Alejandro Rodríguez Cortés*.
Desahuciada un par de semanas atrás cuando su discusión fue pospuesta ante la certeza de que no contaría con los votos necesarios para lo que es una reforma constitucional, la propuesta eléctrica de la mal llamada Cuarta Transformación recibió los santos óleos en la ciudad de Washington.
¿Por qué? Porque el sorprendente discurso de Andrés Manuel López Obrador en la cumbre trilateral que sostuvo en la Casa Blanca con sus homólogos Joe Biden y Justin Trudeau, reivindicó sorpresivamente el libre comercio y la necesidad de una plena integración norteamericana, lo que sin lugar a duda lleva aparejado un compromiso de modernización energética y de sustentabilidad ambiental, incompatibles con la visión de la necia reforma estatista de Palacio Nacional.
La realidad se impone, y aunque seguramente el mandatario mexicano mantendrá aquí su narrativa nacionalista de una supuesta soberanía energética, ésta sólo tendrá -tal vez así fue desde el principio- motivaciones políticas que pasan por dividir a la oposición del partido Morena y sus aliados, más preocupados por la sucesión de 2024 que por sacar a flote un barco varado en arrecifes de la incertidumbre para la inversión, la inmovilidad económica, la falta de desarrollo, la inseguridad pública y, por si fuera poco, la catástrofe sanitaria que todo lo empeoró.
Es un tropiezo más en la intención de López Obrador de retomar el modelo monopólico en que la Comisión Federal de Electricidad sea juez y parte de un mercado vital para los retos futuros en materia de crecimiento económico y competitividad global. Recordemos que la modificación a leyes secundarias fue bloqueada por la vía del amparo judicial, lo que hizo que el presidente de la República enviara una propuesta de cambio a la Constitución para recrear su sueño de privilegiar a la CFE con todo y sus viejas plantas basadas en combustibles fósiles o, en el menos peor de los casos, en hidroeléctricas obsoletas que requieren dinero con el que no se cuenta.
Con pérdidas estimadas en más de 100 mil millones de pesos sólo en lo que va del año, la CFE es un muerto en vida, más si se echa por la borda la posibilidad de mantener buenos ingresos por derechos de transmisión y por adquirir energía eléctrica más barata producida por empresas privadas que inviertan en alternativas más eficientes, económicas y limpias, como la eólica o la solar, mandadas a la cola de la fila por la moribunda iniciativa presidencial de la discordia.
AMLO negó incluso a posteriori que el tema eléctrico se haya tratado en la reunión con sus homólogos estadounidense y canadiense. Imposible: la presión de empresas y legisladores de ambos países a sus gobiernos es directamente proporcional no solo a miles de millones de dólares ya invertidos, sino a la viabilidad de consolidar un bloque comercial cuya potencia es impensable sin un esquema adecuado de producción de electricidad.
Dicho de otro modo. Es impensable competir globalmente si uno de los tres socios produce energía cara y contaminante, negándole además a sus contrapartes la posibilidad de invertir y competir con las otras opciones.
La integración comercial de la que habló el jefe del Estado mexicano en la Casa Blanca pasa por la libre competencia, y ésta no se entiende si se da prioridad al proteccionismo de una industria eléctrica que todavía quema carbón y combustóleo para generar electricidad. Tampoco transita si México incumple contratos legales vigentes y en marcha derivados de la anterior reforma energética de 2013, muchos de ellos establecidos con empresas norteamericanas y canadienses.
Lo dicho por Andrés Manuel López Obrador nos sorprendió por neoliberal, pero nos animó porque mató su reforma eléctrica, por lo menos en los términos en los que fue planteada. Que ésta descanse en paz, aunque seguramente en sus estertores tratará de sacar raja política a favor de Morena y su líder absoluto.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz