“Durante la pandemia, los médicos sentimos miedo, no sólo de contagiarnos y morir, lo peor era pensar que podíamos llevar el virus a nuestros seres queridos. Sin embargo, no podíamos flaquear o echarnos para atrás, por mucho que temiéramos a lo desconocido”, dijo Adolfo Basaldúa, médico adscrito al Hospital Adolfo López Mateos del ISSSTE y al Hospital Regional 72 del IMSS.
Cuando empezó la pandemia ningún hospital estaba preparado para lo que se vendría. Los primeros casos de COVID-19 se dieron a finales de febrero del 2020. Se trataba de pacientes que llegaban a urgencias por otro padecimiento y desarrollaban rápidamente un cuadro respiratorio fuera de lo normal.
A veces los enfermos no eran valorados adecuadamente y subían a piso con una fase inicial o con un cuadro que no mostraba síntomas o signos de enfermedad, pero más tarde revelaban que se trataba de COVID-19. “Pedíamos una radiografía y antes de realizar todos los estudios ya teníamos que entubar al paciente”.
Mientras estas personas estaban en un área no preparada para el virus del SARS-CoV-2 tenían contacto con todo el personal de salud, desde médicos, camilleros, enfermeras, residentes y hasta personal de limpieza y de cocina.
“Este fue el inicio de cómo se propagó la enfermedad de forma interna, porque eran pacientes que no teníamos considerados como fuente de infección”, recordó el médico egresado de la UNAM, internista, geriatra y certificado en urgencias. Afortunadamente esta etapa duró poco.
En varias ocasiones, el médico atendió a personas por tres o cuatro semanas, dio todo su esfuerzo para salvarlas, pero al llegar por la mañana no las encontraba en su cama. Al preguntar qué había pasado era duro escuchar que había fallecido la noche anterior. “Aunque uno se pare de cabeza, a veces no se puede”. Afortunadamente también lograron sacar adelante a muchas otras personas.
Durante el proceso, varios médicos y residentes se contagiaron de coronavirus, algunos salieron bien librados, pero otros no tuvieron la misma suerte. Adolfo recordó que entre ellos se fue su amigo de años con quien trabajaba en el ISSSTE todos los sábados. Fue muy duro despedirse de él.
Me insultaron porque no creían en la COVID
Para entrar al área de COVID-19 los médicos deben protegerse con un equipo especial, desde su overol, guantes, cubrebocas, goggles, careta, etc. Y cuando lo usan pueden alcanzar una temperatura de hasta 55 o 57 grados. “Es bastante incómodo”.
Cada día Adolfo salía aproximadamente a las 12 o 1 para informar a los familiares sobre el estado de sus pacientes y su pijama quirúrgica estaba completamente bañada por el sudor. Realizaban un fuerte proceso de desinfección para no correr riesgos y contagiar a otros.
Fueron momentos muy difíciles, porque incluso las personas que tenían a sus familiares internados en estado grave no creían en el virus. “Muchas veces nos insultaban y nos decían que éramos cómplices del gobierno. Parecía increíble y también era desgastante”.
En ocasiones, Adolfo comentaba con sus conocidos sobre el virus, y le respondían: “no es para tanto, estás exagerando”. Poco a poco la gente fue entendiendo, pero recuerda que fue un proceso complicado.
En una ocasión el doctor salía de su guardia el domingo por la mañana y pensó en llevar el desayuno a su esposa e hijos. Cuando llegó al sitio para formarse la gente presente lo observó detenidamente.
“Me miraron como diciendo: ¿pretende formarse aquí? Entonces me dije: ¡ups! Vengo en pijama quirúrgica, no estoy vestido adecuadamente”. Pensó que no era prudente y se retiró.
El momento más difícil
Para Adolfo, uno de los momentos más difíciles fue que durante la pandemia su hija que actualmente tiene 8 años necesitaba una operación porque sufre un problema de las vías respiratorias.
