Carlos Arturo Baños Lemoine.
Ayer, miércoles 27 de octubre, durante su sermón matinal, el Presidente Andrés Manuel López Obrador dibujó en su rostro una sonrisa de oreja a oreja. Se le notaba feliz, feliz, feliz… ¡Y cómo no, si el “inmundo pasquín imperialista” Financial Times lo ubicó como el segundo mandatario más popular del planeta!
¡Miel sobre hojuelas para el demagogo que mal gobierna esta nación!
¿Motivo de presunción? Para un populista como López Obrador, por supuesto. Para ciudadanos exigentes, nunca.
Y es que todos sabemos cuál es la raíz de la popularidad de López Obrador: soltar billetes a diestra y siniestra entre la población, sobre todo entre la población que todos los días padece hambre y resentimiento.
La fórmula de los populistas es una fórmula muy sencilla de entender: utilizar el dinero público para comprar voluntades entre los menesterosos (que son muchos) y entre los resentidos (que también son muchos). A eso agréguenle que, en México, hay millones de menesterosos que además son resentidos. En un país con mucha desigualdad es muy fácil hallar abultados y múltiples grupos sociales dispuestos a recibir dinero y a sacar su enojo.
¿A quién le desagrada recibir dinero sólo porque sí? Y si, además, el gobierno me da trato de “víctima del universo”, ¡qué mejor! Fórmula perfecta para joder a los pueblos porque, una vez comprada la voluntad de millones de individuos, estos millones mantienen en el gobierno a los rufianes que reparten pan mientras montan circos. Y, claro, a la larga todo sale mal y las medidas correctivas suelen ser dolorosas e, incluso, cruentas. La historia de la Roma Antigua es la historia que sirve de guion hasta para los pueblos latinoamericanos que, hoy por hoy, siguen padeciendo la escoria del populismo.
Si ustedes, mi queridos amigos, desean ser inmensamente populares en su familia, en su barrio, en su colonia, en su escuela, en su trabajo, pónganse a repartir dinero y verán qué populares se vuelven. ¿Ya vamos entendiendo a los populistas? Y, claro, éstos son despilfarradores y cínicos, porque el dinero que reparten ni siquiera es suyo.
Si López Obrador tuviera que repartir sólo el dinero que él mismo ganara como producto de una actividad privada, ya verían que su generosidad quedaría reducida a la nada. Por eso, López Obrador, como el gobernante populista que es, se obstina en seguir jodiéndonos el bolsillo con su terrorismo fiscal: quiere mucho dinero de nosotros para que millones de estómagos agradecidos le besen a diario la mano en busca de limosnas.
Las sociedades funcionan mejor cuando cada quien paga las facturas que le corresponden, sin esperar que otros lo hagan por él. Y si alguien decide hacer caridad, que la haga con sus propios recursos. Esto se llama LIBERALISMO.
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