Alejandro Rodríguez Cortés*.
La exigencia de lealtad absoluta por parte de Andrés Manuel López Obrador corre paralelamente al discurso presidencial divisionista y polarizador que pontifica aliados y crucifica opositores. En ese entorno han surgido lamentables desfiguros de lambisconería que tienen en la diputada Patricia Armendáriz Guerra un perfecto ejemplo que ejerce sin decoro alguno.
No pretendo señalar que la filiación obradorista sea negativa por definición, pues cada quien tiene derecho pleno a apoyar o no al presidente de la República. Lo que sí me incomoda es la demencial idea de que el mandatario es infalible y que sus incondicionales sean una suerte de férrea línea defensiva que privilegia obsesiones y desdeña argumentos.
Todo se vale si se trata de darle la razón al jefe máximo. No importa el decoro ni el pudor: AMLO encarna la cuasi perfección del autonombrado cuarto transformador de la vida pública en México, y lo demás es lo de menos.
Supongo que muchos ubican a la legisladora Armendáriz como protagonista de un “reality show” televisivo de apoyo a emprendedores aspiracionistas, primera de las muchas contradicciones de este personaje. Porque es menester recordar que que hace 30 años, en su calidad de vicepresidenta de la Comisión Nacional Bancaria, fue artífice de la estrategia gubernamental de rescate a los ahorradores en medio de una de las peores crisis económicas de las que se tiene memoria en México.
Efectivamente, Armendáriz es madre del cacareado Fondo Bancario de Protección al Ahorro, cuyo acrónimo FOBAPROA ha sido utilizado durante lustros por el hoy mandatario como sinónimo de fracaso en los gobiernos que lo precedieron y de los personajes del pasado político-financiero que desprecia, entre otros Pedro Aspe Armella, primer tutor de la legisladora chiapaneca.
Sin recato alguno, la misma que fue asistente del Secretario de Hacienda del villano favorito Carlos Salinas de Gortari y segunda de a bordo del impresentable Eduardo Fernández García, titular de la CNB en el rescate bancario, justifica hoy un gobierno que desprecia a los que -como ella- se formaron en universidades extranjeras de perverso corte neoliberal y trabajaron en instituciones “despreciables” como el Banco de Pagos Internacionales o el mexicano Banorte.
Empresaria, Armendáriz Guerra calificaría como aspiracionista, como lo son los emprendedores que apoyó en “Shark Thank”. Financiera, busca afanosamente utilidades con productos crediticios caros, garantizados con dinero público y dirigidos a los sectores menos favorecidos de los que presume ser aliada.
A tan solo unas semanas de ocupar su curul bajo el principio de representación proporcional por el partido Morena, se habla más de ella por la escandalosa sugerencia de que la escasez de medicamentos para niños con cáncer es una mascarada política, que de poner su experiencia al servicio de la Comisión de Hacienda cameral que discute en estos días el Paquete Económico 2022, que será aprobado sin mayores cambios por la mayoría morenista.
Agradecida con Andrés Manuel López Obrador por haberla llevado a la Casa Blanca con la bandera de una connotada empresaria mexicana, no tolera la crítica por la criminal política de salud pública del actual gobierno, responsable de cientos de miles de muertes por una gestión pandémica lamentable y por la destrucción del entramado institucional público de compra y distribución de medicinas.
En su muy limitado razonar, quienes señalamos lo anterior somos detractores malintencionados o simplemente “bots”. Así, la diputada Armendáriz no entiende que no entiende y se enloda cada vez más en su estulticia y falta de empatía ante la tragedia humana, que considera un “daño colateral” de la supuesta transformación. Todo sea por agradar a su patrón y pagar el precio de una ominosa lealtad que la hace olvidar, incluso, que es egresada de la hoy defenestrada Universidad Nacional Autónoma de México.
Es cuanto.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz