Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas
Se llamaba Harold Francis Davison y era rector de la parroquia anglicana de Stiffkey, un pueblecillo en la costa inglesa del Canal de la Mancha.
Fue protagonista de un jaleo tremebundo hace 89 años: lo pillaron seduciendo a meseritas en casas de té londinenses y fue excomulgado y reducido al estado laical.
En vez de someterse a la disciplina clerical, armó una batahola, gritó su inocencia a los cuatro vientos, montó protestas públicas, reprodujo un pasaje bíblico en una jaula con leones africanos de melena negra… y uno de ellos se lo almorzó.
Pero me estoy adelantando. La historia, hoy olvidada, fue en su tiempo la comidilla de la sociedad inglesa de la preguerra, tan emocionante y comentada como había sido en 1914 el affaire de madame Caillaux, la asesina de Gastón Calmett, el editor de Le Figaro, que pagó con la vida la persecución de un político corrupto. La esposa del ministro Joseph Caillaux llegó al despacho del periodista, sacó una pequeña pistola y le asestó cinco tiros. Gastón murió en el acto. Henriette se libró de la cárcel gracias a la sorprendente defensa que ideó su abogado: no era responsable de sus emociones, pues como mujer que era, se vio superada por sus pasiones.
William Manchester dice que Winston Churchill siguió paso a paso la comedia del rector de Stiffkey. En su monumental biografía de quien fuera némesis de herr Hitler, escribió:
“La depresión persistía [la sociedad buscaba] diversión en la locura del yo-yo, tres asesinatos muy comentados y la destreza seductora del viejo rector de Stiffkey, quien merodeaba por los salones de té de Londres, persuadiendo a un asombroso número de jóvenes camareras de meterse en los baños con él, asumir posiciones incómodas y copular”.
Los religiosos anglicanos, como se sabe, no tienen prohibidos los placeres del himeneo, como sí los sacerdotes romanos, víctimas de una ocurrencia de los jerarcas de la Iglesia once siglos después de la era del Nazareno.
Se esperaría entonces que tuvieran mayor templanza. Pero así como los curas pederastas católicos, Marcial Maciel dixit, no podían dejar de perseguir chicos, Harold correteaba niñas que transitaban por el camino del pecado… para “salvarlas”.
Aunque en ese tiempo y durante años su familia y sus descendientes sostuvieron que sus intenciones eran cristianas, las quejas de la feligresía de Stiffkey llevaron al obispo de Norwich a convocar un tribunal consistorial que suspendió a Harold a divinis.
Su defensa se vio comprometida tanto por su poco convencional comportamiento como porque los acusadores presentaron al tribunal una fotografía en donde en rector aparecía junto a una adolescente semidesnuda
Harold había sido nombrado rector de Stiffkey en 1906. Antes de la guerra era respetado y ofició matrimonios en la capilla Real del Palacio de Saboya y atendió actos ceremoniales de la corte del Rey Jorge III.
Pero después de la guerra su vida dio un vuelco. Era capellán en un buque de la Armada. A su regreso se encontró con la novedad de que su esposa estaba embarazada de otro señor. No pidió el divorcio pues, dijo, los votos matrimoniales son de por vida.
Para alejarse de la pecatriz aceptó el puesto de tutor del hijo del Marajá de Jaipur en la India, pero la iglesia le canceló el viaje y entonces el buen hombre se entregó a sus “obras pías” entre las prostitutas del barrio de Soho en Londres.
El infortunio lo acosaba. En 1930 un tal Phillip Hamond, con quien había tenido rencillas, lo acusó de inmoralidades y puso detectives privados a buscar evidencias de su trato malsano con las jóvenes pecadoras.
De 40 chicas entrevistadas, solo una aceptó haber tenido tratos carnales con Harold, pero fue suficiente: la bola de nieve había comenzado a rodar y el asunto llegó a las primeras planas de los diarios, en donde la sabrosa historia fue cumplidamente relatada con abundantes testimonios gráficos.
Cuando fue suspendido del ministerio, Davison montó una memorable defensa: durante un año, en el paseo del popular balneario de Blackpool en la costa del mar irlandés, estuvo sentado en un barril. A todo aquel que se aproximaba le hacía una detallada narración de su desventura… a cambio de un pago de dos peniques.
Su siguiente paso fue ir a Skegness, en el Canal de la Mancha, en donde organizó en el afamado circo Thompson una recreación que llamó: “Daniel -Dios es mi juez- en la guarida del león”.
En el pasaje bíblico, el profeta Daniel es arrojado a un foso con leones por el rey Darío, y un ángel enviado por el Señor impide que las bestias lo devoren.
Nuestro pastor quiso así llamar la atención popular sobre su caso. Se presentaba dentro de una jaula al lado de una pareja de leones, “Fredi” y “Toto”, y durante diez minutos arengaba al público sobre las injusticias de que había sido víctima.
Pero la desventura atacó de nuevo. El 28 de julio de 1937, mientras sermoneaba a la multitud, tropezó con el rabo de la leona “Toto” y cayó sobre ella. “Fredi” interpretó esto como una agresión y entre sus enormes fauces tomó al infeliz predicador por el cuello y lo zarandeó de un lado a otro de la jaula durante un buen rato.
El público creyó que esto era parte del espectáculo y estalló en carcajadas. Cuando los domadores lograron separar a la bestia de su infortunada presa ya nada se pudo hacer: el pastor estaba frente a su creador.
Los restos de Harold Francis Davison fueron trasladados a Stiffkey, en donde una multitud llevó su ataúd a hombros por todas las calles de la ciudad, entre exclamaciones de dolor como adiós al rector.
Y en un último golpe de desdicha, la señora viuda del rector se apareció en el funeral ataviada con un elegante y provocador vestido blanco que atrapó las miradas de la feligresía masculina de Stiffkey.
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