Alejandro Rodríguez Cortés*.
Sin pecar de catastrofista, 2022 será difícil, muy difícil. De entrada, inicia con una incontenible ola de contagios por Covid-19 minimizada como las anteriores por autoridades sanitarias que parecen no haber aprendido nada; con la economía nacional detenida, una inflación no vista en dos décadas y la sucesión macabra de masacres perpetradas por un crimen organizado que está a cargo.
Así arranca la segunda mitad de este gobierno que se perfila como fallido ya no digamos por sus malos resultados a la vista, sino porque ni siquiera parece tener un mapa de ruta que brinde esperanza de mejoría. La mal llamada Cuarta Transformación sí ha cambiado al país, para convertirlo en una nación simplemente encomendada a dios y a “políticas públicas” que más bien parecen actos de fe.
“Tengo confianza en que las cosas mejorarán”, dice el presidente de la República, que ya no se llama Andrés Manuel porque persiste el desabasto en medicamentos y materiales médicos, en tanto que el gobernador de un Zacatecas asolado por la violencia se pone en las manos del creador. El responsable de la salud pública recomienda tecitos curativos y remedios caseros para cuidar a nuestros niños de Ómicron y su segundo de abordo desaparece en plena tormenta mientras el capitán del barco justifica su ausencia: “tiene catarro y tos, pero no Covid”, añadiendo otro embuste mañanero a la larga lista.
Andrés Manuel López Obrador enfrenta ya el inicio del descenso en la curva de su inmenso poder sexenal sin entregar nada de lo que prometió. Ni la economía crece al 4 por ciento anual, ni la gasolina cuesta 10 pesos por litro, ni el sistema de salud es como el danés, ni los pobres lo son menos, ni la violencia se resolvió con su sola presencia en Palacio Nacional. Vaya: ni siquiera vendió el avión presidencial que ahora se ofrece a trueque por helicópteros o de plano se promueve para ser usado en charters turísticos.
La corrupción que prometió abatir solo ha cambiado de protagonistas -muchos vestidos de verde olivo- pero mantiene el escenario de su representación: las adjudicaciones discrecionales para adquisiciones públicas. El pañuelo blanco mostrado en el Salón Tesorería es desechable.
México enfrenta el año nuevo con problemas globales comunes -escalada de precios, escasez de suministros, altas tasas de interés y volatilidad financiera- pero con problemas autoinfringidos: incertidumbre para la inversión, falta de certeza en compromisos contractuales gubernamentales, abandono de las pequeñas y medianas empresas, asedio a instituciones autónomas, obras públicas costosas e improductivas, transferencia de recursos fiscales a fondo perdido y negación de las tendencias mundiales de desarrollo y sustentabilidad. La 4T prefiere abrazar viejas utopías socialistas que aliarse a los retos de la vanguardia, por ejemplo, generar energías limpias, baratas y renovables.
Ante este infausto panorama, la agenda del presidente de la República mantiene un propósito político electoral que tiene en la reforma eléctrica un ícono de falso nacionalismo y en la revocación de mandato un costoso ejercicio de ratificación de un gobierno ineficaz pero popular, además del pretexto para tomar por asalto a la autoridad electoral de cara al 2024. El camino sigue siendo el de la polarización de un México en el que quienes no estamos de acuerdo con nuestro gobierno somos sus enemigos.
Mientras tanto, los recursos públicos disponibles se han agotado, de ahí la búsqueda de mayor recaudación fiscal y el recorte de cualquier gasto que pueda suprimirse. La destrucción institucional es gusto y necesidad del autócrata, pero también fuente de dinero para financiar un aeropuerto inviable, una refinería innecesaria y un tren incosteable.
El rebote económico post-pandemia duró poco y la nueva ola de contagios no hará posible que regrese pronto. La inflación no resultó transitoria y aniquila los muy presumidos aumentos salariales. La inversión simplemente no llega. Nos salvaron las remesas. México abandonará el único negocio rentable de su sector petrolero: la exportación de crudo. Así que ¡abróchense los cinturones! Sea prudente en el gasto y previsor con el ahorro. Ya falta menos.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz