Rubén Cortés.
Así como pudo dejar ahora fuera de sus intereses nacionales a Francia (aun siendo su aliado para ganar la II Guerra Mundial y dominar la geopolítica desde 1945), Estados Unidos dejará fuera a México, porque le es ajeno el actual sistema político de México.
El México expropiador de empresas, socializador de la economía, integrante del eje populista La Habana-Caracas, aliado de dictaduras latinoamericanas, de Rusia y China, sólo interesa a Washington como policía migratorio.
De Texas para abajo, lo único que desea del vecino es que le mantenga custodiada su frontera. A cambio, se desentiende si éste gasta su PIB en juegos geopolíticos con países fracasados, y sus fuerzas internas se doblan ante el presidente que eligieron en 2018.
El establishment que delinea al Estados Unidos de los próximos 50 años mira hacia Australia, en el Pacífico; y hacia Reino Unido, en Europa, países con los que sí comparte idioma, valores, intereses estratégicos, geopolíticos, económicos, historia.
Por eso Camberra, a instancias de Washington, abandonó a Francia en la adquisición de submarinos de propulsión nuclear para la Royal Australian Navy: los compró a Estados Unidos y canceló su contrato con París. Las necesidades estratégicas mandan.
Y las necesidades estratégicas de Estados Unidos hoy, con México, son que detenga migrantes que quieren llegar allá para mandar remesas a sus países, y los gobernantes de éstos las gasten en comprar votos, o en financiar al Eje del Socialismo del Siglo XXI.
En cambio, con el T-MEC cuesta abajo por las expropiaciones y renacionalizaciones en México, Estados Unidos prepara un acuerdo comercial con Gran Bretaña para que ésta supla las bajas económicas que le dejó el Brexit, al salir de la Unión Europea.
Un país como el México actual no entra en la idea norteamericana de una integración más profunda de la ciencia, la tecnología, las bases industriales y las cadenas de suministro relacionadas con la seguridad y la defensa de la democracia. Reino Unido y Australia, sí.
México es un país aldea que canceló su mayor obra de infraestructura del primer cuarto de este siglo, con una consulta popular en la que sólo participó el 0.1 por ciento de su electorado, y usando violetas gencianas para marcar el pulgar de los votantes.
O con una reforma para que el gobierno sea único suministrador de energía eléctrica, y cancele todos permisos de inversiones privadas: en los hechos expropia a los empresarios sin tener que indemnizarlos, como ocurrió en Cuba en 1960.
No: un país así, que no ofrece seguridad jurídica ni confianza de libertades políticas (como tampoco las ofrecen China, Rusia, Cuba o Venezuela) no entra en la estrategia global estadounidense para enfrentar los desafíos del siglo XXI.
Ni modo: escogimos el otro bando.