene componentes fisiológicos, esta dependencia física apenas ha mostrado sus rasgos más superficiales. Las mentes detrás de Meta saben que lo que tienen en la mesa es una droga potencial y que sólo hace falta una chispa que haga detonar la mina de oro.

Hoy por hoy, nuestras cabezas se alimentan de los impulsos novedosos que el scrolleo nos proporciona. Pero ¿qué pasaría si, además de ello, obtenemos en las redes sociales estímulos más fuertes que los que somos capaces de obtener en la vida real? ¿Y si estos son incluso más numerosos y constantes? No cabe duda de que se crearía una droga tan perfecta para sus distribuidores como legal. Las grandes mentes del nuevo mito de la “democracia” están puestas en ello y es cuestión de tiempo para que se abra esta caja de Pandora para lucrar con la intimidad.

 

Manchamanteles

  • “A todos nos va a dar” parece ser el argumento favorito de quienes no sienten ningún respeto por la pandemia de COVID-19. Y sí, la variante ómicron amenaza con extenderse en casi la mitad de la humanidad, pero ¿cuál es la prisa porque nos ocurra a todos al mismo tiempo y lo más pronto posible? Más allá de los efectos en la salud individual, esta variante causará distintas problemáticas sociales, como la falta de personal en servicios básicos. Hoy por hoy, la actitud del individuo repercutirá severamente en la colectividad.

 

  • Murió Tomás Mojarro “El Valedor” símbolo del oficio de escribir. El autor del Cañón de Juchipila (1960) y Yo el valedor y el Jerásimo (1986) siempre fue una brújula en el horizonte de la cultura y la política de varias generaciones. Para mí, fue una liturgia durante muchos años su programa Domingo 7. todos los domingos de 11 a 12. Se va con él una época fecunda de análisis, compromiso y critica.

 

Narciso el obsceno

¡Narciso es el inalcanzable! grita Eco una vez más frustrada ante la decepción de aquel.

 

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