La doctora que operaría a su hija le pidió aislarse por unos días, así que Adolfo tendría que buscar hospedaje en un hotel. Cuando el personal se enteró que es médico y atiende COVID-19 le negaron la entrada. Su esposa molesta publicó lo ocurrido en las redes sociales y mucha gente lo apoyó. Hasta que la noticia llegó a los altos directivos de la cadena del hotel y le permitieron hospedarse.
A casi dos años de haber surgido el virus, Adolfo espera que ni la humanidad ni el equipo de salud tengan que volver a vivir algo parecido.
No creía en la COVID y falleció
Apenas hace unos días, la médica Claudia González recibió una paciente embarazada de 22 semanas y contagiada de COVID-19. La joven no creía que la enfermedad existiera, así que decidió no vacunarse. Cuando se sintió grave la internaron en el hospital. Aunque la doctora hizo todo lo que pudo, falleció el producto y cinco días después la madre.
Claudia es una médica anestesióloga que labora en el Hospital Materno Perinatal Mónica Pretelini Sáenz, en el área de terapia intensiva. Le ha tocado atender a varias mujeres embarazadas con esta enfermedad y menciona que lo más difícil es ver morir a alguien. “Entre la cama y el ventilador hay un ser humano”.
“Cuando una mujer esta embarazada las defensas disminuyen y el virus es más fuerte, entonces se complica el proceso y es más difícil que la paciente salga adelante”.
De las situaciones más complicadas que le tocó fue atender a sus propios colegas que resultaron contagiados. “Ver a tu compañero enfermo, entubarlo, dormirlo, manejar sus pulmones y que al final mueran ha sido muy duro”.
En su área, recibieron a cuatro integrantes del hospital, de los cuales fallecieron tres. La cuarta persona luchó contra el virus durante tres meses, salió de la enfermedad, pero quedó con secuelas.
Es preocupante saber que los contagios continúan por varias razones. “Tenemos la información para protegernos y hay personas que no desean vacunarse, y ponen pretextos como se me hizo tarde, la fila estaba muy larga o porque simplemente no quieren y no es justo, porque esto nos afecta a todos”.
Incluso, en el hospital donde Claudia labora existen un par de médicos que, a pesar de toda la información, no creen en la enfermedad del virus del SARS-CoV-2. Algo que le parece increíble, pero pasa.
El inicio
A finales de febrero y principios de marzo del 2020, llegaron los primeros casos de COVID-19 al Hospital Materno Perinatal Mónica Pretelini Sáenz. Claudia sintió miedo porque se trataba de un virus del cual no existía mucha información.
Constantemente veía videos en Internet de cómo protegerse y aunque les llegó el equipo adecuado cada día surgía la pregunta: ¿me voy a contagiar?, ¿qué debo hacer para protegerme?
El miedo continuaba al ver a varios pacientes, que después de ingresar a terapia intensiva, morían a los dos o tres días. “Al final tienes que controlarte porque debes manejar a un ser humano, y bueno ya son muchos años de experiencia de trabajo en área médica”.
Hasta el momento la doctora Claudia no se ha contagiado, no sabe si ha sido suerte o porque se ha cuidado, pero lo considera una fortuna.
Uno de los obstáculos a los que se enfrentaron los médicos fue el material de protección de cada día, que en varias ocasiones escaseó en el hospital. Para resolver la situación “nosotros hemos tenido que realizar los gastos, que hasta el momento ascienden más o menos a 30 o 40 mil pesos y la cifra continúa en aumento”.
Tan solo el cubre bocas N95 tiene un costo de 450 pesos y sólo les dura un turno de ocho horas, después deben desecharlo. Es un gasto excesivo que deben realizar para protegerse.
La discriminación
Por ser médica que atiende COVID-19 la gente la ha rechazado, ella misma dice que no querían hablarle y menos tocarla. Cuando sus vecinos la han encontrado lo primero que le dicen es: “ni te me acerques”.
La situación se ha externado hasta en el mismo hospital. Por ejemplo, cuando acudía al sanitario y las demás notaban su presencia salían para no compartir el mismo espacio. Ella pensaba: “Bueno, tengo el baño para mi solita”. Pero a Claudia no le ha afectado porque piensa que finalmente a las personas les gana el miedo por la enfermedad.
UNAM Global